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¿Por qué los fotógrafos salen tan mal en el cine?

¿Por qué los fotógrafos salen tan mal en el cine?

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¿Por qué los fotógrafos salen tan mal en el cine?

Es una de las profesiones más chulas del mundo, sobre todo si te va bien en la vida. Tiene cierta aura romántica, incluso sexual. Es perfecta para que el protagonista de una película tenga una forma de ganarse la vida interesante. Sin embargo, los fotógrafos en el cine siempre saldrán como personajes atormentados, insufribles o directamente locos.

Es duro ser fotógrafo en tiempos de crisis. Los sueldos bajan hasta lo indecible. Pero no sé por qué, cuando dices en un grupo nuevo que eres fotógrafo todos te miran como si fueras un espíritu libre, como si tú fueras la realización de sus sueños de libertad. Afortunadamente no pasa siempre, y te miran como te miran tus suegros, preguntándose siempre porque no se fue su hija con ese empresario que es verdad que nunca está en casa por la noche y no hace feliz a su mujer pero que tiene dinero.

Por eso cuando voy al cine me sorprendo con la caracterización de los fotógrafos. Es muy difícil encontrar algún fotógrafo cinematográfico que te caiga bien. Parece que los guiones los han escrito suegros o parejas despechadas. Realmente me cuesta empatizar con ellos. Y puedo prometer que la mayoría de los que conozco no son tan complejos.

El fotógrafo en el cine

Siempre se dice que no hay buenos papeles para las mujeres en el cine. Hay pocas mujeres fotógrafas en el cine. Y confirman el problema de la representación del fotógrafo. Ahora mismo me viene a la cabeza la olvidable biografía novelada de Diane Arbus protagonizada por Nicole Kidman, 'Retrato de una obsesión' (2006). Como si su vida no fuese ya realmente extraña, como podemos leer en el libro de Patricia Bosworth.

Otro personaje con el que tampoco te puedes compenetrar, aunque al final te solidarizas con la víctima es la poco conocida 'Los ojos de Laura Mars' (1978), donde una fotógrafa de moda es capaz de predecir asesinatos. Eso sí, las fotografías que toma son de todo menos aconsejables y éticas desde un punto de vista moral.

Pero en el cine parece que todos los fotógrafos son hombres. Y no son gente de fiar. Solo hay dos con los que me gustaría tomarme un café. L. B. Jeffries, el protagonista de La ventana indiscreta. Es cierto que es todo un voyeur, pero cuando termina la película te da pena no volver a ver cómo hace fotos con su Exakta y sus flashes de un solo uso.

El otro fotógrafo del cine con el que haría un viaje sin pensarlo es Robert Kincaid interpretado por Clint Eastwood en Los puentes de Madison (1995). Solo es un hombre que hace su trabajo. Alguien que le gusta agradar para encontrar la información que necesita. Un personaje que acaba enamorando a la protagonista, que no es otra que Francesca (Meryl Streep), una mujer aburrida de la vida que encuentra otra forma de vivir en la figura del fotógrafo de National Geographic.

Pero aquí se acaba la relación de fotógrafos amables en el cine, si nos olvidamos de la fantasía de Peter Parker o el fotógrafo de Superman. En general todos están locos, o amargados, o todo a la vez. Y nunca lo entenderé. Espero que la gente no me vea igual. Podemos empezar por el fotógrafo de Apocalypse now (1979), el gran Dennis Hooper. Un hombre totalmente desquiciado por el horror, con mil cámaras colgadas y embrujado por la personalidad del coronel Kurtz.

Si seguimos con las películas bélicas, los fotógrafos siguen sin salir bien parados. Parecen los únicos que no son capaces de superar la dureza de la guerra. Nunca llegan a tener el valor del héroe. Y siempre cargan con la culpa o se vuelven totalmente cínicos. Ejemplos podemos encontrar muchos, como el cabo Bufón de La chaqueta metálica; o cualquiera de los fotógrafos desquiciados de la inédita en España Imágenes del alma; no podemos olvidar al cínico, borracho y drogadicto James Woods en Salvador (1986) o el gran Nick Nolte en Bajo el fuego (1983), quizás el único que se implica en la historia que esta fotografiando.

Los fotógrafos fuera de la guerra

Si salimos de la guerra la cosa no mejora. Los fotógrafos parecen seres de otra galaxia, soberbios y engreídos. El premio se lo lleva uno de los personajes más inaguantables de la historia del cine, y eso que está inspirado en el gran Sergio Larrain. Estoy hablando de Thomas, el protagonista de Blow up (1966). Un fotógrafo de moda que se cree con derecho a todo con tal de conseguir el disparo que imagina.

El fotógrafo del pánico, en el que una mala traducción nos hace pensar que la obra maestra de Michael Powell está protagonizada por uno de los nuestros, cuando realmente es un cámara de esos, deja ver la manía que nos tienen en el cine. Quizás es más lógico recordar al desquiciado Robin Williams en Retratos de una obsesión (2002) (no confundir con Retrato de una obsesión de la que ya hemos hablado). Es un técnico de laboratorio que ha sufrido mucho en su infancia por culpa de un padre que utilizaba la cámara para algo que no debería hacerse jamás. Siempre parece que no te puedes fiar de los que lleven una máquina.

Más recientemente podemos hablar de Dennis Stock en Life (2015). Un fotógrafo que es incapaz de relacionarse con su hijo por conseguir una buena fotografía. Eso sí, parece que nadie le dijo a Robert Pattinson que las cámaras de los años 50 no eran digitales y no tenían pantalla LCD. Es curioso esa falta de empatía con la familia y los niños es algo que relaciona a todos los fotógrafos cinematográficos, como podemos ver también en Mil veces buenas noches (2015) interpretada por la gran Juliette Binoche. Eso sí, es quizás la película donde mejor se refleja la vida de los fotógrafos (el director fue fotógrafo de guerra).

Podría seguir con más ejemplos de fotógrafos desagradables, como el marido de Lost in translation (2003); el asesino Jude Law de esa joya que es Camino a la perdición (2002); el Leo Bernstein (Joe Pesci) de El ojo público (1992)... Podría decir muchos más, pero creo que para el fin de semana ya está bien. Eso sí, si recordáis algún fotógrafo amable en el cine no dudéis en decírmelo. Será la excepción que confirma la regla. Por cierto, me quedo con el bueno de Pecker (1998).

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