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Las jaurías
Cuando pisaste por primera vez
el suelo del reino zozobrante
olvidaste
tus signos heredados.
No volviste a elevar los ojos
para conjurar al cielo
y colmado de carne y tierra
eludiste el mapa inaprensible
de los astros
siempre en éxodo.
La antigua religión fue derruida
y no se escuchó nunca más
el incesante respirar
de tu moral
sin grietas.
Te multiplicaste
en el festín
de cortaduras y desgarramientos.
Seguiste el curso de las jaurías.
Ahora
no tienes nombre.
Aprendiz
Para cada día
un bautismo de fuego
ávidas pruebas
y secuelas irrespirables.
Ardes
sumido en la lección perpetua
y en el pavor sin tregua.
Temes
que en el otro
territorio
sigas siendo
aprendiz.
Entregarse
Entregarse
como una historia que se derrite
exponer
la arruga y la cicatriz
revelar también
la sonrisa contundente del cuerpo
dar de beber el agua turbia del corazón.
Entregarse
descalzo
sin más atavío que el candil
de los ojos indomables,
puro
como quien se entrega
a la muerte.
Sobre la autora:
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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