El economista Daniel Lacalle redundó en lo sabido de la socialdemocracia, y de sus políticas de demanda que permitían al Estado jugar lo que quisiera con la devaluación de la moneda e incrementar sin límite el gasto. O imprimir dinero. Lo que ya no es posible. La economía globalizada y la Unión Europea lo impiden de manera categórica. La teoría keynesiana sirvió para un periodo histórico y para el marco preciso del estado nación con plena soberanía económica y financiera. La izquierda, sin absolutamente nada sustantivo que ofrecer en materia económica, tuvo que dedicarse a nuevos derechos asistenciales con Zapatero; con exquisita coherencia, las dotaciones para ello eran escrupulosamente inexistentes. Bastaba la buena intención: que los derechos rutilaran. Pero la economía crujía inyectada de gasto. Se pensó entonces en un guía y se exhumó a Keynes invocado como el mesías que nos salvaría. Hasta que pronto el mesías desapareció. No era lo mismo el Tratado de Versalles de 1919 que el mundo de hoy. La socialdemocracia mostraba su rémora, rozaduras y estado de quiebra.

El colapso de la socialdemocracia habrá de tener causas objetivas, digo yo. Porque no puede explicarse solo por la infame perversidad de Rajoy. Ni siquiera por la Foto de las Azores, tan numinosa y aurática. Tal grado de oscurantismo nos retrotrae al medievo y al dominio de las fuerzas del mal. Colapso demostrado por los discursos, ponencias, artículos y por la ausencia radical de propuestas o boceto de alternativas. Solo se acuñan lemas, consignas, condenas. Quien alguna vez fue marxista no puede olvidarse del desarrollo de las fuerzas productivas para la sostenibilidad del gasto y bienestar. La famosa productividad ahora eludida. La izquierda se ha deshecho de la economía, porque no puede con ella. Y solo desgrana letanías.

Huérfana de Keynes nuevamente, ya solo queda la palabrería huera, la grafía o expresión: "socialdemocracia". La degradación es tal que las pancartas sindicales son el modelo altamente crítico e intelectual de esa socialdemocracia agonizante, el de los "exigimos" con chaleco y silbato, y cataratas de "no" atronados por megáfonos. Constituyen la trinchera de resistencia a la historia. Al último de izquierda que oí hablar de algo con contenido fue al exministro de Zapatero Miguel Sebastián, que vino a decir que el problema de la socialdemocracia es que en lo esencial los conservadores se habían apropiado de su programa. La gente que uno escucha es a los que citan a Mises, desaparecido Keynes. Están preparados, tienen ideas y razonan, que es agua en el desierto.