Literatura

Trenes vacíos: un viaje a la meseta hermosa

Once relatos, con las huellas de la meseta patagónica, cobran vida en el primer libro de cuentos de Ana Caldeiro, a quién ya conocimos por su gran novela La continuidad del viento. Publicado por Azul Francia Editorial.
27-06-2022 | 9:18 |

Foto:Gentileza.
Ariel Gustavo Pennisi


En 1973, en la ciudad de Buenos Aires, nació Ana Caldeiro. A sus dos años viajó junto a su familia a la Patagonia, donde creció y vivió hasta la edad de 18 años, cuando el despertar de los proyectos de una vida universitaria la llevaron a retornar la estadía en su ciudad natal. Nunca olvidó a la Patagonia o “la meseta hermosa”, como le gusta llamarla a menudo y con la cual mantiene un lazo inquebrantable, al punto de definirse como poseedora de “un DNI porteño con corazón patagónico”.

En la Universidad de Buenos Aires (UBA) terminó sus estudios de Licenciatura en Fonoaudiología y es docente en posgrado. El mundo de las letras se anotició de ella con la llegada de su primer novela La continuidad del viento (Milena Caserola, 2015), finalista en el año 2012 del Premio Internacional de Novela “Marco Denevi” además de ser seleccionada por la Escuela de Escritores del Rojas para su clínica de novela y crónica.

Sobre la misma supo escribir la escritora Alejandra Zina: “La continuidad del viento habla de ese viento sur que destruye paredes, agujerea ladrillos y arranca ventanas. Habla también de cierta forma de la locura. Hay una acción mental, un estado anímico, que atraviesa de punta a punta la novela, y es el recordar” en un universo donde los personajes lo suelen hacer como si fueran coleccionistas.

En el género cuento, Ana Caldeiro participó de varias antologías, entre las cuales se destaca su aparición en la antología de El Ateneo con su relato Miriñaque presente en la reciente recopilación Trenes vacíos (Azul Francia, 2022).

Su narrativa está atravesada por las huellas del pasado y la nostalgia de la meseta que la alojó en su infancia y juventud. El pueblo rodeado por el desierto como escenario en clara referencia a Gaiman, aquélla localidad cercana a Trelew, el universo ficticio de “La meseta” y el viaje a su propia Comala, dónde la autora ha sido feliz.

Entre sus próximos proyectos literarios se encuentra su segunda novela, lo que será casi un documento biográfico de su primer año de estudiante, aquel que representó el regreso a su ciudad natal.

Sobre Trenes vacíos
Se deja leer en su contratapa, “algo siempre está a punto de ocurrir, algo está sucediendo todo el tiempo. Conviven en estas páginas la inminencia de un peligro que late o el detalle que irrumpe para cambiarlo todo” y son los hechos imperceptibles que se reflejan en la pequeñez de un insecto, la mutación de colores o el surgimiento de un aroma, aquellos que llevan al lector a la bella meseta. Los relatos son, como se lee entre sus líneas, “...criaturas descentradas que de algún modo habitaban mi cuerpo y ahora consiguieron escaparse”. Cada uno se enmarca entre los bordes de ambientes inciertos, sospechosos, lo no dicho y corrido de eje.

Los límites de lo vivo y la centrífuga atracción hacia lo inerte, lo animal y lo humano, aquél saber no sabido que se sabe, aquello condenado a la implacable eficacia del olvido, aunque que insista en las huellas de memoria.

Los seres y los espacios atraviesan una metamorfosis de la que a veces somos testigos y, en otras ocasiones, los cambios nos sorprenden aun cuando ya hayamos percibido las señales.

“Después, con el aguijón de un miedo sutil clavándosele un milímetro, cerró la boca, apretó los labios y contuvo la respiración hasta haber atravesado el enjambre, que se deshizo en mil diminutos puntos en fuga”.

Ana Caldeiro conforma un enjambre con esta red de relatos que nos llevan de uno a otro lado de la narración con la respiración y la lectura sostenida hasta el punto final.

Ana Caldeiro la autora
En diálogo con Mirador Provincial, la autora esquiva hablar de sus influencias literarias, “porque se me abre un mar de libros y es imposible hacerles justicia a todos” aunque puede identificar en la infancia el momento en que la lectura de otros la atrapó, “en casa se leía y mucho, y lo cierto es que aprendemos por imitación. ¿Qué era eso que tenían mamá o papá entre manos, que rondaba mesas de luz, sillones y rincones y parecía tan interesante? Los clásicos juveniles fueron los que me iniciaron como lectora autónoma.

