La selección natural, postulada por el naturalista Charles Darwin en el Origen de las Especies (1859), es responsable de la evolución de las adaptaciones de los organismos a su medio ambiente. Lógicamente, esta adaptación se produce mediante la acumulación lenta de cambios genéticos favorables en la población a lo largo de las generaciones. Pero como hay mucho “visionario” que suele darle la vuelta a las cosas, apareció Trofim Lysenko. Este biólogo soviético, al que nadie podía criticar ni cuestionar sus teorías por órdenes directas de Stalin, estuvo al frente de las investigaciones para mejorar la producción agrícola de la URSS. Muchos científicos, sobre todo genetistas, vieron truncadas sus carreras, sus enseñanzas e incluso sus vidas. Llegó a decir: ”la genética es una ciencia capitalista“.

Trofim Lysenko

Según su teoría, esta adaptación de las especies –según Darwin, natural y a lo largo de las generaciones– podía ser alterada radicalmente exponiendo a las especies a estímulos ambientales apropiados (como enfriar semillas para adaptarlas a climas extremos) y, por tanto, cualquier modificación radical sobre un ser vivo a lo largo de las generaciones acabaría por ser natural. A nadie escapará que el resultado final fue un desastre para la agricultura soviética. Pero como todo se puede mejorar, en este caso empeorar, en una conferencia de Lysenko en la Academia de Ciencias sobre la herencia de los rasgos adquiridos, el físico Lev Landau le preguntó:

¿Así pues, usted argumenta que si cortamos la oreja a una vaca, a su descendencia y así sucesivamente, tarde o temprano nacerán vacas sin orejas?
Sí, es correcto -contestó el biólogo.
Entonces señor Lysenko, ¿cómo explica que sigan naciendo vírgenes?

Aquella pregunta, a la que no hubo respuesta y que sacó los colores a Lysenko, tuvo terribles consecuencias para el físico. Landau moría en extrañas circunstancias como consecuencia de un choque frontal contra un camión.

El caso de Mao Zedong tiene que ver con el Gran Salto Adelante (1958), el proyecto para convertir a China en una gran potencia mediante una movilización masiva de la mano de obra para suplir la falta de tecnología. Se pretendía incrementar rápidamente la producción agrícola (colectivización de la tierra y constitución de comunas) y, en base a ella, potenciar la industria. La agricultura sería la base de la economía y la industria el factor principal.

Además de poner en marcha el gran proyecto económico, Mao tuvo que hacer frente a un problema de salud pública: enfermedades endémicas como tuberculosis, malaria o peste. La primeras medidas, como campañas masivas de vacunación o mejorar las infraestructuras de abastecimiento de agua potable y saneamiento, fueron efectivas en los grandes núcleos urbanos pero fue imposible implementarlas entre la población rural. Así que, se puso en marcha el proyecto de las Cuatro Plagas: el gobierno chino decretó que fueran eliminadas las especies que transmitían las enfermedades infecciosas (mosquitos y ratas), las molestas moscas y, ya puestos, los gorriones. Lo de los mosquitos (malaria) y las ratas (peste) tiene cierta lógica, las moscas son molestas aquí y en China… ¿pero los gorriones? Pues porque se comían el grano. En palabras de Mao…

Los gorriones son una de las peores plagas, son enemigos de la revolución, se comen nuestras cosechas, mátenlos.

China se inundó de carteles incitando a la matanza de los enemigos de la revolución, y toda la sociedad, desde los escolares hasta los ancianos, se implicó en esta campaña de exterminio por el bien de la salud y la economía de la China de Mao. El resultado, como era de esperar por la alteración del ecosistema, fue catastrófico. Si bien es verdad que se disminuyó el alcance de ciertas enfermedades, el exterminio de gorriones provocó una terrible hambruna que ocasionó la muerte de millones de personas. A poco que se hubiese dejado aconsejar por los científicos, Mao se habría enterado de que el principal alimento de los gorriones son los insectos y no el grano -lo comen, pero apenas supone un 20% de su dieta-. La falta de predadores naturales permitió que los insectos se multiplicasen y, sobre todo, que las temidas plagas de langostas arrasasen las cosechas.

Así que, sin reconocer errores ni asumir responsabilidades -¡Faltaría más! Era Mao Zedong-, se puso fin a la campaña con un “Donde dije digo, digo Diego”

¿Y cómo recuperar el equilibrio de un ecosistema manipulado por voluntad de este peligroso agricultor? Pues pidiéndole a la URSS el envío de 200.000 gorriones… y toneladas de grano para alimentar a la hambrienta población.