Una de las cosas que más me llamaron la atención en 1981, cuando se produjo el atentado contra el presidente de EEUU Ronald Reagan, fue ver cómo sus guardaespaldas se lanzaban sobre él para cubrirle de los disparos con sus cuerpos. Desde entonces todos hemos visto escenas parecidas a menudo en cine y televisión; lo que la mayoría no sabe es que en realidad no se trata de algo tan nuevo como parece y ya en la antigua Roma se dio un caso similar -sustituyendo las armas de fuego por otras blancas, obviamente- con el emperador Galba y un guardia pretoriano llamado Sempronio Denso.

Nos situamos en el siglo I d.C. Hace ya muchas décadas que Roma ha dejado atrás el período republicano para pasar a ser un imperio; concretamente desde que en el año 27 a.C. el Senado le concediera a Octavio -por entonces ya renombrado Octaviano- el cognomen de Augusto, convirtiéndolo en emperador. En lo sucesivo, alcanzar el trono sería en una obsesión para muchos nobles y generales, lo que no deja de resultar curioso teniendo en cuenta que, estadísticamente, era comprar un boleto para una muerte probable. Treinta y siete magnicidios así lo acreditaron, sin contar las guerras civiles provocadas por hacerse con el poder.

En el año 68, Nerón acababa de volver de un viaje a Grecia cuando se enteró de que los gobernadores de la Galia Lugdunense y la Hispania Tarraconense, Cayo Julio Vindex y Servio Sulpicio Galba, se habían alzado contra él reivindicando la república. Vindex fue derrotado por las legiones destacadas en Germania de Virginio Rufo, cuyos soldados pidieron a éste que se proclamase emperador. Él se negó pero la situación ya estaba al rojo y el nuevo prefecto de la Guardia Pretoriana, Ninfidio Sabino, apoyó a Galba. El Senado depuso a Nerón, que terminó suicidándose, y Galba ocupó su lugar.

Retrato escultórico de Galba/Foto: Wolfgang Sauber en Wikimedia Commons

Era un rico aristócrata que tenía cierto prestigio por haber sobrevivido a Calígula y obtener el respeto de Claudio. Aún así, y pese a recibir el reconocimiento senatorial, se encontró con algunos opositores inesperados; entre ellos figuraba Publio Clodio Macrón, procónsul de África y uno de los que también se rebelaron contra Nerón. Galba mandó asesinarle, al igual que hizo con Fonteyo Capitón, comandante de la Germania inferior. Incluso Ninfidio Sabino se situó en su contra después de que el nuevo emperador colocara como segundo prefecto a uno de sus amigos hispanos, pero también acabó perdiendo la vida y Galba pudo centrarse en gobernar Roma.

Sin embargo, su gestión fue torpe. Anciano ya y no muy brillante, encima se rodeó de malos consejeros (Kovaliov los describe como «un montón de inútiles») y entre uno y otros quisieron solucionar los dos principales problemas de gobierno con medidas impopulares. Para el saneamiento de las finanzas, necesitadas de una intervención urgente, se aplicó una estricta política de austeridad que sembró el descontento; para restaurar la disciplina en el ejército, se optó por cambiar los cuadros de las legiones germánicas con el mismo resultado. Ambos aspectos se combinaron fatalmente al tratar de mostrar una posición de fuerza, negándose a pagar a los pretorianos su apoyo y a las legiones germánicas la recompensa que pedían por haber derrotado a Vindex.

Ante lo que consideraban un tacaño y un desagradecido, las tropas se negaron a renovar su juramento de fidelidad y pidieron al Senado otro emperador, apuntando todas las miradas al general Aulo Vitelio. Galba, que era viudo y no tenía descendencia -sus dos hijos habían muerto-, pensó ingenuamente que todo se solucionaría con un sucesor y eligió a uno de sus consejeros más jóvenes pero también más inexpertos: Lucio Calpurnio Pisón Liciniano, de treinta y un años y perteneciente a una de las familias más antiguas de la nobilitas romana, represaliada por Nerón. La adrogatio -adopción- se llevó a cabo en apenas diez días, en el campamento de la Guardia Pretoriana.

Los pretorianos nombran emperador a Claudio (Sir Lawrence Alma-Tadema)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Esa apuesta no sólo no salió bien sino que resultó contraproducente y supuso la sentencia definitiva para el emperador, ya que el otro gran candidato a convertirse en heredero no se conformó con la decisión y empezó a conspirar. Se llamaba Marco Salvio Otón y era todo un carácter, quizá para compensar su desgarbado aspecto físico (calvo, patizambo y de escasa estatura, intentaba simularlo arreglándose mucho, usando peluquín, depilándose y procurando llevar una apariencia impecable; «como una mujer», según Suetonio). Otón, de familia patricia que se remontaba a los etruscos, también había sufrido la represión de Nerón aunque no tanto por razones políticas como sentimentales, ya que su esposa, la famosa Popea, se divorció de él para convertirse en la amante del emperador.

El caso es que Otón, que había ayudado a Galba desde su puesto de gobernador de Lusitania, no obtuvo el premio que esperaba, así que empezó a sobornar pretorianos para conseguir su apoyo, aún cuando no tenía tantos recursos como el otro. La mañana del 15 de enero del año 69, tan sólo cinco días después de la adopción oficial de Pisón, Otón se presentó en el campamento pretoriano, donde en medio de cierta confusión fue proclamado Imperator. Acto seguido se puso al frente de un destacamento que salió en busca de Galba, quien enterado de los acontecimientos se dirigía hacia allí para intentar frenar el golpe, aunque otra versión dice que el propio Otón le engañó para que acudiera asegurándole que había logrado restablecer el orden.

