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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 21 a. Semana – Ciclo B

San Bartolomé, Apóstol

“Felipe encuentra a Natanael y le dice: “Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José de Nazaret”. Natanael replicó; “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” Felipe le contestó: “Ven y verás”. (Jn 1, 45-51)

La evangelización no se hace con grandes masas.
La fe no se recibe en sociedad anónima.
La fe se recibe personalmente.
Es un encuentro personal con Jesús.
Es un encuentro personal con Dios.

Los primeros pasos de la evangelización se llevan a cabo capilarmente.
La primera evangelización se lleva a cabo de persona a persona.
Primero es Andrés que se encuentra con Jesús.
Inmediatamente le lleva la noticia a su hermano Simón.
Ahora es Felipe que encuentra con Natanael y le anuncia al Mesías.
Y ante las dudas de Natanael lo lleva personalmente a Jesús.

Felipe ha encontrado a Jesús y le sigue.
Y no puede guardar el secreto.
No sabemos si Felipe y Natanael se conocía de antes.
Pero Felipe no puede callar lo que lleva dentro.
Felipe no puede callar lo que para él ha sido la gran sorpresa de su vida.
Encontrarse con Jesús no es para conservarlo en secreto.
Tiene que contarlo a los demás.
Tiene que decirlo a los demás.
Tiene que compartir su propia experiencia.

Este es el secreto de nuestra fe.
Si realmente la hemos descubierto, no podemos silenciarla.
Si hemos encontrado a Jesús no podemos callarlo.
La fe tenemos que transmitirle de persona a persona.
Cada cristiano debiera sentir la necesidad de hablar de su propia vivencia.
Cada cristiano debiera contar su propia experiencia.
Cada cristiano es un evangelizador.
Cada creyente debiera caminar por el mundo anunciando a todos.
“hemos encontrado a Jesús”.
“hemos encontrado a Dios”.
“hemos encontrado el Reino”.
“hemos encontrado el Evangelio”.

Más que grandes organizaciones, necesitamos grandes encuentros.
Más que grandes planificaciones, necesitamos aprovechar cualquier encuentro.
Si cada cristiano nos acercásemos a uno solo y le diésemos la buena noticia.
Si cada cristiano anunciásemos nuestra propia experiencia.
Si cada cristiano hiciésemos pública la figura de Jesús.

Es posible que al principio la gente se nos ría.
Es posible que al principio la gente no nos crea.
No importa.
Seamos nosotros quienes los tomamos de la mano y los llevamos a Jesús.
Que maravillosa sería la Iglesia si todos nos cogiésemos de la mano para llevar a los demás a Jesús.
Natanael no creía que de Nazaret pudiera salir cosa buena.
Pero también él se abrió cuando Felipe lo lleva a Jesús.
Ahora el problema ya no es entre Felipe y Natanael.
Ahora el problema es entre Natanael y Jesús.
Y a veces la fe llega por caminos muy simples y sencillos.
Bastó verlo debajo de la higuera.
Nada de grandes discursos sino meternos en la vida de los demás.
Puede que a ti, Jesús te llegue no viéndote bajo la higuera.
Pero sí conduciendo el carro.
Compartiendo un café con tu amigo.
O incluso asistiendo a un partido de fútbol.
La gracia tiene muchos caminos.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 16 a. Semana – Ciclo B

Santiago, Apóstol

“Se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?” “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Pero Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Contestaron: “Lo somos”. (Mt 20,20-28)

Hay mamás que parecen generosas entregando a sus hijos al servicio de la Iglesia.
Pero su generosidad no apaga en su corazón un cierto egoísmo y vanidad.
Los entregan a Dios en la Iglesia.
Pero luego, no pueden ocultar sus deseos de una “mitra” o lo que sea.
Lo importante es que sean los primeros, estén por delante, por encima del resto.
Bueno, yo a las mamás, les perdono estos sentimientos.
No en vano son “mamás”.

Me extraña un poco más el que, quienes han tomado en serio seguir a Jesús, caigan en la trampa de los sentimientos maternales de “mami”.
Pareciera que tampoco a ellos les desagrada ese “aire de las alturas” que dicen arriba es más puro, pero también tiene menos oxígeno.
Ese “mal de las alturas” aquí lo llaman “soroche”.
¡Y no se imaginan cómo duele la cabeza cuando le agarra a uno!