Emilio Salgari, Louisa May Alcott, Mark Twain y muchos más fueron los que me hicieron conocer esa sensación maravillosa de quedar atrapado en un libro y ver cómo afuera empieza a amanecer. Incorporado el hábito”.

En este contexto le fue fácil, “leer de contrabando a Henry Miller o descubrir un viejo testamento en la biblioteca del colegio y leerlo escondida debajo de una mesa”.

Y llegó el día en que se enamoró del cuento como género literario, “con el crimen y el misterio empecé a amar el género del cuento y a esperar ese instante final en que todo podía girar y ponerse de cabeza. Recuerdo la primera vez que leí ‘El collar’, de Guy de Maupassant, no podía creer que algo que cerraba de modo tan perfecto entrara en tan poco espacio. Cortázar fue y es también un eslabón ineludible”.

Afirma que en la actualidad lee de todo aunque no tanto como quisiera, “desde no ficción de contemporáneos argentinos hasta novela victoriana”, apasionada por la narrativa norteamericana desde Truman Capote, Harper Lee, Carson McCullers. Del pragmatismo de la literatura norteamericana aprendió “que un cuento también puede ser una fotografía en la que no pasa nada y pasa todo al mismo tiempo”.

-¿Cómo es la experiencia de escribir en Ana Caldeiro?

-A esta altura de mi vida me queda claro que no soy una escritora muy prolífica que digamos. No puedo hacer lo que dicen que hay que hacer, que es escribir todos los días a como dé lugar. En general dejo que eso que llaman inspiración “me alcance”, como, donde y cuando le venga en gana, y entones escribo. Puede suceder dos veces en una semana, o cada seis meses. Siento que si lo fuerzo deliberadamente el resultado no va a ser tan honesto. A veces sueño, entonces me despierto, agarro un cuaderno y escribo ahí lo que soñé. Muchas veces esos escritos, con mínimas correcciones, se convierten en cuentos porque así llegaron, con su estructura argumental coherente y completa. Un día estaba trabajando y al abrir mi casilla de correo encontré un mail que me había escrito a mí misma con una poesía. Me lo había enviado a las cinco de la mañana y ni siquiera lo recordaba. Otras veces el disparador es visual, algo que veo en la calle, una persona, un objeto, lo que sea. También los viajes, con su quiebre en la rutina, son grandes disparadores. Y por supuesto, leer. Leer siempre me hace escribir.

-¿Y el proceso de escritura de Trenes vacíos?

-Trenes vacíos es un libro de once cuentos escritos en distintas épocas, pero agrupados por cierta tónica entre melancólica y surrealista, al menos eso me han dicho. Los temas son variados: una visita a un cementerio, hombres y mujeres que inician transformaciones
inesperadas, saltos en el tiempo, un pueblo en el que los árboles un día empiezan a desaparecer, pero lo que siempre sobrevuela es el temor de que todo cambie, de no poder confiar en nuestras percepciones, y quiénes somos cuando eso empieza a suceder. Uno de los primeros cuentos surgió durante un tiempo que viví en Francia. Pasaba muchas horas sola y prácticamente no hablaba con nadie, menos en castellano. Ese fue un tiempo en que la palabra escrita surgió como una necesidad, y a partir de algunos garabatos que hacía en mis paseos por la ciudad, tomaron forma los primeros cuentos. Luego vino el proceso de corrección, que es algo que disfruto enormemente: sentarme a leer y releer, sacar, poner, reformular, realmente siento que los textos crecen y encuentran su mejor forma más allá del impulso inicial.

Bio

Ana Caldeiro nació en Buenos Aires en 1973. Creció en la Patagonia. Fue muchas cosas antes de ser terapeuta del lenguaje, escritora y docente. Participó en proyectos vinculados a la comunicación y la promoción de la lectura. Trabajó en la UBA y el Conicet como docente y colaboradora en laboratorios de lenguaje. Su primera novela, La continuidad del viento (Milena Caserola, 2015), fue seleccionada por la Escuela de Escritores del Rojas para su clínica de novela y crónica, y finalista en 2012 del Premio Internacional de Novela Marco Denevi. Varios de sus cuentos obtuvieron premios en concursos nacionales y extranjeros e integran diversas antologías.



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