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Siri Hustvedt: "He ganado en confianza. ¿Puede ser que tenga menos miedo?"

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Entrevista con la ganadora del Princesa de Asturias de las Letras en su casa de Nueva York, en la que aborda «el sesgo contra la mujer», su literatura, la relación con su marido (Paul Auster) y la neurología.

La escritora Siri Hustvedt en Barcelona.
La escritora Siri Hustvedt en Barcelona. GETTY

"Es 1942. El hecho ocurre en Leningrado, durante el asedio, por si no lo sabes, uno de los peores momentos de la historia de la Humanidad. Solo en aquel lugar murieron 500.000 personas. Y allí está Bajtín retenido en un apartamento esperando a que le maten cualquier día. Tiene mucho tabaco pero no tiene papel para liarlo. Así que coge las páginas de un manuscrito en el que lleva trabajando desde hace 10 años y las rompe a tiras para poderse liar los cigarrillos.

- ¿Es la única copia?

- Es la única copia... En fin, cuando vas a morir, ¿qué es más importante? ¿Un libro o un cigarrillo? Así que, aspirando y expeliendo, poco a poco, Bajtín se fumó su propio libro".

Sentada en una butaca en el salón de su casa, con las piernas cruzadas y la espalda perfectamente recta en una posición que revela su práctica sistemática de yoga, Siri Hustvedt recuerda --aunque no frase por frase- la conversación de la escena del minuto 102 de la película Smoke, que ganó el Oso de Plata del Festival de Berlín y cuyo guion escribió su marido, Paul Auster.

Hustvedt usa la anécdota de Bakhtin para saltar a otra anécdota que refleja mucho de su vida y su personalidad. "Fue en una fiesta, hace unos años. Yo no conocía a aquella persona, así que hablamos de todo y de nada, y entonces me dijo: 'Sé que su marido es un experto en Bajtín, un teórico ruso'. Y yo le contesté: 'En realidad, Paul no ha leído una letra de Bajtín, pero yo le conté la anécdota de cómo se fumó la única copia del libro que había escrito sobre literatura alemana durante el sitio de Leningrado que luego él usó en Smoke'. El hombre no pudo digerir eso. Se alejó de mí. Yo había pinchado la burbuja de su héroe. Se suponía que la mujer del héroe no podía haber aportado la anécdota. En psicología social, hay una palabra para esto, respuesta negativa (backlash): cuando la mujer no se adecúa a lo que se espera de ella, genera agresión e ira", explica Hustvedt modulando perfectamente la voz. Acaso Hustvedt tenga razón cuando afirma en su colección de ensayos y conferencias La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres que "una obra de arte no tiene sexo". Pero las personas que rodean a la obra de arte, sí lo tienen.

La anécdota de Smoke -y la anécdota de la anécdota- resume la obra y los intereses de la ganadora del último Premio Princesa de Asturias de las Letras. A sus 64 años, Siri Hustvedt es una estadounidense un poco noruega -el país donde pasó varios años en su infancia y adolescencia y cuyo idioma se hablaba en su casa-, nacida en Minnesota pero neoyorquina de adopción y sentimiento, con una obra heterogénea traducida a 40 idiomas que combina la creación -novela y poesía-, la filosofía y el ensayo sobre cuestiones tan diversas como la pintura (por ejemplo, Goya o Tiepolo), la neurología, la psicología, y la psiquiatría. Y que a menudo combina todo eso. Acaso porque, como ella misma afirma en Una súplica para Eros, la literatura "imita a la memoria sin ser memoria".

Siri Hustvedt en su casa de Nueva York.
Siri Hustvedt en su casa de Nueva York.

Todo, además, con un toque ideológico -Hustvedt es de izquierdas, y, como ya habrá detectado el lector, feminista- y otro personal, casi de celebrity, porque su marido es Paul Auster, uno de los escritores más famosos del mundo, que ya ganó el Princesa -entonces, Príncipe- de Asturias en 2006, y a cuya entrega le acompañó ella. El 18 de octubre, los papeles se invertirán, cuando Hustvedt recoja el galardón en una ciudad, Oviedo, en la que parece que lo que más le sorprendió es que, como dice en uno de los pocos momentos en los que su voz deja traslucir un sentimiento de sorpresa, "es muy curioso, tocan la gaita...".

Aunque Auster y Hustvedt llevan casados casi cuatro décadas, ella cree que gran parte de la comunidad literaria no es capaz de aceptar la idea de que una mujer pueda ser una creadora independiente de su marido. Y no solo por la anécdota de Bakhtin. Una anécdota que, para rizar el rico, es falsa: el escritor pasó la Segunda Guerra Mundial en Moscú, no en Leningrado, y no se fumó su manuscrito, sino que éste ardió en un bombardeo alemán.

¿Existe un sesgo contra la mujer en el mundo de la literatura?
Yo creo que hay un sesgo contra la mujer en el mundo en general. No estoy segura de que sea peor en el mundo literario que en otros campos, aunque sí creo que en ciertos terrenos que son codificados como femeninos o blandos, como la literatura o las artes en general, la mujer es, como explico en un ensayo, doblemente feminizada, porque es una mujer, y las novelas, por ejemplo, son cosas femeninas. Pero un hombre novelista masculiniza la cosa, simplemente por el hecho de ser un hombre. Y eso, a su vez, eleva al hombre en cuestión. Cualquier cosa masculina está por encima de cualquier cosa femenina. No se me ocurre ningún campo en el que eso no sea cierto.
¿Ha vivido usted eso directamente?
Sí, claro. Es muy gracioso. Probablemente sea porque estoy casada con un novelista, pero la gente da por sentado que Paul me ha enseñado psicoanálisis, neurociencia... Basta con mirar mi currículum, que está en internet: yo tengo un doctorado; él, no. Yo he pasado años estudiando estas materias; él, no. Hay gente que reacciona con hostilidad cuando descubre que Paul no ha sido responsable de mi educación.