Y sin embargo, también debo reconocer que, Jesús tampoco me da la razón en todo.
Los mira y se admira de lo que le están pidiendo.
Es consciente de que ni ellos saben lo que piden.
Porque eso de ocupar los primeros puestos, a la luz del Evangelio, es atreverse a correr el mismo riesgo que Él corrió.
Ocupar los primeros puestos implica sentarse en el último.
Ocupar los primeros puestos implica pasar por el difícil momento de la Cruz.

Por eso me admira Jesús.
No apaga las ilusiones de sus corazones.
No apaga las esperanzas de sus corazones.
No apaga sus ideales, por más que parezcan muy humanos.
Sencillamente los enfrenta con la realidad:
“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”
¿Sois capaces de llegar hasta el final con todas las consecuencias?
¿Sois capaces de llegar a dar la vida por los demás?

Y los chicos no parecían torpes.
De inmediato respondieron decididos: “Lo somos”.

Es posible que, muchas veces, sean los padres los que piensen en vez de los hijos.
Es posible que, muchas veces, sean los padres los que pretenden planificar la vida de los hijos.
Sin embargo, me gustan los padres que miran lejos, cuando se trata de sus hijos.
Me gustan los padres que no se contentan con hijos “rapados como arbolitos mochos del jardín”.
Me gustan los padres que ofrecen metas altas a sus hijos.
Me gustan los padres que despiertan en los hijos la capacidad de riesgo.
Me gustan los padres que siembran ilusiones y esperanzas.
Me gustan los padres que tienen fe en sus hijos.

Y por más que todo ello huela a “vanidad del apellido”, Jesús mismo, no quiso matar aquellas ilusiones y esperanzas.
Tan solo quiso hacerles aterrizar y confrontar las consecuencias.
Tan solo quiso hacerles ver sus reales posibilidades.
Tan solo quiso hacerles tomar conciencia de que, el seguimiento no era una pura ilusión sino que tenía que pasar por el aro de la cruz.
Tan solo quiso hacerles sentir que, para ser primero a la luz del Evangelio, hay que aprender a ser el último.
Tan solo quiso hacerles ver que los primeros puestos, como los grandes hombres, sólo se forjan, no con el poder sino con el servicio.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 13 a. Semana – Ciclo B

Santo Tomás, Apóstol

“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costad, no lo creo”. (Jn 20,24-29)

Como una especie de oasis en el camino del tiempo ordinario, hoy nos encontramos con un Jesús resucitado apareciéndose a sus discípulos. Y como figura central, la figura de Tomás.
El espacio normal para encontrarnos y para ver a Jesús es la “comunidad”.
La fe comienza por creer a la comunidad que “ha visto al Señor”.
Pero siempre hay quienes no creen en la comunidad.
Y siempre hay quienes para creer ponen condiciones.

“Tomás no estaba con ellos”.
No estaba en la comunidad y se perdió la ocasión de ver por primera vez al resucitado.
Es que Jesús tiene como espacio de su presencia “donde dos o tres estén reunidos” en medio de ellos estoy yo.
Nunca faltan los individualistas que prefieren caminar en solitario.
Nunca faltan los individualistas que prefieren vivir al margen.
Nunca faltan los individualistas que se niegan a ser uno más del grupo.
Se sienten especiales.
Se sienten más que los demás.
Se sienten autosuficientes y que no necesitan de nadie.
Sin embargo, la comunidad es lo más parecido a Dios.
La comunidad es el clima más humano para la convivencia humana y cristiana.
El cristiano no es un francotirador, sino alguien que vive en “comunión y fraternidad”.
La comunidad es como el ambiente climatizado donde mejor se está.
¿Era Tomás un individualista?

“Hemos visto al Señor”
Tomás no es un incrédulo.
El pecado de Tomás es “la duda”.
El pecado de Tomás es “no creer a la comunidad”.
El pecado de Tomás es “no creer que los demás puedan ver, si él no ha visto”.
Jesús se revela y manifiesta en la comunidad.
Jesús convierte a la comunidad en el testigo de que “El está vivo”.

