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Las primarias que han hecho trizas los dogmas del PP

Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado.

Marcos Pinheiro

El PP ha cimentado su discurso de los últimos años sobre una serie de pilares que se han venido abajo con el proceso de primarias para suceder a Mariano Rajoy. El enfrentamiento entre Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado para presidir el partido ha revelado las luchas internas de un partido que hacía de la unidad uno de sus grandes valores, ha puesto al descubierto que su base de afiliados es exigua y ha echado por tierra el discurso de que debe gobernar el más votado.

El primer dogma que no aguantó el proceso de democracia interna fue el de los más de 800.000 militantes. El PP sostuvo, incluso durante los años más duros de la crisis en los que se disparó el desencanto con la política, que la cifra de afiliados se mantenía en 865.000. Mientras todos los partidos veían menguar el número de militantes, el recuento periódico del PP los aumentaba sin notar, por ejemplo, los escándalos de corrupción. Las cifras no cuadraban con la pérdida de votos del partido, pero la opacidad del PP no permitía conocer el dato exacto.

Para participar en las primarias se exigió estar al corriente del pago de las cuotas. El resultado fue una limpieza casi total en el número de afiliados: de los 869.535 -el dato tras la última actualización- solo 66.384, el 7,6%, habían pagado y cumplimentado los trámites para poder votar. El dato les sitúa con una participación muy por debajo de la que tuvo el PSOE en las primarias para elegir a Pedro Sánchez o de la que hubo en Vistalegre II, aunque en el caso de Podemos los simpatizantes no tienen que pagar una cuota.

Hay miembros del PP que han tratado de contener el golpe. El portavoz en el Congreso, Rafael Hernando, dijo que si la militancia no se había movilizado es porque “saben que todos los candidatos están suficientemente capacitados”. “El PP somos un partido unido. Entonces los militantes no están soliviantados como en otras formaciones políticas ante una situación de primarias. No hay esa aprehensión que existía en otras formaciones”, dijo. Otras voces, como Esperanza Aguirre, han pedido depurar el censo. Si se hace, el partido ya no podrá volver a sacar músculo con su base de militantes.

Arrasado el mito de los afiliados, le llegó el turno al de la unidad. Ha sido una de las banderas del PP, especialmente cuando sus competidores celebraban procesos internos que enfrentaban a dos facciones. Durante el pasado año los dirigentes populares hicieron especial hincapié en esa idea cuando el PSOE se partía en dos en la elección de su secretario general o cuando Podemos asistía al enfrentamiento entre dos de sus fundadores.

“El partido cobra fuerza cuando se muestra unido, cuando dice lo mismo en todas partes, y sobre todo cuando en toda España nos ven entregados a la tarea de resolver los problemas de todo el mundo: debemos estar con la gente”. La frase es de Mariano Rajoy y la pronunció tras su elección como presidente del partido en 2004 con un 98,37% de los votos. La cohesión de los populares ha sido tradicionalmente un valor al que recurrir en los momentos de dificultad y en un arma que lanzar contra los enemigos políticos.

Esa unidad, casi uniformidad, ha provocado durante años que cada declaración de un cargo político fuera de la línea oficial fuese vista como una fractura en el partido. Los dirigentes del PP se han esforzado en mantener las formas de puertas para afuera. Un ejemplo son las reuniones del Comité de Dirección que el PP: por muchos rumores sobre las críticas de los barones a la gestión de la dirección del partido, ante Rajoy nadie tomaba la palabra para expresarlas. De la reunión no trascendía más que la arenga del presidente y el apoyo de los dirigentes regionales.

El mantra de la unidad es historia. Durante la primera fase de las primarias, el enfrentamiento entre candidatos reveló que la cohesión interna se mantenía únicamente por el liderazgo de Rajoy. Con solo dos candidatos, la contienda derivó en una serie de ataques que ponen de manifiesto que la cohesión estaba solo en los discursos.

Los llamamientos internos a Casado y Sáenz de Santamaría para que negociasen una lista única cayeron en saco roto. Casado ni siquiera ha dudado en cargar contra las políticas del Gobierno de Rajoy para debilitar la candidatura de la exvicepresidenta. El entorno de Sáenz de Santamaría, por su parte, trata de vincularle con José María Aznar para desgastarle. En medio, exministros, barones y otros dirigentes se posicionan de uno y otro lado con ataques cruzados en los medios.

Aznar, de hecho, es otro de esos totems del partido que ha acabado salpicado por las primarias. Aunque él ha dicho que su intención era ser neutral, el entorno de Sáenz de Santamaría ha tratado de vincularle con Casado, que fue su jefe de gabinete entre 2009 y 2011. Cospedal ya lo hizo durante la primera fase: “hay candidaturas que parece que están próximas al anterior presidente del partido”.

La ausencia del expresidente del Gobierno en el cónclave también ha generado rencillas. “Yo sólo he sido presidente del PP 14 años, del Gobierno ocho años y diputado 20 años, pero probablemente eso no da derecho a ninguna invitación”, ha dicho Aznar. Esas queja ha encontrado respuesta en Luis de Grandes, el presidente de la Comisión Organizadora del Congreso, que actúa como máxima autoridad del PP en el proceso interno: “José María Aznar, si hubiera querido, sería un miembro nato de este congreso, con voz y voto, porque era presidente de honor del partido. Él renunció expresamente”.

Grandes, de hecho, ha recordado que Aznar lleva años distanciándose del partido, especialmente en “los momentos difíciles”, y ha llegado a acusarle de mostrar “un desdén expreso” al PP.

La primera experiencia del partido con la democracia interna también ha desarbolado el discurso que el partido ha utilizado para enfrentarse a la nueva realidad política de España. Los populares han echado mano del dogma de “la lista más votada” cada vez que la unión de otros partidos -“coalición de perdedores”- amenazaba con desalojarles el poder. De hecho, llegaron a promover cambios legislativos para garantizar que quien ganaba las elecciones, debía gobernar.

El argumento de los últimos años no aguantó las horas posteriores a la votación del pasado 6 de julio, la primera ronda de las primarias. Casado, que había quedado por detrás en los votos de los afiliados, ofreció al resto de perdedores aunar fuerzas contra la exvicepresidenta. Casado, que en la campaña de 2016 tachó de “poco regenerador” un “pacto de perdedores”, ha conseguido sumar los apoyos de quienes no ganaron para tratar de vencer a la elegida por los afiliados.

Quien sea elegido para presidir el PP encara una nueva etapa en el partido tras la traumática pérdida de La Moncloa. Tendrá que afrontar la tarea de recuperar los votos perdidos hacia Ciudadanos con una militancia bajo mínimos, con un partido fracturado y con el discurso de la lista más votada desmonta desacreditado por las primarias. Tres de los dogmas en los que el partido se ha refugiado en los últimos años, hechos añicos.

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