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CAFÉ PEREC
Columna
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Volver a leerlo

No hay nada igualable a la felicidad de ver cómo un cuento que nos pareció fascinante, nos sorprende de nuevo en su relectura

Enrique Vila-Matas
La periodista Janet Flanner y Ernest Hemingway, en una imagen sin datar.
La periodista Janet Flanner y Ernest Hemingway, en una imagen sin datar.AGENCIA CORBIS

En extrañas circunstancias perdí Tema libre, de Alejandro Zambra, por lo que al llegar a Madrid, a la Feria, tuve que hacerme con otro ejemplar del libro en la caseta de Méndez. Por la noche, en el hotel, revisando lo que días antes ya había leído con atención en aquellas páginas, me detuve de nuevo en el párrafo en el que Zambra dice que un profesor nunca debiera darles a sus estudiantes libros que entendiera del todo y que más bien sería mejor que sintiera la necesidad de compartir con ellos los libros que, pareciéndole fascinantes, no acabara de comprender. Y añadía: “Esto es clave, pienso yo: lo que nos importa de un libro está asociado a la sensación de que hay algo que no entendemos del todo. La felicidad de la lectura está asociada a la posibilidad de la relectura”.

He ejercido de profesor en contadas ocasiones, diría que unas 10, máximo. Y en una de ellas, la que más recuerdo, pedí a los alumnos de Bellaterra, en junio del 2000 –estaba una jovencísima Llucia Ramis entre las alumnas– que me ayudaran a entender El gato bajo la lluvia, que era, les dije, un cuento de Hemingway que me fascinaba, aunque no acababa de entenderlo del todo y aún menos que a García Márquez le pareciera el mejor del mundo.

Fue todo un espectáculo escuchar las interpretaciones de la elíptica trama que dieron los alumnos. Y, años después, Juan Marsé, informado misteriosamente por alguien de lo sucedido en aquella aula, escribió un breve texto, ¿Dónde está el gato?, donde decía que ya no podríamos conocer las razones de Gabo para considerar aquel relato el mejor del mundo, pero que siempre podíamos quedarnos con esta imagen que habitaba el cuento: “Una mujer joven, apasionada y caprichosa, profundamente aburrida en un hotel extranjero, un día lluvioso, mirando por la ventana. El despistado marido leyendo en la cama, pasivo e indiferente, totalmente ajeno al deseo arrebatado que lleva a su mujer a rescatar al gato callejero bajo la lluvia… Quiero un gato. Quiero un gato. Ahora mismo”.

Me sorprendió, el otro día en la Feria, lo que me contó un joven lector: hace unos cuantos años, su profesora de literatura les pidió que la ayudaran a comprender El gato bajo la lluvia, un relato que a ella, aun no captándolo del todo, le había encantado. Me sorprendió esto y, en contacto yo todavía con lo que Zambra decía en Tema libre, no pude más que aplaudir en silencio la iniciativa de aquella desconocida profesora, a la que estoy ahora, ahora mismo, imaginando en una calle cualquiera, con un paraguas bajo la lluvia, buscando al gato errante en la intemperie, feliz ella al recordar que un día sugirió a sus alumnos que la lectura siempre estuvo asociada a la posibilidad de la relectura. Y es que quizás no haya nada igualable a ese tipo de felicidad, nada parecido a saber, por ejemplo, que ese cuento de Hemingway, o simplemente aquello que en su día leímos y que tan raro y fascinante nos pareció y que, para colmo, en la siguiente lectura volvió a sorprendernos y a golpearnos, está ahí, sigue ahí y es increíble, pero podemos volver a leerlo.

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