“Yo creo en Jesús, pero no creo en la Iglesia”.
Es la actitud moderna y actualizada de los que también hoy se saltan a la comunidad.
Es la actitud moderna y actualizada de los que también hoy quieren saltarse a la comunidad eclesial para creer en Jesús.
Es la actitud moderna y actualizada de los que, en realidad, no creen en Jesús, y lo justifican pasando por encima de la Iglesia.
Piensan que el Evangelio lo escribió Jesús y no Mateo, Marcos, Lucas y Juan, miembros de la comunidad. Sin Iglesia no hubiésemos tenido los Evangelios.
Los Evangelios nacieron en la Iglesia. Sin Iglesia no tenemos camino.
Sin Iglesia no tenemos presencia del resucitado, ella es el “Sacramento pascual del resucitado”.

“Si no veo y si no meto mis dedos”
Hay quienes siempre ponen y exigen condiciones para creer.
Tomás es positivista: quiere ver y tocar.
La fe no viene del ver y tocar.
La fe se retransmite por el testimonio de los que han visto y creído.
Sin embargo, Tomás revela también el proceso de la fe del hombre de hoy.
No podremos ver las llagas de Jesús, pero sí necesitamos ver la fe vivida en la comunidad.
No podremos tocar y meter nuestros dedos en las llagas de Jesús, pero sí necesitamos testigos de esas llagas.
Tal vez, hoy, no sean las llagas del “Crucificado”, pero sí las llagas de los “crucificados”.
Necesitamos el testimonio de una Iglesia que sepa ver las llagas de los “crucificados”.
Necesitamos el testimonio de una Iglesia que sepa meter sus dedos en las heridas y llagas de los “crucificados” de hoy.
Es posible que el hombre de hoy, necesite ver una Iglesia identificada con esas llegas y esas heridas de los “crucificados”. Y que no sea suficiente decir: “Hemos visto al Señor”.
¿Dónde lo hemos visto?
De hecho, Jesús les mostró las llagas de sus manos, de sus pies y de su costado.
La Iglesia ¿no tendrá que manifestar también hoy las llagas de sus manos, de sus pies y de su corazón, fruto de su compromiso con los crucificados de hoy?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para la Pascua: Jueves de la 6ta Semana – Ciclo B

San Matías, Apóstol

“No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé, Esto os mando que os améis unos a otros”.
(Jn 15, 9-17)

Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de este “Apóstol añadido”, San Matías. Llamado a ocupar el lugar que otro ha dejado un vacío en los Doce. Y la Liturgia de la aplica el Evangelio que escuchamos ayer, domingo.

No fue de los Apóstoles elegido a primera hora.
Le tocó en suerte ser suplente de quien no supo responder a la llamada y elección de Jesús y falló en su vocación apostólica.
Pero Jesús sigue eligiendo, no quiere espacios vacíos.
A Matías le toca suplir al que no supo responder a la llamada.
A Matías le toca ocupar un lugar que otro dejó vacío.
Pero esa es la suerte de cada uno de nosotros.
Siempre hay fallos en la Iglesia.
Siempre hay quienes comienzan bien y luego deciden darse de baja, y a veces de una manera bien sucia y cobarde.
¿Y qué importa?
La llamada es la misma, aunque Matías sea llamado a través de la comunidad.
La llamada es la misma, siempre será la misión de ser el testigo de Jesús en el mundo.

Jesús lo ha dicho claramente “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”.
Unas veces nos elige personalmente él.
No sabemos en qué momento eligió a Judas.
Otras veces nos elige a través de la comunidad.
Pero siempre será él quien guía esta elección.

¿Por qué eligió a Judas, si “desde el principio sabía que lo iba a entregar”?
Misterios de la gracia que a todos quiere dar la oportunidad, y no la niega, ni siquiera a quien luego será el que le pone precio en treinta monedes.
¿Por qué eligió a Matías luego a través de la comunidad?
Es el misterio de la comunidad reunida en nombre de Jesús y medio de la cual está presente también.

Toda elección es una delicadeza de Dios.
Toda elección es gesto amoroso de Dios.
Toda elección es un don de generoso de Dios.
Toda elección nos hace ocupar un lugar especial en el corazón de Dios.
Toda elección nos invita y nos encomienda una misión, que es la misma de Jesús.

Todos, como creyentes, somos unos elegidos de Dios.
Resulta maravilloso pensar que no somos nosotros quienes le hemos elegido a El.
Sino que somos elegidos por El.
Y por tanto ocupamos un lugar particular en su corazón.
Y tenemos una misión especial que cumplir.

