Sobre la lujuria, el deseo y los males de la carne se ha escrito hasta el cansancio en cuanto a reflexiones filosóficas se refiere. Para el tema que ahora nos concierne, basta con remontarnos hacia Platón, sus ideas en torno a la lascivia, la opinión de otros antiguos pensadores y el contexto histórico que embargó a la Grecia que le siguió; la lujuria para el autor de los Diálogos no es mala en sí, pero distrae, necesita ser controlada, es incompatible con la búsqueda de la sabiduría y por lo tanto estorba a las tareas del pensamiento.
Asimismo, los estoicos pensaban que de entre todas las emociones que dificultan el autocontrol, la lujuria es quizá la más grande; no obstante, Diógenes, líder espiritual de los cínicos, creía que la lujuria distraía, en efecto, sólo que en menor impacto si se focalizaba hacia uno mismo –la masturbación en dado caso–.
Años más tardes, brincando al escenario donde se desarrolla la historia más importante de estas líneas, apareció Aristóteles, quien también reprobaba a la carnalidad incipiente; este personaje, mejor recordado por sus vínculos con los reyes de Macedonia, fue iniciado de niño en la medicina, llevado a Atenas durante su juventud para estudiar filosofía y, más tarde, convocado por Filipo II para formar a su hijo, Alejandro.
Cuentan que tras la muerte de Platón, y la gran humillación que le resultó no haber heredado el trono de su maestro, Aristóteles aceptó la enmienda de adoctrinar al heredero del trono. Especulan, incluso, que fue tan considerable la ofensa de no quedar al mando de la Academia y por lo tanto colosal el rencor de este filósofo hacia la comunidad griega, que Aristóteles accedió a ser el tutor del próximo emperador a manera de venganza en contra de su pueblo natal. Éste le enseñó a escribir griego, hebreo, babilonio y latín; también sobre la naturaleza del mar y de los vientos; le explicó el recorrido de las estrellas, las revoluciones del firmamento y la duración del mundo, así como de justicia y retórica, y le previno contra las mujeres libertinas.
Siendo ese último punto la génesis de uno de los relatos más ricos en la narración histórica de Alejandro Magno. Amén de enseñarle a penar como un griego y luchar como un bárbaro, someter a Grecia en estricto sentido macedonio, el mítico pensador echó mano de todo recurso posible con tal de mantener al emperador enfocado en los verdaderos propósitos de la política y la guerra.
El relato se desarrolla de la siguiente manera. Aristóteles acompañó a Alejandro Magno en su expedición a la India, donde el Rey se enamoró de una joven y bella cortesana, fue entonces cuando Aristóteles le recomendó que abandonase la compañía de ésta, Filis, al significar un impedimento para prepararse en el ejercicio de la virtud y las responsabilidades del gobierno. Se dice que la cortesana, enterada del consejo del filósofo, prometió venganza; una mañana la joven comenzó a bailar de manera sensual y a cantar canciones de amor en el jardín contiguo al estudio de Aristóteles. El filósofo, sintiendo en aquel momento un ardiente deseo por la joven, abrió su ventana para poder verla y requerir de sus servicios; ella, preparada para la propuesta, prometió saciarlo con una única condición: debía fingir ser un caballo y dejarla montar sobre su espalda mientras le paseaba por el jardín. Aristóteles aceptó y, justo en ese momento, Alejandro los veía a lo lejos, exigiéndole posteriormente a su maestro un explicación.
La respuesta fue clara y bastante ventajosa para el antiguo filósofo: si un viejo como él se ha visto enredado en tal situación por causa del amor carnal, qué no le pasaría a un joven inexperto como Alejandro; he ahí la razón de prevenirlo contra el deseo erótico, que no respeta edad, reputación, ni conocimiento. Alejandro Magno, complacido con la respuesta, perdona a su maestro y queda libre para reunirse con su amiga sin recibir ningún tipo de reprimenda, convencido a su vez de que el gran Aristóteles le dio de nueva cuenta una invaluable lección.
Varias versiones han trascendido y dado nuevo tenor a la historia; en algunas, se cuenta que Filis montó a Aristóteles explicándole a éste que los hombres suelen burlarse de las mujeres después de saciar en ellas su lujuria, y que de esta manera, si es que él hubiera decidido mancillar su nombre, ella podría contar que lo usó de animal transportista. Así, también es muy conocida otra versión en la que Filis advierte a Alejandro de la trampa y le incita a espiar el suceso, todo con la intención de que el altísimo Rey fuera testigo de cómo ningún hombre escapa del dulce olor a erotismo.
En el terreno de la iconografía y el arte, la historia se ha representado en los límites de la fábula y la orfebrería o el grabado que vincula a la utilidad con la experiencia estética que aporta relatos al sujeto cercano.
En todas estas imágenes, cabe destacar, se levantan las enseñanzas de Aristóteles en su más grande equívoco: se posiciona a la mujer como un cuerpo aislado de la humanidad y la razón, como una criatura que animaliza al hombre y que reduce el cuerpo humano a su más ínfimo sentido de carne.
Aunque estos objetos artísticos dejan huella de la burla que esto significó para el gran estagirita, la denigración al ser montado, sobresale el carácter de irracionalidad y vida vegetativa en la figura de la mujer; como si ésta fuera el único y total símbolo de lo que escapa al juicio. Esta herencia simbólica sobrevivió a los siglos y se aceptó sin chistar en las culturas occidentales que sucedieron al imperio greco-macedonio.
Si bien esta historia muestra el rebajamiento a la animalidad del hombre, el contexto y su arte implican una degradación absoluta de la mujer. Hoy podemos dotar a este pasaje de muy variadas lecturas, pero lo que mayor atención debe exigirnos es, quizás, el pensamiento que Aristóteles sembró en la silueta de la lujuria, mas se trasladó a los contornos femeninos del ser humano. Estos grabados y objetos son muestra de ello y, ¿cabría una mejor interpretación actualmente para desmitificar dicho suceso?
*Este artículo fue publicado anteriormente por Eduardo Limón el 7 de agosto de 2017 y ha sido modificado
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