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Sexo

Razones por las que ya no hago mamadas

No chupo pollas. Así de claro, no hay más.

No chupo pollas. Así de claro, no hay más. Soy consciente de que mi declaración provocará la indignación de muchos hombres e incluso mujeres que consideran las mamadas un elemento obligado en el repertorio sexual de cualquiera que se precie. Lo entiendo perfectamente. El único problemilla es que lo odio, joder. Nunca he disfrutado llenándome la boca con un pene.

Vale, antes de que me denunciéis a algún grupo de activistas por los derechos del hombre, quiero aclarar que esto no significa que odie los penes. No me parecen feos ni asquerosos. El pene medio tiene un diseño muy práctico y elegante que admiro profundamente. Aunque me encanta mi vagina y las partes que la componen, a veces siento celos de ver la despreocupación de la que parecen gozar los penes. Háblale a un pene sobre menstruación, equilibrio del pH o frotis vaginales y se quedara sin respuesta que darte, básicamente porque es un pene y los penes no pueden hablar, pero también porque no tienen que preocuparse de esas cosas. Y no solo eso: ni siquiera les hace falta limpieza después de orinar. Me quito el sombrero, penes. Con esto quiero decir que únicamente odio metérmelos en la boca y tener que hacer con ella los movimientos que podrían hacer perfectamente con la mano o la vagina.

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Ahora mismo hay un hombre en mi vida con quien no estoy saliendo del todo, pero que viene a comérmelo a casa una vez a la semana. Lo único que le doy a cambio es una palmadita en la espalda por el buen trabajo. Algunos pensarán que es un trato un poco raro, aunque yo lo veo poco menos que perfecto. En nuestra segunda cita le di la oportunidad de chuparme el clítoris. Tras darle las gracias por llevarme a casa, me limité a decirle, "¿Te apetece subir y comérmelo?" Él me respondió que sí con gran entusiasmo y lo hicimos. Estuve sentada sobre su cara hasta que me corrí y luego lo mandé de vuelta a casa. Ese ha sido nuestro acuerdo durante algo más de dos meses. Si os estáis preguntando por qué no hay sexo, la respuesta es que me hice una promesa a mí misma de no tener relaciones sexuales hasta que tuviera una relación estable. Pese a la generosidad de este tío, en el resto de los detalles, como las conversaciones, no hay química.

Cuando empecé con él decidí no volver a chupar ni una polla más. También me he propuesto no entablar una relación sentimental con ningún hombre que se niegue a comérmelo. Aunque tenga contraseñas para Hulu Plus y HBOGo, encontraré el coraje para romper con él si no me pasa la lengua por ahí abajo. ¿Que soy una egoísta? Quizá, pero no me importa. De hecho, estoy convencida de que me merezco serlo. Ese egoísmo es el fruto de muchos años teniendo encuentros sexuales con hombres que raramente quieren comérmelo. De quienes lo hicieron, todos excepto uno o dos pararon antes de que pudiera correrme.

El verdadero origen del problema parece ser que todavía hay muchos heteros que creen que las mujeres llegan al orgasmo con la penetración. Lo único que ha logrado darme un hombre al penetrarme ha sido el VPH. Nunca he podido correrme solo con penetración, y pertenezco a una mayoría: entre el 50 y el 75 por ciento de las mujeres necesitan que se les estimule el clítoris para llegar al orgasmo. Un pequeño porcentaje es lo suficientemente afortunado de tener el clítoris muy cercano a la vagina y, por tanto, de correrse solo con penetración. En mi caso, tengo el clítoris muy separado de la vagina, por lo que necesito el estímulo del sexo oral. Imaginaos que mi clítoris es Alaska y mi vagina, Rusia. (Si necesitáis una analogía menos fría u opresiva, sustituid Alaska por Corea del Sur y Rusia por Corea del Norte).

Soy muy consciente de que podría estimularme yo sola mientras me follan, pero la cosa es que nunca he conseguido que eso funcionara. Para llegar al orgasmo, debo concentrarme, debo prestar toda mi atención al clítoris para lograr los resultados deseados. No es fácil conseguir ese grado de concentración cuando un tío está embistiéndome con su pene mientras me formula la pregunta retórica de si "me gusta".

Sí, también es culpa mía haber pasado tantos años sin recibir sexo oral. En aquel entonces yo era distinta, nunca decía lo que quería por miedo a resultar menos atractiva. Es algo que les pasa a muchas mujeres, ese sentimiento de que es más importante satisfacer los deseos del hombre que los nuestros propios, para así "mantenerlo" a tu lado. Incluso las mujeres más progresistas, obstinadas y seguras de sí mismas han caído en esta línea de pensamiento. Yo he conseguido, por fin, sacudirme esa mansedumbre en lo referente al sexo y ahora no solo sé que puedo exigir lo que quiero, sino también negar lo que no quiero: las mamadas.