Vivir la experiencia de “ser elegidos” puede ser la gran fuerza que nos anima, alienta y empuja a seguir adelante:
Los esposos son elegidos para ser “la pareja que revele su amor”. El matrimonio siempre ha sido en la Biblia el gran signo del amor de Dios.
Los sacerdotes y religiosos somos unos elegidos, pero poder ejercer el ministerio de servicio al Pueblo de Dios.
Y por el bautismo todos somos elegidos.
Es fundamental que constantemente regresemos a esta experiencia de “la elección”, porque es regar las raíces de nuestro ser de creyentes. Es regresar a las raíces de lo que somos y estamos llamados a ser.
Actitud de agradecimiento.
Actitud de de fidelidad.
Actitud de responsabilidad.
Actitud de alegría y de esperanza.
Quien te ha elegido te lleva dentro de su corazón.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: San Juan Apóstol y Evangelista – Ciclo B

“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos… lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con el Hijo Jesucristo.
Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa” (1 Jn 1,1-4)

¿No os gusta esta confesión de Juan y que debiera ser también la nuestra?
Nosotros no hablamos tonterías.
No nosotros no hablamos de lo que se nos ocurre.
Nosotros no hablamos de lo que agrada a la gente.
Nosotros no hablamos noticias de segunda mano.
Nosotros no hablamos de lo que hemos leído o nos han dicho.

Nosotros hablamos y damos testimonio:
De lo que vimos con nuestros propios ojos.
De lo que le hemos oído y escuchado personalmente a El.
De lo que han tocado y palpado nuestras propias manos.

Es decir no hablar no porque decimos palabras y tenemos lengua.
Sino hablar de que hemos experimentado.
Hablamos como testigos personales y presenciales.
André Frossard escribió un librito sobre su conversión titulado: “Dios existe, yo lo he visto”.
Nada de pruebas filosóficas.
Sino la mejor prueba: “yo lo he visto, lo he sentido, lo he experimentado”.

Dios no necesita pruebas, sino testigos.
Dios no necesita razones, sino testigos.
Y este puede ser el problema de nuestra fe y de nuestra predicación:
Creemos porque así nos lo han enseñado.
Creemos verdades sobre Dios contenidas en el Credo.
Pero ¿alguna vez lo hemos oído, visto, tocado?

Me pregunto ¿por qué hablamos realmente de Dios cuando hay tantas cosas de que hablar?
Juan nos da la respuesta:
¿Lo anunciamos para formar realmente una comunidad de creyentes, hermanos y testigos: “para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”?
¿Lo anunciamos para que los demás lleguen a esa misma experiencia de él?
¿Lo anunciamos para que los demás vivan la mayor alegría de sus vidas?
¿Lo anunciamos para que el mundo sea feliz y tenga una alegría completa?

No podemos anunciar y testimoniar un Dios que está como el cazador al acecho de la presa, al acecho de lo que hacemos, sino un Dios que llene nuestras vidas y nos haga vivir hasta rebosar.

Gracias, Juan, porque nos has marcado el camino de cómo tenemos que hablar de Dios, no desde las ideas frías, que tantas veces congelan el alma, sino desde el testimonio de nuestra experiencia personal, desde la alegría y el gozo de nuestra fe, porque sólo así Dios será Evangelio, “buena noticia”.
Tenemos que hablar de Dios porque lo sentimos, lo vivimos y no podemos silenciar nuestra experiencia, no podemos apagar las brasas que nos queman por dentro.
Tenemos que hablar de Dios, no para que la gente le tenga miedo, sino para que también los demás sientan el gozo de nuestra comunión con El y la alegría y la fiesta de nuestra fe en El.

¿Qué otra cosa es la Navidad sino un Niño, que viene del Padre, estaba en el Padre y ahora nos viene a hablar del Padre?
No nos quedemos jugando con las pajas del pesebre.
No nos distraigamos acariciado la lana de las vejas.
Vayamos más lejos:
El es el que ha visto al Padre.
El es el que ha tocado al Padre.
El es el que ha oído al Padre.
Por eso puede hablarnos como nadie del Padre.
Y como Juan también Jesús nos podrá decir: «para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena».

Clemente Sobrado C. P.