En 1907 Florence Nightingale se convirtió en la primera mujer en recibir la Orden del Mérito, máxima distinción civil británica; el día internacional de la enfermería se celebra el 12 de mayo, aniversario de su nacimiento; las enfermeras hacen el juramento Florence Nightingale e incluso existe el síndrome de Florence Nightingale. Si a todo esto añadimos que cuando regresó de la guerra de Crimea abrió una Escuela de Enfermería en el hospital Saint Thomas de Londres en 1860, que hoy sigue en funcionamiento, y que elaboró un protocolo sanitario que abarcaba desde la formación de las enfermeras o la gestión de recursos hasta la administración hospitalaria, es fácil entender que se considere a Florence Nightingale como la precursora de la Enfermería moderna, mucho más allá de la simple atención al enfermo.

Florence Nightingale

El problema es que su protagonismo pueda eclipsar, y de hecho lo ha hecho durante más de un siglo, el papel de otra “colega” contemporánea que, con menos recursos y todos los obstáculos posibles, incluso el de su raza, fue protagonista de una gesta, posiblemente, de mayor mérito. Esta es la historia de Mary Seacole.

Mary Seacole

Nacida en 1805 en Jamaica, era hija de un soldado escocés y una curandera jamaicana que regentaba un establecimiento en Kingston, donde igual acudían necesitados y enfermos sin recursos a los que su madre atendía gratuitamente, que se despachaba alcohol y se proporcionaba una cama para los que podían pagar. Mary aprendió todos los remedios tradicionales que durante generaciones la familia de su madre había heredado y comenzó a trabajar con ella en aquel establecimiento, a caballo entre el negocio y la caridad. Viajó por varios países del continente americano e incluso llegó hasta Gran Bretaña en su afán por ampliar conocimientos. Tras regresar de su gira, se casó y montó con su marido una tienda que, al poco tiempo, arrasó un incendio. En 1844, un año terrible para ella, perdió a su madre y a su marido, y tuvo que reinventarse. No le quedó más remedio que ejercer de curandera ambulante y trasladarse allí donde requerían sus servicios. Una terrible epidemia de cólera en Jamaica y el tifus que estaba devastando a los trabajadores del Canal de Panamá, le devolvieron el protagonismo y le permitió acumular cierto capital. La dedicación y el esfuerzo en la epidemia de cólera en Jamaica le sirvieron para ganar prestigio y, además, el cariño de la gente. Su labor de curandera iba más allá. No sólo administraba remedios, también ofrecía consuelo a los moribundos, siempre atendía con una sonrisa, tenía una palabra de ánimo, un abrazo de “no estás solo” o un hombro sobre el que llorar. Cuando la compañía que construía el Canal requirió sus servicios allí fue. Eso sí, esta vez cobrando.

Mary tuvo noticias del estallido de la guerra de Crimea estando en Panamá y sabía que en una guerra toda la ayuda es poca. Así que, viajó hasta Londres y se ofreció como enfermera voluntaria para ir a Crimea. Aunque ella tenía cierto prestigio al otro lado del charco, para la Oficina de Guerra no tenía la preparación suficiente. La realidad era más cruel que esa excusa barata, tenía que ver con el color de su piel. El gobierno británico debía pensar que a los heridos les iba a molestar que los atendiese un mujer de color. ¡Qué equivocados estaban! Ante la negativa gubernamental, llegó a escribir una carta Florence, que ya estaba en Crimea con 38 enfermeras más y el apoyo del gobierno británico. No hubo respuesta. Así que, cerradas todas las puertas de los cauces oficiales, se lió la manta a la cabeza y se costeó ella misma el viaje.

