_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Chueca

‘Radio Gaga’ instaló su chiringuito-estudio en la Plaza de Pedro Zerolo y por su estudio pasaron personajes de todas las tendencias sexuales conocidas

Grabación de Radio GAGA. En vídeo, tráiler del programa.
Ángel S. Harguindey

La derecha tiene un problema con el aparato reproductor. Vox y el PP no acaban de admitir algo tan simple como que cada cual sea lo que quiera ser. La tercera temporada del estupendo programa Radio Gaga (Movistar) comenzaba con un homenaje a Chueca, el barrio más libre de Madrid y epicentro del Orgullo.

Instalaron su chiringuito-estudio en la Plaza de Pedro Zerolo y por su estudio pasaron personajes de todas las tendencias sexuales conocidas, encantados de ser quienes son sin obviar los momentos difíciles, crueles incluso, de quienes en nombre de una moral inflexible tratan de imponer su verdad.

Quique Peinado y Manuel Burque demostraron de nuevo su principal virtud: saber escuchar. Y todos escuchamos historias como la de Manuela, una mecánica de camiones transexual que decidió asumir su identidad real a los 43 años. Y vimos a su orgullosa familia escuchando las confesiones de Manuela. O la de Aaron, un violinista surcoreano al que su padre amenazó con un cuchillo al saber que era gay y al que confinaron en una celda monástica en Corea. Llegó solo a España con su violín y tocó en las calles hasta que consiguió ser miembro de la Orquesta Nacional a los 20 años. O la historia de dos mujeres de 65 años que viven su gran historia de amor desde hace menos de uno. O la de Gabriel, que tiene dos padres y demuestra una madurez infrecuente. Y la de Judith, una niña en período de transición, segura de sí misma. Historias ejemplares de la tolerancia social y de la intolerancia conservadora que desprecia lo diferente, pero aprecia el vender pisos de protección oficial a fondos buitre.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_