concienciaEspaña necesita cuanto antes una Constitución de la libertad política colectiva con representación de los electores (Nación) y separación de poderes (Estado).

La libertad política colectiva es la causa fundadora de las libertades individuales. Si no es la libertad política colectiva la que funda un sistema político, las otorgadas libertades individuales, que tenemos, están en precario, como en España. La libertad no existe si no la tienen los demás.

La conciencia de la unidad de España es previa a la conquista de la libertad política colectiva. Por tanto, si queremos una constitución de la libertad política colectiva, prima la unidad del sujeto constituyente, España.

La unidad de España a nivel geográfico e histórico, todo el mundo sabe lo que es, pero, la conciencia de España ha desaparecido, está perdida desde la última guerra civil. Desde la victoria franquista sólo hay política de Estado. Partidos, sindicatos, autonomías, ideas, cultura, enseñanza, comunicación, son todo meros organismos del Estado. Todo está controlado por un Estado sin control. España ha pasado a denominarse Estado Español. Muerto el perro, no se acabó la rabia, la rabia es contagiosa, y el consenso oligárquico trasformó el partido único de la dictadura en la oligarquía de partidos de la corrupción que padecemos. Con la reforma del franquismo sumamos ochenta años ya de hegemonía estatal, un ciclón que ha borrado  la conciencia y la memoria histórica de España.

La ausencia de libertad política hace que todo en España sea falso y mentira. Cuentos de la propaganda, que han mecido, dormido, ahogado y enterrado la conciencia de España. El miedo a la demagogia del poder y el despótico consenso socialdemócrata, han impuesto el pensamiento único, ya nadie cree en nada. Los tres valores supremos predominantes son: poder, dinero y fama.

El régimen establecido por la monarquía y la ambigua constitución (carta otorgada) de 1978 no ha disimulado su odio a la Nación Española, base de la potencia popular, constituyendo un Estado que ha tratado a España como un solar parcelado por diecisiete autonomías, que además de haber sangrado la economía española, multiplicando políticos, funcionarios y administraciones, ha sido caldo de cultivo del despilfarro y la corrupción. Un régimen neofeudal,  que ha repartido competencias y privilegios, ha consentido la discriminación del idioma español y ha sobrealimentado al nacionalismo, que a su vez ha envenenado impunemente a tres o cuatro generaciones en el odio a España, con el neurótico sentimiento independentista.

Un sentimiento no puede fundamentar una Nación. El sentimiento lo funda una disposición emocional, un Estado de ánimo, una pasión; que despierta sentimientos positivos como el amor, la admiración o la euforia, y negativos como el odio, la tristeza o la envidia. El nacionalismo es un sentimiento cultural inventado, que únicamente ambiciona el poder, el dominio, una emoción rencorosa y apasionada por la envidia del Estado. Es decir, el llamado y conocido nacionalismo, no es en el fondo más que estatalismo. Un sentimiento no puede ser conciencia.

A la conciencia la funda el conocimiento compartido de la propia existencia y de su entorno. No hay conciencia que no sea a su vez autoconciencia y eso es lo que se ha perdido en España, la autoconciencia de ser español. Conciencia y autoconciencia devienen razón. Decía Bergson que “La conciencia es un puente lanzado entre el pasado y el futuro”.  La conciencia está basada y unida a la memoria histórica. La memoria histórica sin conciencia es imposible, no tiene fundamento, se cae sola, es falsa. La conciencia retiene el pasado y anticipa el futuro. La conciencia cultivada nos descubre la realidad y nos ofrece la posibilidad de anticiparnos. “Donde hay anticipación hay elección, y donde hay elección hay libertad. En España no hay libertad porque no hay elección, y sin elección no hay libertad.”AGT

En este panorama, la dormida conciencia de España bosteza, no necesita exhibir ni carnet de identidad, ni pasaporte, ni himnos, ni símbolos, ni banderas; le basta su existencia, su tradición, sus hábitos, su rutina, su sentido común.

A día de hoy la conciencia española no es nacional, sino estatal. El nacionalismo catalán o vasco tampoco es nacional, es estatal. Todos son hijos de la misma madre, la partidocracia, todos quieren repartirse el botín del Estado.

La conciencia de España es, al decir de Hegel, una “conciencia desgraciada”, que no puede vivir porque no se reconoce. Spinoza habla de una “conciencia mordida”. Nuestra conciencia española ha sido mordida, una y otra vez,  mordida por los unos y por los otros.

¿Y cuál es la solución? Antonio García Trevijano nos apunta: “El apaciguamiento, cuando una conciencia se desgarra, no tiene más salida que el apaciguamiento. ¿Cómo se apacigua? Pues del mismo modo que es sano para el cuerpo una marcha, cuando estás agobiado, el mejor consejo es pasear por el campo ¡Vamos a pasear por la historia de España! la de atrás y la del futuro… no hay más que una conciencia victoriosa, la de España. Esa no perdió, ni ganó ninguna guerra civil, está por encima de esas vicisitudes.”

Tras lo dicho y entendido comprobamos que el enemigo público número uno de Nación Española es el Estado español. España es un patrimonio común, un hecho objetivo de existencia histórica colectiva, una realidad involuntaria, que está siendo arruinada y troceada por su Estado, secuestrado por partidos de un Estado, donde la Nación no está representada.

“La conciencia es libertad” vino a decir Sartre. Esa nueva conciencia del ser y de la existencia se anticipa a la realidad observada, ve su deseo de libertad y sabe que sólo podremos ser libres si conquistamos pacíficamente la libertad política colectiva, una libertad que abre un periodo de libertad constituyente, para poder presentar y elegir la forma de Estado y de gobierno.

 

Este texto está basado en la obra de mi maestro y amigo Antonio García-Trevijano.

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