logo-codigo-espagueti
logo-codigo-espagueti-white

Reseña: The End of the F***ing World – La mejor adaptación de cómics que ha hecho Netflix

| 2 de febrero de 2018
The End of the F***ing World es una adaptación casi perfecta para Netflix de un maravilloso cómic independiente.

The End of the Fucking World es una novela gráfica hermosa, sencilla y brutal. Digo novela gráfica porque ahora la podemos leer, recopilada, en un solo tomo. En realidad, siempre fue una serie de mini cómics como tanto le gusta hacer a su brillante creador, Charles S. Forsman (SlasherI Am Not Okay with This).

Es la historia de dos adolescentes que se encuentran, sencillamente, por una compatibilidad emocional extrema. Uno de ellos tiene un enorme vacío que lo empuja a la automutilación y las tendencias sociopáticas. La otra es demasiado sensible y su exceso violento de emociones la aleja de todo y de todos. Juntos, encuentran un extraño propósito autosuficiente y ahí en donde habitaba el odio, nace un amor de destino trágico.

Esta belleza narrativa sencilla, de líneas precarias, casi infantiles, en un sutil blanco y negro, se transformó ahora en una serie a color en Netflix. Y la adaptación de Jonathan Entwistle (que se había dedicado, hasta ahora, a filmar comerciales), Lucy Tcherniak (que había solamente filmado algunos cortos) con la colaboración de Charlie Covell (que fue actriz en el brillante Peep Show), es algo fuera de serie.

The End of the F***ing World es la mejor adaptación que ha producido Netflix de un cómic. Encima de todas las adaptaciones de Marvel, de todos los intentos fallidos (Richy Rich), éste es verdaderamente un maldito logro. Y lo que la hace más hermosa es que es una adaptación de un cómic que, como el material original, es brutal, hermosa, compasiva y dolorosamente honesta.

La imposible transición

La cercanía de los storyboards, la narrativa con un fuerte componente visual, la secuencialidad, todo parece indicar que los cómics y el cine son dos medios hermanos. Pero las adaptaciones nunca son sencillas y el arte de la historieta ha mostrado una enorme resistencia a las adaptaciones.

Algunas, como las que quiso Zack Snyder para 300 y Watchmen, son intentos de transposición casi idéntica. Otras, como las horribles adaptaciones a otras obras de Alan Moore (V for Vendetta, From Hell y The League of Extraordinary Gentlemen) son traiciones absolutas de pura inspiración argumental. Otras más son adaptaciones más o menos libres, que terminan creando un nuevo paralelo, como A History of Violence de David Cronenberg, Snowpiercer de Bong Joon-ho o Atomic Blonde de David Leitch.

Pero el asunto no es para nada evidente. Y en el caso de la serie de mini cómics de Charles S. Forsman, se veía bastante complicado. La dificultad, principalmente, era que toda la serie junta no supera las 160 páginas (incluyendo introducciones y portadas), y eso no da mucha tela de dónde cortar, sobre todo ahora que todo mundo quiere crear universos eternamente expandibles.

The End of the F***ing World resulta ser una adaptación genial que sólo podía salir de la fresca perspectiva de directores poco maleados por la industria y de productores permisivos hartos de las repeticiones habituales

Además, los temas que trata Forsman son bastante crudos y directos. Es una historia con madres suicidándose frente a sus hijos, adolescentes sociopáticos y asesinos con los que creamos empatía, policías satánicos y demás genialidades de un mundo doloroso. Todo, claro, con un buen toque de comedia negra y sensación de desesperación juvenil romántica.

No es algo que se vea frecuentemente en series. Ni siquiera en las producciones de Netflix que se están convirtiendo, cada vez más, en estándares de complacencia. Pero The End of the F***ing World resulta ser una adaptación genial que sólo podía salir de la fresca perspectiva de directores poco maleados por la industria y de productores permisivos hartos de las repeticiones habituales. Tcherniak y Entwistle se habían enfocado, en sus cortas carreras, en cuestiones comerciales y formatos de cine corto; y eso se nota en el enfoque cuidadoso, empaquetado, de inmediato impacto que tiene esta serie.

Ahí nace también una decisión creativa brillante: hacer la serie siguiendo el formato reducido de los mini cómics. Ocho capítulos, no más de veinte minutos cada uno; un pequeño bocado que termina siempre con una hermosa conclusión; episodios que pueden ser consumidos por separado, como bocados narrativos, fabricados con preciosismo minimalista.

La paleta de colores que emplea esta serie logra dar ese tono sostenido del blanco y negro del cómic sin traicionar el formato audiovisual.

