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MEMORIAS ESTIVALES / 2
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El verano en que se rompió la tele

Los niños teníamos un buen concepto de TVE por el deporte y las series de sobremesa, pero quedamos traumatizados cuando empezó a sonar 'Mi vida eres tú'

Anuncio de 'Cristal'.
Íñigo Domínguez

La tele en verano en la infancia era lo primero de todo, deportes. Y sobre todo, deportes que transmitían soledad: el ciclismo y el tenis. Como niño, te identificabas más con el escapado agonizante del Tour, con McEnroe sentado en su silla, sudoroso, pensando cómo demonios ganar a Borg. Ahí aprendías la épica y la ley del esfuerzo, el estilo y la deportividad, también pillabas las personalidades de los adultos y te imaginabas cómo querías que fuera la tuya, si es que te acababa saliendo. Y soñabas con hacer esas cosas tú mismo, algo que hacías nada más apagar la tele. En realidad era una escuela de acción, te nutría de ambiciones y aventuras.

Periódicamente llegaban los deportes a lo bestia: mundial y juegos olímpicos. Eso ya era como ir al zoo, porque eran juegos extraños que no habías visto en tu vida y descubrías por primera vez. Es más, la mayoría luego no los ves nunca en la vida real y por tanto siempre son fenómenos estrictamente virtuales. Si me dijeran que el lanzamiento de martillo no existe, que ha sido un montaje de la CIA como la llegada a la luna me lo podría llegar a creer. Contemplabas intrigado la pértiga, el remo, el voleibol, te asombraba la variedad del mundo. Desentrañabas las reglas, te las tenían que explicar, aprendías qué países eran buenos en algo y cuáles no, preguntabas por qué eran como eran las gimnastas del Este, en fin, los misterios de la vida. También madrugar por primera vez a horas que no sabías que existían, a las cuatro o cinco de la mañana, para ver un partido de baloncesto.

Solo puedo tener recuerdos buenos de la tele, primero porque no tuve hasta los siete años, y segundo porque luego tampoco la veía demasiado. Y entonces cuando la veías era un acontecimiento. Además, es que había poco que ver para los niños, y en verano menos, porque no estabas en casa y tenías clarísimo que era mejor estar por ahí que ver la tele, sobre eso no había muchas discusiones. Pero sí que había un momento especial, reservado a ver la tele, que era después de comer, cuando a los mayores les venía bien que los enanos se callaran y estuvieran tranquilos una hora, a oscuras, en silencio, medio dormidos, huyendo del calor. Coordinados con los padres y madres españoles, los directivos de TVE ponían entonces series elegidas para que los niños se lo pasaran bien y cada año era emocionante descubrir lo que ibas a ver ese verano: El coche fantástico, El halcón callejero, La conquista del Oeste, El gran héroe americano… Todavía me acuerdo de lo ingenioso que nos parecía como argumento un superhéroe patoso que ni sabía cómo funcionaban los poderes de un traje que le habían regalado unos extraterrestres. Y ahora que lo cuento me doy cuenta de que lo era. Pero, no nos engañemos, ahora ves estas series y te mueres de risa de lo malas que eran. Pero al menos nosotros éramos niños y tenemos excusa. No entiendes cómo los adultos de entonces se las tragaban, y esto abriría debates muy interesantes. Aplicables también a lo que ven ahora y examinaremos con pánico dentro de 20 años. Seremos juzgados severamente por nuestros descendientes. Y ahora me centraré en esto precisamente.

La televisión, venía a decir, cumplía con sus cometidos de servicio público de entretenimiento y formación de las futuras generaciones de españoles, creo yo. Esto se rompió definitivamente de modo trágico, y aún no lo hemos superado, un verano en el que empezaron a correr rumores extraños. Decían que ya no habría serie americana, que iban a poner una cosa rara, importada de Latinoamérica, porque salía más barata. Todo parecía amenazador, porque nuestra única referencia cultural de ese otro mundo era el festival de la OTI, una cosa indescriptible. El día señalado nos sentamos todos los hermanos ante la tele y entonces sonó aquello: “Miii viiidaaa erees tuuuú…”. Sí, amiguitos: Cristal. Era demasiado para un niño. Nos pareció una estupidez mayúscula e incomprensible, y desde entonces presto atención al criterio de los niños, porque lo más inverosímil, más que los propios actores y sus peinados, de hecho, era el comportamiento de los adultos: les gustaba.

Los niños no podíamos creerlo, y aún menos, que lo pusieran a nuestra hora, en nuestro momento de la tele. Que lo dejaran para la noche y los rollos de los mayores. Pero no, tenían que fastidiarnos el verano. Ese día la televisión se rompió para mí, lo viví como una traición. Creo que fue mi primera decepción como ciudadano. Es como si alguien malvado o muy estúpido se hubiera hecho con los mandos de la emisión, de algo de todos. Y es la primera vez, que yo recuerde, que asistí atónito a un proceso que con el tiempo se haría muy familiar y obnubilaba a los adultos: la basura vendida como si fuera normal o, incluso, producto de calidad. España empezó así un progreso imparable. Y hasta hoy, ¿no?

Unas vecinas, acompañadas de sus hijos, contemplan en la telenovela 'Cristal' en la televisión del hotel Colón, tras ser desalojados de sus viviendas al formarse en su edificio una bolsa de gas debido a un escape de Gas Madrid.
Unas vecinas, acompañadas de sus hijos, contemplan en la telenovela 'Cristal' en la televisión del hotel Colón, tras ser desalojados de sus viviendas al formarse en su edificio una bolsa de gas debido a un escape de Gas Madrid.IÑAKI GARCÍA (ARCHIVO)

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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