Un mujer de color, de 50 años, sola, sin ningún apoyo y en medio de una guerra que, además, no era la suya. La verdad, aquello pintaba mal. Es lógico pensarlo, pero Mary estaba hecha de otra pasta, de la pasta de las heroínas. Nada más llegar se presentó ante Florence para volver a ofrecerle sus servicios y, aunque con buenas palabras y agradeciéndole su ayuda, la rechazó. No le quedó más remedio que establecerse por su cuenta. Con el último dinero que le quedaba abrió un establecimiento llamado British Hotel. Era… era de todo un poco, como el de su madre. Tenía una gran sala donde se trataba a los enfermos y heridos. Lógicamente, con los remedios que ella traía de Jamaica, y también tenía una zona donde echar un trago, comer algo o cortarse el pelo. Una sala multiusos donde poder hacer un paréntesis en medio de una guerra. Además, Mary se convirtió en una conseguidora, igual te conseguía tabaco que limonada. Sus detractores decían que ese establecimiento estaba lejos de ser un hospital y ella de actuar como una enfermera, y que además cobraba. La realidad es que Mary no se quedaba esperando a que llegasen los heridos -por cierto, su establecimiento estaba mucho más cerca del frente que el hospital de Florence-, Mary iba frecuentemente al frente, donde las balas silban y matan, y los atendía allí mismo. Y si no tenían remedio se quedaba junto a ellos hasta que cerraban los ojos. Y sí, cobraba en su hotel, pero lo que cada uno podía pagar y sólo por lo que les conseguía y los servicios que no tuviesen que ver con el de curandera. De hecho, ¿creéis que los soldados habrían llamado “Mamá Seacole” a alguien que se aprovechaba de ellos o de la situación de la guerra? A Florence le chirriaba el chiringuito que tenía montado y los remedios naturales que utilizaba Mary, pero también reconocía que tenía mérito lo que hacía y el valor que le echaba. Y para Mary… pues ella iba a lo suyo. Intentó ayudar siguiendo los cauces oficiales y como no le dejaron pues lo hizo a su manera.

Cuando terminó la guerra, regresó a Inglaterra con una mano delante y otra detrás. Sin dinero y sin ningún reconocimiento por parte de las autoridades. ¿Y sabéis quién reaccionó ante aquella vergüenza? Pues los soldados que habían luchado en Crimea. Cuando conocieron su situación, organizaron una recaudación de fondos para la que había sido su ángel de la guarda. Se dice que incluso Florence hizo una donación y, aunque no se sabe con certeza, yo quiero creer que fue así. Y como ella era una mujer resuelta y que sabía sacarse las castañas del fuego, aprovechó el tirón y publicó un libro con sus memorias, “Las maravillosas aventuras de la señora Seacole”, que le permitió vivir dignamente hasta el fin de sus días en 1881.

La contribución de Mary a la medicina y a la enfermería fue mínima, por no decir nula, ya que los médicos rechazaron sus remedios a base de hierbas, pero el impacto psicológico que tuvo en los hombres de primera línea fue brutal. Su disposición a poner en peligro incluso su propia vida, simplemente para ofrecer una palabra amable a un hombre moribundo, hizo que los soldados la adorasen.

A Florence la respetaban, a Mary la adoraban.

El momento de gloria de Mary no llegó hasta 2004, cuando, tras ser votada como la persona de color más importante de la historia de Gran Bretaña, se inició una campaña para financiar una estatua en su honor. Se tardó siete años en recaudar el dinero necesario para tallar la primera estatua pública de una mujer negra en el Reino Unido, y se colocó frente al Hospital Saint Thomas. Curiosamente, el hospital donde está la Escuela de Enfermería que fundó Florence. Los partidarios más fanáticos de la figura de Florence dicen que situar la estatua ahí es una provocación, que llamar enfermera a Mary Seacole es un sacrilegio y que este reconocimiento es simplemente un símbolo de corrección política hacia la gente de color. Anda que…

Salman Rushdie, en su obra “Los versos satánicos”, ya decía…

[…] Aquí está Mary Seacole, que en Crimea hizo tanto como otra enfermera maravillosa pero que, por ser de piel oscura, apenas se la veía, al lado de la llama brillante de Florence.