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Charles Simic, la poesía que no se acaba

Para Simic, la poesía era una obsesión por hacer algo que nunca lograba hacer bien

Charles Simic, la poesía que no se acaba

Charles Simic, la poesía que no se acaba

SAÚL RODRIGUEZ

En 1990, el Premio Pulitzer de Poesía galardonó por vez primera a una obra de poemas en prosa. El título: El mundo no se acaba (The world doesn’t end). El autor: Charles Simic, un poeta estadounidense de origen serbio, quien falleció el pasado 9 de enero a los 84 años de edad. Para Simic, la poesía era una obsesión por hacer algo que nunca lograba hacer bien. Trataba de escribir a diario, sin considerar esa acción como un hábito, pues hacerlo de día o de noche era algo que cambiaba con el paso del tiempo.

Nació el 9 de mayo de 1938, cuando Belgrado todavía formaba parte de la extinta Yugoslavia. Le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial. En entrevistas solía relatar que, pese a eso, no consideraba haber tenido una mala infancia, aunque no la recomendaría. Aun con los enjambres de aviones bombardeando los Balcanes, supo ser feliz sin sumergirse en el victimismo. Ya de adulto, en la tinta de sus memorias, se preguntaría si realmente el mundo había sido tan gris en aquella época.

En 1953 se trasladó con su familia a París, donde vivió junto a su madre y su hermano en un cuarto de hotel durante un año. Ir a la escuela francesa le aburría y comenzó a dibujar; fue pintor antes que poeta. Ante la falta de recursos, su madre lo distraía llevándolo a los museos con su hermano. Pero su padre ya se encontraba esperándolos en Estados Unidos y lo alcanzaron en Nueva York en 1954. Un año más tarde, Chicago se la inauguró como su nuevo hogar. Charles Simic aprendió la lengua inglesa habitando un barrio de los suburbios.

Y fue esa lengua, y no la serbia, la que eligió para escribir poesía. “Uno quisiera saber su historia. Uno quisiera inventarla, inventar muchas historias”, recita uno de sus poemas. En 1958 regresó a Nueva York para matricularse en la universidad. La ciudad dejó una gran huella en él y comenzó a escribir como si de una pintura se tratara, con poemas cortos que deben componerse en los límites de la hoja en blanco, de ese lienzo donde reside la palabra y el silencio.

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Inacabable

En 2013, la editorial hispano-mexicana Vaso Roto, publicó una traducción de El mundo no se acaba, realizada por el poeta Jordi Doce. En el prólogo, el traductor indica que el poemario ocupa un lugar central, meridiano, en toda la obra de Simic. “Hay un antes y un después de este libro, y no solo para su autor, pues es el único conjunto de poemas en prosa que ha merecido el Premio Pulitzer en sus noventa años de existencia...”, escribe Doce.

El mundo no se acaba, se nutre de frases que dialogan entre el surrealismo y la melancolía, en ocasiones barnizadas con trazos humorísticos. Los poemas construyen un mundo que no termina, que vuelve a los orígenes a través del mito y lo personal. Un mundo del siglo XX marcado por la guerra, que intenta explicarse a sí mismo. Un mundo que, más allá de la realidad, surge desde la trinchera del arte.

“Mi madre era una trenza de humo negro. Me llevaba bien arropado sobre las ciudades en llamas. El cielo era un inmenso lugar barrido por el viento para que un niño jugara en él. Encontramos a muchos como nosotros. Trataban de ponerse sus abrigos con brazos hechos de humo. En vez de estrellas, los altos cielos estaban llenos de pequeños y encogidos oídos sordos.”, indica el poema que inaugura el libro.

Simic dividió el poemario en tres partes, en las cuales la mayoría de los poemas carece de título. Otorgó a su escritura un carácter minimalista que abraza la cultura popular. Las palabras bailan sobre imágenes, composiciones cinematográficas captadas con la lente de la memoria. El mundo no se acaba, se publicó en 1989, en un tiempo donde la poesía clamaba por dosis de revolución.

Otro punto tocado por Simic, refiere al desplome de un pasado habitado por los poetas canónicos: Walt Whitman, Emily Dickinson, Robert Lee Frost. El tiempo ahora es de los poetas menores, “aquellos cuya fama jamás traspasará la frontera de vuestros familiares cercanos”, amigos y seres queridos. De los poetas que esconden sus poemas en cajones y luego acuden a buscarlos con el temor de se hayan esfumado.

El poeta muestra su obsesión por el insomnio, vaga en lo onírico con la certeza de quien se sabe carente de ella. La ironía invade al lector por los ojos y también por la música que un oído poético solo capta en su interior. El cielo es también escenario para demostrar el vacío de Dios, para poblarlo de enjambres bélicos.

“Da la impresión de que solo en estas páginas, liberado de pautas o de constricciones versales, dio al fin con la fórmula alquímica que le ha permitido, en adelante, sacar todo el partido a las figuras de su imaginación”, añade Jordi Doce en el prólogo de la traducción al español por Vaso Roto.

Como toda persona poética, Simic se coloca frente a una ventana para contemplar el mundo. En ocasiones, esta ventana mira hacia su interior, en otras, hacia el exterior, para habitar en calles desoladas. Como dicta otro de sus títulos, a un poema se le acerca y se le escucha, se le escucha en el vacío. Lo escribe en Mi identidad secreta es, el poema que cierra El mundo no se acaba: “El cuarto está vacío, y la ventana abierta”.

El deceso de Charles Simic aconteció en la localidad de Dover, en New Hampshire, estado que le permitió ejercer como catedrático universitario. En un diálogo con el ensayista mexicano Alberto García Abreu, había esbozado su predicción sobre la conclusión de la vida: “Espero que a la muerte le gusten mis bromas”.

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Escrito en: poesía Charles Simic

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