El encuentro se produjo en el Foro pero no fue precisamente una batalla. Tácito cuenta que los transeúntes salieron en desbandada ante lo que se avecinaba, refugiándose en las basílicas y templos, mientras el signifer de la cohorte que escoltaba al emperador arrancaba del estandarte y arrojaba al suelo la efigie del emperador. Fue la señal para la deserción, con lo que Galba, que iba acompañado de Pisón y algunos colaboradores, se quedó indefenso en la plaza, a la altura del Lago Curcio (una especie de pozo sagrado donde, según la mitología, el personaje homónimo se inmoló por Roma siguiendo el designio de un oráculo). En medio del caos, incluso se cayó de la silla de mano que le transportaba y decenas de hombres se lanzaron sobre el grupo dispuestos a acabar con él.

Busto de Otón/Foto: Sailko en Wikimedia Commons

Aquí es donde aparece Sempronio Denso, de quien apenas se sabe nada más que su cargo y el heroico final que tuvo. Denso era centurión de la Guardia Pretoriana y había sido asignado por Galba a la escolta de Pisón. Cuando los demás huyeron, él se quedó en su puesto cumpliendo con su deber y haciendo honor a otros romanos históricos que también supieron estar a la altura de las difíciles circunstancias que les tocaron vivir, como Horacio Cocles defendiendo en solitario el puente Sublicio para dar tiempo a sus soldados a destruirlo e impedir al ejército etrusco llegar a Roma, o Mucio Escévola, que se quemó voluntariamente la mano en las llamas de un brasero para demostrar al rey etrusco Porsenna la determinación de los romanos a no rendirse.

El relato de lo que pasó varía un poco según el autor que lo narre, de forma que desconocemos el orden de las muertes de Galba y Denso. Suetonio ni menciona a este último. Plutarco aporta el dato de que el centurión era soltero y nunca había recibido ningún favor especial de Galba, guiándose en aquellos dramáticos momentos sólo por su juramento de lealtad. Dice que primero exhortó a los asesinos a deponer las armas y luego, siendo inútiles sus palabras, se enfrentó a ellos espada en mano hasta que le hirieron las piernas y ya no pudo mantenerse en pie, tras lo cual mataron al emperador.

Tácito tampoco nos dice nada sobre la vida de Denso, al fin y al cabo un personaje socialmente menor en ese episodio. Él mismo cuenta que hay varias versiones «según el odio o admiración que cada cual le tuviera» al emperador, de manera que en una Galba habría implorado clemencia y tiempo para reunir el oro que les había prometido a las tropas, mientras que en otra haría un alarde de sangre fría ofreciendo retador el cuello a sus asesinos. También especula con los nombres de varios soldados como posibles autores materiales de su muerte, aunque lo cierto es que el cadáver de Galba fue cosido a cuchilladas por casi todos y quedó prácticamente despedazado.

Luego fue el turno de uno de sus fieles, el cónsul Tito Vinio, y finalmente Tácito reseña la valerosa actuación de Sempronio Denso, que empuñando un simple pugio (un puñal auxiliar que usaban los legionarios pero cuyo uso estaba también extendido fuera del ejército) contuvo a los atacantes dando tiempo a Pisón a refugiarse en el Templo de Vesta. El escondite no le sirvió de nada porque hasta allí le persiguieron dos soldados llamados Sulpicio Floro y Estayo Murco, que le arrastraron fuera degollándolo mientras sus compañeros de crimen exhibían exultantes la cabeza del emperador en una pica.

El Lago Curcio hoy en día/Foto: Ursus en Wikimedia Commons

Por último, Dión Casio es bastante parco y se limita a decir, al igual que Tácito, que Galba fue el primero en caer y que sólo le defendió el centurión Sempronio Denso hasta que no pudo seguir y fue muerto tratando de cubrir con su cuerpo el del emperador. Tal cual los guardaespaldas que comentaba al principio. Casio concluye que cita el nombre de ese hombre porque es digno de ser recordado.

Las cabezas de las víctimas fueron paseadas clavadas en picas por los criminales en medio del jolgorio general pero parece que, pese a ser el principal beneficiario, Otón no acogió con muestras de alegría aquella orgía de sangre; al fin y al cabo Galba y Tito Vinio habían sido amigos suyos, por lo que únicamente mostró satisfacción por el final de Pisón. Tácito dice que unas ciento veinte personas le reclamaron una recompensa al atribuirse las muertes sin imaginar que todos serían ejecutados en breve.

Porque Otón apenas ostentó tres meses el poder antes de que Aulo Vitelio, un militar mediocre pero que contaba con el respaldo de las legiones germánicas -que a esas alturas hacían y deshacían a su antojo-, le derrocara tras una rápida campaña. Otón se suicidó y el nuevo emperador se libró por expeditivos métodos de todos aquellos que constituyeran un peligro, lo que incluyó la disolución de la Guardia Pretoriana reorganizándola con gente de su confianza. No obstante, Vitelio era, según Kovaliov, «una completa nulidad y su carrera se debía más que nada a las influencias de que gozaba su padre durante el reinado de Claudio», por lo que también aguantó poco en el trono: ocho meses después, en diciembre, fue derrotado por Vespasiano y asesinado por las tropas de éste, que pasaría a ser el cuarto emperador en un mismo año.


Fuentes

Historias (Tácito)/Las vidas paralelas (Plutarco)/Historia Romana (Dión Casio)/Vida de los doce césares (Suetonio)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)


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