La paleta de colores que emplea esta serie logra dar ese tono sostenido del blanco y negro del cómic sin traicionar el formato audiovisual. Toda la serie utiliza tonalidades pasteles, cercanas a la obra de Wes Anderson por ejemplo, para colorear los paisajes y ambientes. La monotonía de los colores se refleja así en el diseño de producción que explota la depresión suburbana inglesa. Y todo termina en el silencio complaciente de los protagonistas y su forma de surfear la realidad como el prólogo para otra vida que nunca llegará.

Las expresivas actuaciones de los protagonistas Alex Lawther (The Imitation GameBlack Mirror) y Jessica Barden (The LobsterPenny Dreadful) contrastan perfectamente con este fondo de colores monótonos que los empuja como un mar en retirada, a largarse de este mundo.

La química en pantalla de los actores no nada más es perfecta, sino que está dosificada en el mismo contexto del cómic. Una parte interesante del libro de Forsman es que, en cada historieta, cambiaba la voz narrativa entre James y Alyssa. Esto creaba un espejo interesante en el que solamente los lectores entendían el espectro amplio de peligro, deseo y amor que se tejía en la relación. En la serie, en vez de huir de esta estructura, los creadores la adoptan a través de la voz en off constante de los personajes y el intercambio de perspectivas para narrar un mismo evento (como el momento en que se conocen).

La química en pantalla de los actores no nada más es perfecta, sino que está dosificada en el mismo contexto del cómic.

Y todas estas virtudes únicas de la adaptación –el diseño, la forma narrativa, los personajes y sus desarrollos– se encuentran gracias al carisma único del soundtrack a cargo de Graham Coxon. El exguitarrista y mente maestra detrás de Blur es también un chico privilegiado, abandonado, retraído y lastimado de provincia inglesa. Su perspectiva aquí se enfoca en viejas canciones, sobre todo cincuenteras, que pasan desde la evidente The End of the World de Skeeter Davis hasta los Buzzcocks, Fleetwood Mac, Ricky Nelson y Françoise Hardy. En la música, esta serie encuentra una identidad única e inolvidable que la distingue de cualquier otro tipo de adaptación comiquera.

Mientras que las películas son medios restringidos en tamaño y compartimentalización, las series muestran otra plasticidad. En particular, en este nueva era dorada de la televisión estamos viendo argumentos más osados, sexualidades menos maniqueas y violencias más gratuitas.

Y estas posibilidades demuestran que se puede cambiar el camino argumental de un cómic en la adaptación: se puede cambiar la estética, la coloración, la comunicación; se pueden añadir detalles, se puede limar argumentos, se pueden modificar personajes; se puede crear una identidad propia en la adaptación sin faltarle al respeto al material original. The End of the F***ing World es, así, la muestra perfecta de que esta plasticidad puede llegar a niveles únicos de refinamiento.

Anarquía sin fin

Muchos han dicho que The End of the F***ing World es una suerte de Bonnie and Clyde para una nueva generación. Un poco siguiendo las películas de fuga y autodestrucción que tanto le gustaba escribir a Quentin Tarantino (Natural Born KillersTrue Romance) y que también tuvieron sus ecos en David Lynch (Wild at Heart), Terrence Malick (Badlands), Martin Scorsese (Boxcar Bertha) y Ridley Scott (Thelma and Louise).

Es cierto, esta serie tiene mucho de esa misma ira romántica, de ese mismo aliento de anarquía heredado de la generación beat, de esa misma insolencia sexy que hizo tan grandes a todas las cintas que citamos antes entre los clásicos del exploitation carretero de romance. La diferencia aquí es que Forsman mezcló este género peculiar con un bildungsroman podrido, es decir, una novela de aprendizaje, de transición de la adolescencia al mundo adulto, que resulta mal.

Y aunque todas las cintas que citamos tienen algo de aprendizaje, de ira adolescente y de rechazo a la transición adulta, jamás ponen a personajes tan jóvenes como estos. Aquí la ira nace temprano, a los 17 años, con un absoluto rechazo a la autoridad. De hecho, la autoridad en todo el cómic de Forsman, como argumenta perfectamente Rob Clough en The Comics Journal, es una fuente de desconfianza y violencia.

La madre de Alyssa vive en una constante depresión, el padre de James es un idiota con tendencias golpeadoras, el hombre que los atrapa en su casa es un satanista, la policía que los persigue es una asesina, el padre de Alyssa es un hombre incompleto, destrozado, deprimido… El único personaje adulto que los ayuda es el guardia de seguridad que simpatiza con la desgracia de Alyssa. Pero, como explica Clough, “no hay una sola figura de autoridad significativa que sea digna de confianza”. Y hay una sensación permanente de amenaza y aislamiento en un mundo que rechaza la adolescencia menos complaciente.

La justicia más humana termina recompensada a traición con un golpe en la cara, mostrando que no hay salida para los enamorados; que no hay resolución en el romance; que amarse es cavar una hermosa tumba propia.

