A partir de este 31 de julio entra en vigor en la Ciudad de México un decreto mediante el cual se impondrán de dos a cinco años de prisión, y de 50 a 100 horas de trabajo comunitario, a quien imparta y obligue a otrx a recibir terapias de conversión, o ECOSIG (Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género de las personas LGBT). Una terapia de conversión intenta disuadir a alguien de su preferencia sexual, o bien de su libre elección de género. Para ello, se recurre a diversas prácticas violentas, que van desde la violencia psicológica hasta la tortura o la ingesta de medicamentos. Hablamos con algunas personas que han sido sometidas a este “tratamiento” para saber cómo fue su experiencia.
Publicidad
Jacob, 26, Tepatitlán, Jalisco
Publicidad
Julieta, 24, Monterrey
Publicidad
Osmin, 32 años, Querétaro
Publicidad
Ahora entiendo que cuando alguien va a las terapias no lo hace porque quiere sino porque su contexto le obliga, primero porque casi siempre eres menor de edad y no puedes decir que no. Mis papás me dijeron que iba o me corrían de la casa. Cuando uno es adulto, ha padecido tanto la homolesbobitransfobia que eso te obliga a querer insertarte en la sociedad como heterosexual. Si una persona vive en un contexto en el que su homosexualidad es aceptada, no quiere cambiar porque no hay razones para hacerlo.Tenía 16 años. Trabajaba y convivía mucho con la familia de mi mamá. Empezaron a estar en un grupo religioso y de terapia que seguía la línea de los doce pasos para tratar a personas adictas, neuróticas o desviadas, como nos decían. Nos lo vendieron como un espacio al que ibas a pasártela bien, una hacienda con alberca, bosque, caballos y río.Me subieron a un camión, con los ojos vendados, me pidieron que dejara de hablar. Me hicieron un registro de las cosas que llevaba y me las quitaron, me llevaron a una ubicación desconocida de madrugada. Básicamente me secuestraron. Mis tías daban las pláticas introductorias.Me di cuenta de que iba a tener que ocultar todo lo que yo era. Me diagnosticaron como neurótica con tendencias depravadas porque yo no había tenido padre, decían que por eso era lesbiana. Una perversión. Desde que llegabas estabas sola con mucha gente desconocida de todas las edades, en una carpa. Drogadictos, violadores, personas esquizofrénicas. Te sentabas ahí con luz de media vela a escuchar los testimonios que te contaban con repetidos ejemplos de por qué ellos eran una mierda y tú eras una mierda. No podías dormir y no podías comer. Si eras lesbiana, venían comentarios de asco. Fui dos veces, en una me llevaron y en otra fui como acompañante. Regresé porque sí me cocowashearon, la impunidad hizo que sintiera que no había problema.
Rita, 30 años, San Luis Potosí
Publicidad
Yo ni siquiera había salido del clóset, ellos me sacaron a partir de lo que vieron de mí, en función de eso me torturaron: me dejaban sin comer, sin dormir. Me gritaban groserías e insultos. No podías ni cagar sin que te estuvieran observando. Te obligaban a hacer rituales mientras te gritaban. Podías salir si decidías que Cristo entrara en ti y que te dejaran de gustar las mujeres. Terminé como seda, convencida de ser heterosexual.Mis tías no lo vieron como terapia de conversión, sino como algo que no funcionó porque tengo odio y temor en mi corazón. Se pasó por debajo de la alfombra. Me alejé durante años. Lo hemos vivido muchas personas y no lo hablamos, sobre todo porque te lo hace tu familia, y eso duele mucho. Recién ahora estoy intentando reconciliarme. Ahora mi bisexualidad por lo menos es aceptada. Tengo que hacer una gran labor de soltar el resentimiento, soltar el pasado, pero también reconocer que es necesario terminar con esos procesos, que se normalizan igual que muchas otras violencias.Después de eso aprendí que necesitaba defenderme, ser firme, que necesitaba mi dignidad. Que necesitaba recordar a las mujeres de mi familia. Por toda esa privación tuve muchas experiencias ancestrales y mágicas que me conectaron con mis abuelas. Me hizo surgir, despertar por primera vez. Fue un golpe de adrenalina para defender quién soy, sin que nadie me volviera a juzgar ni a tratar de curar. Gracias a encontrarme con otras bisexualas pude hablar desde mí y desde la honestidad.
Publicidad
-
*