La educación de Hustvedt es un ejemplo de eclecticismo. Sus influencias incluyen, entre otros muchos, nombres como el de Dickens (sobre el que hizo su tesis doctoral en la Universidad de Columbia), Emily Dickinson, Freud, Lacan, Kierkegaard, y una amplia gama de filósofos y científicos poco conocidos por el gran público, como la filósofa del siglo XVII Margaret Cavendish o el lingüista estadounidense Roman Jakobson. Además de, evidentemente, Bakhtin. Acaso eso explique algunas de sus obras, como Todo cuanto amé -posiblemente, la más popular de sus novelas- una combinación de relato sobre el mundo del arte y thriller psicológico.

El diario 'The Guardian' la ha calificado de «escritora intelectual». ¿Está usted de acuerdo?
Considero a los intelectuales personas que tienen una pasión por las ideas, y yo tengo esa pasión. Así que me considero una intelectual. Y creo que hay grandes escritores que no son intelectuales.
¿Cómo quién?
Mmmmm. ¿Quién podría decir que es un escritor que me guste y que no sea un intelectual....? ¡Faulkner! Aunque Faulkner escribió libros grandiosos no era un intelectual. F. Scott Fitzgerald tampoco lo era, aunque se interesó mucho por el psicoanálisis y la psicología debido a Zelda [la esposa del escritor, que acabó siendo internada en un hospital psiquiátrico]. Hay gente muy inteligente que no es intelectual en absoluto. Y viceversa. No son la misma cosa. Yo creo que lo que The Guardian quiere decir es que yo hago una cosa que, seamos honestos, la mayoría de los escritores de ficción no hacen, y que es escribir sobre neurología y filosofía. Los demás no publican libros sobre esas materias pero, ¿por qué iban a hacerlo? Solo se trata de una singularidad de mi personalidad, que hace que yo nunca pueda dejar de estar interesada en eso.
Usted ha tenido episodios de temblores incontrolables. ¿Escribir sobre neurología y psicología, le ha ayudado a encontrar soluciones a eso?
No. He tenido cuatro episodios de ese tipo en mi vida, y una amiga neuróloga me dijo, cuando escribí el libro La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, «todos estamos de acuerdo en que no sabemos qué es». Por eso, al final del libro, digo que no se puede aislar el sistema nervioso de la psicología. ¿Ha visto los temblores de Angela Merkel?
Sí.
Eran muy parecidos a ésos. De hecho, he dado recientemente un par de entrevistas por los temblores de Merkel, aunque por supuesto no puedo diagnosticar nada.

Siri Hustvedt se anima cuando habla de no-ficción, es decir, de epigenética, de ADN y de proteínas. Es un territorio que parece en la frontera entre la microbiología y la metafísica, pero que, para ella, es una obra de arte que ofrece un significado nuevo cada vez que la mira -de hecho, usa las mismas palabras para hablar de esto que cuando se refiere a su admirado Goya- y, también, un juego infinito que la entretiene en los días de su ordenada vida, que empiezan frente al ordenador alrededor de las seis de la mañana, y que continúan, después de comer, con lectura y ejercicios físicos.

Por eso pasa la mayor parte del tiempo en su vivienda, una casa de cuatro plantas típicamente neoyorquina - un brownstone, literalmente piedra marrón- de hace algo más de un siglo que dentro se convierte en ocre. La vivienda todavía mantiene su ornamentación, en una variante del art-decó conocida como estilo decorativo moderno, que incluye un espectacular marco de madera hasta el techo en el salón que Hustvedt y Auster llaman «el ábaco» por los motivos de sus grabados. En esa casa del barrio de Park Slope -una zona que se ha ido gentrificando en las últimas tres décadas- escribe la ganadora del Princesa de Asturias sus ensayos y sus novelas.

Usted reescribe mucho. Algunos de los borradores de sus novelas son de 150 páginas.
Eso era cuando empecé. Mi primera novela ['Los ojos vendados', de 1992] me llevó cinco años... ¡En realidad seis, pues hubo uno en medio en el que no trabajé en ella! Ahora soy mucho más rápida. Sobre todo, si se considera mi producción de no-ficción.
¿Por qué es más rápida?
No lo sé. Creo que es porque con los años he ganado confianza y autoridad. ¿También puede ser que tenga menos miedo?
¿Miedo a qué?
A menudo, lo que interfiere con tu escritura es que tu propio material te da miedo. Doy un seminario de Psiquiatría en la Universidad de Cornell, en el que tratamos cosas como la relación que se establece entre el médico y el paciente, los diferentes diagnósticos... Escribimos en clase, pero luego lo encuadramos todo dentro de la práctica de la Psiquiatría, y le damos un enfoque filosófico, y me he dado cuenta de que cuando se tocan temas demasiado personales, demasiado sensibles, la gente tiende a evitarlos. Y, cuando escribes, la cosa es estar completamente abierto y sin miedo, y dejar que el material venga, y creo que ahora lo hago de manera más relajada, lo que acelera el proceso.
¿Se trata de estar más a gusto con uno mismo durante el acto de la escritura?
Creo que ésas son cuestiones muy profundas sobre la autorrepresión, los miedos de cada uno, que a menudo son muy difíciles de articular, o que a veces están más allá de lo que uno puede expresar.

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