En la serie de televisión la realidad es un poco diferente. Todavía está la estructura de películas de fuga y romance, todavía están los motivos carreteros y la autoridad dudosa. Pero, también, los adultos son más compasivos.

En vez de tener a una policía satanista que los persigue para destriparlos, encontramos a una pareja de policías en un romance roto propio. Después de una noche de sexo inocuo, una policía quiere entablar un romance y la otra parece no estar interesada. Por eso, cuando una de ellas empieza a sentir compasión por los adolescentes en fuga, la otra muestra su rechazo: acordarle simpatía sería aceptar una cercanía…

Lo que es interesante aquí es que, a partir de este añadido de la adaptación, la serie muestra la arbitrariedad de la impartición de justicia: puede ser mediada, comprensible, suave o absolutamente fría e impasible. La justicia más humana termina recompensada a traición con un golpe en la cara, mostrando que no hay salida para los enamorados; que no hay resolución en el romance; que amarse es cavar una hermosa tumba propia.

Ninguna comprensión, ningún acercamiento adulto sirve de algo en esta espiral fatal. Los chistes del padre de James, su capacidad para tratar de olvidar, de la manera más fútil, la tragedia familiar, alejan más a su hijo; la compasión mal emplazada de la madre de Alyssa que le manda cartas de cumpleaños en nombre del padre ausente termina hiriéndola profundamente; ese mismo padre ausente ofreciendo un asilo para venderlos por unas monedas les da la dimensión de las traiciones de este mundo; la oferta de la policía compasiva termina con un desenlace trágico e inevitable…

La hermosura de esta serie no está en la promesa de una catarsis en la tragedia o de una liberación por un final feliz, sino en ver cómo se consumen dos vidas que apenas empiezan.

En ese sentido también, conforme se avanza hacia una fatalidad evidente, entendemos que la tragedia no nace de decisiones aleatorias sino de una necesidad siempre presente. Desde su trauma, James había iniciado un camino de destrucción disfuncional: este personaje nunca logra balancear sus tendencias sociopáticas con la ternura humana que todavía guarda. De la misma forma que Alyssa no puede desprenderse completamente de su necesidad de cariño y aceptación. Su adecuación al mundo es imposible, hecha para explotar como pequeña bomba de tiempo que necesitaba solamente una chispa para encenderse.

La hermosura de esta serie no está en la promesa de una catarsis en la tragedia o de una liberación por un final feliz, sino en ver cómo se consumen dos vidas que apenas empiezan. El camino de la integración al mundo no perdona el desdén y estos jóvenes adultos queman todos los puentes. Esta serie libera entonces las energías maravillosas de un cuento romántico de enfrentamiento al mundo sin las cursilerías que implica la independencia de una vida despiadada.

La hermosura futil de este romance oscuro está en la intensidad de los últimos días de James y Alyssa; en acompañarlos mientras se encaminan a un barranco que no conoceremos y que sentimos, también, como una liberación propia… La belleza de esta serie es que te hace sentir, encarnizadamente, cómo sería consumirse tan rápido en el fuego de un vida más intensa.

Lo bueno
  • El genial casting y las perfectas actuaciones.
  • La música del gran Graham Coxon.
  • La fotografía y el manejo de color.
  • La dirección alternada de Jonathan Entwistle y Lucy Tcherniak.
  • El formato breve que imita los mini cómics.
  • La concisión de la serie que no necesita nada más.
  • Que se hizo en este formato y no como película.
  • Que es un artefacto de manufactura perfecta y cariño justo.
Lo malo
  • Que a Netflix se le puede ocurrir la idea pedorra de hacer una segunda temporada.
Veredicto

La adaptación de Netflix de los cómics de Chuck Forsman logra algo absolutamente improbable: transforma la violencia contenida de rabia americana beat que habita los cómics a un desapego suburbano inglés con otra generación perdida. Y el cambio no nada más funciona bien, sino que es magistral.

Con un enorme casting, la fotografía espectacular, la dirección minuciosa, el enorme score, The End of the F***ing World se perfila para ser de las mejores series del año… y apenas estamos empezando el 2018. Esta es la ira estética que necesitábamos, la liberación sensual y sin edad de romanticismos perdidos, la desesperación sin catarsis, el último paso frente al abismo para largarnos, de una vez por todas y cantando, de este puto mundo.

https://www.youtube.com/watch?v=WCc6K995oAk

Título: The End of the F***ing World.

Duración: 8 episodios.

Fecha de estreno: 5 de enero 2018.

Cadena: Netflix.

Elenco: Jessica Barden, Alex Lawther, Gemma Whelan, Steve Oram, Wunmi Mosaku, Christine Bottomley, Navin Chowdhry, Barry Ward.

País: Inglaterra.

ANUNCIO

Más reseñas

logo-menu-codigo-espagueti