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Hitler en París: la 'visita turística' del líder nazi

El 28 de junio de 1940, once días después de la capitulación de Francia, el Führer cumplió un sueño de toda su vida: dar un paseo por la Ciudad de la Luz.

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Francia capituló ante Alemania el 17 de junio de 1940, en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Once días más tarde, a las 5:30 horas del día 28, Hitler en persona aterrizaba en el aeropuerto de Le Bourget de la capital francesa con un único objetivo: cumplir su sueño de visitar la Ciudad de la Luz. Con una evidente ventaja, claro está, sobre cualquier otro turista del mundo: él ahora era el dueño de París, y de media Europa. Enseguida, tres Mercedes blindados lo recogieron junto a su séquito para trasladarlos al centro. En el primer coche viajaba el Führer con los arquitectos Speer y Giessler y el escultor Arno Becker. Y la primera parada fue la Casa de la Ópera, espléndido edificio neobarroco del arquitecto Garnier que entusiasmaba a Hitler, un apasionado de la ópera y de los teatros.

La visita a este lugar está llena de jugosas anécdotas. Ocurrió a las 6:00 y el vendedor de periódicos de la plaza de la Ópera, único parisino presente, no daba crédito a sus ojos. El propio Hitler lo rememoró en 1941: “Hice mi visita a París muy temprano, por la mañana, entre las seis y las nueve. El vendedor de periódicos que me reconoció se quedó con la boca abierta. Quise abstenerme de excitar a la población con mi presencia. Aún recuerdo la imagen de aquella mujer de Lille que, al verme desde su ventana, se puso a gritar: “¡El diablo!”. Al contemplar el edificio, el líder nazi exclamó: "¡Mi ópera, desde mi primera juventud he deseado ver este símbolo del genio arquitectónico francés!". Luego, en plena visita, afirmó que faltaba una sala. Cuando se le explicó que había sido tapiada tras una renovación, el Führer se regocijó de su erudición: "¿Veis qué bien conozco este edificio?".

Siguió después un recorrido –sin bajar del automóvil, salvo cuando quería ver de cerca algo que le interesara especialmente– por la ciudad que comenzaba a desperezarse: los Campos Elíseos, la Madeleine, el Trocadero, la Torre Eiffel. En ese momento se pararon: es la famosa foto de Hitler paseando rodeado de militares con la Torre Eiffel al fondo (imagen que ilustra este artículo). Hitler también pasó junto al Arco de Triunfo, el Monumento al Soldado Desconocido y la iglesia de los Inválidos. Allí permaneció unos instantes contemplando el sarcófago de Napoleón Bonaparte; cuando salió, le comentó a Hoffmann, el fotógrafo que lo acompañaba: “Ha sido el momento más bello de mi vida”. En cambio, apenas mostró interés por la catedral de Notre Dame, la Sainte Chapelle o el Louvre.

Finalmente, la comitiva se detuvo al pie del Sacre Coeur unos minutos; muchas personas pasaban camino de misa. Según Speer, “fue reconocido por los fieles, que no le prestaron ninguna atención”. En palabras del propio Hitler: "Para concluir, subimos al Sacre Coeur. ¡Espantoso! Pero, en conjunto, París es una de las joyas de Europa". Cuando terminaron la visita a las 9:00, el Führer le dijo a Speer: “Poder ver París ha sido el sueño de toda mi vida, no puedo expresar lo feliz que soy”. Nunca más regresó a la capital de Francia, pero le comunicó a su arquitecto de cabecera que debía acelerar los trabajos para el nuevo Berlín, ante cuya grandiosidad palidecería la ciudad francesa. "Berlín deberá superarla en belleza. Cuando hayamos terminado, París quedará en segundo lugar”. Al final de la guerra, cuando ésta ya estaba perdida para el Reich, ordenaría destruir la urbe que tanto admiraba para que no cayera en manos de los aliados. Pero esa es otra historia.

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