miércoles, 14 de junio de 2017

Humildad

(i) La primera y principal es la humildad. En griego es tapeinofrosynê, que es una palabra que acuñó por primera vez la fe cristiana. En griego no hay una palabra para humildad que no contenga algun atisbo de mezquindad. Posteriormente, Basilio había de describirla como «el joyero de todas las virtudes»; pero antes del Cristianismo la humildad no se consideraba ni siquiera como una virtud. El mundo antiguo consideraba la humildad despreciable.
En griego hay un adjetivo para humilde, que está íntimamente relacionado con el nombre, tapeinós. Una palabra se conoce siempre por las que lleva en su compañía, y la de esta era despreciable. Solía encontrase en compañía de los adjetivos griegos que quieren decir servil (andrapodôdês, dulikós, duloprepês), innoble (aguenês), despreciable (ádoxos), rastrero (jamaizêlos, que es el adjetivo que describe esa clase de plantas). En los días antes de Jesús la humildad se consideraba una cualidad cobarde, rastrera, servil e innoble; sin embargo, el Cristianismo la colocó a la cabeza de todas las virtudes. Entonces, ¿de dónde procede esta humildad cristiana, y qué conlleva?
(a) La humildad cristiana viene del conocimiento propio. Bernardo decía de ella: «Es la virtud por la que una persona llega a ser consciente de su propia indignidad, como resultado del más íntimo conocimiento de sí misma».
El vernos a nosotros mismos tal como somos es la cosa más humillante del mundo. La mayor parte de nosotros nos atribuimos un papel importante en la vida. En alguna parte se cuenta la historia de un hombre que, antes de acostarse, soñaba despierto sus sueños de grandeza. Se veía como el héroe de rescates emocionantes del mar o de las llamas; como un orador que tenía alucinada a una numerosa audiencia; como un futbolista que marcara el gol de oro en una final; siempre estaba en el centro de atención de muchos. Así somos casi todos. Y la verdadera humildad se produce cuando nos miramos a nosotros mismos, y vemos nuestras debilidades, nuestro egoísmo, nuestros fracasos en el trabajo y en las relaciones personales, etcétera.
(b) La humildad cristiana se produce cuando nos colocamos al lado de Cristo, y cuando consideramos lo que Dios espera de nosotros.
Dios es la suma perfección, y es imposible satisfacer a la perfección. Mientras nos comparemos con otros como nosotros, puede que no salgamos malparados de la comparación. Es cuando nos comparamos con la perfección cuando vemos nuestro fracaso. Uno puede considerarse muy buen pianista hasta que oye a alguno de los grandes intérpretes del mundo. Uno puede considerarse un buen ajedrecista hasta que se compare con cualquiera de los grandes maestros. Uno puede creerse un buen investigador hasta que conozca la vida de los grandes descubridores. Uno puede creerse un buen predicador hasta que escuche a uno de los príncipes del púlpito.
La propia satisfacción depende del nivel con el que nos comparemos. Si nos comparamos con nuestros semejantes, puede que nos demos por satisfechos. Pero el dechado cristiano es Jesucristo, y Dios nos demanda la perfección; y al colocarnos bajo ese rasero no nos queda lugar para el orgullo.
(c) Esto se puede decir de otro modo. R. C. Trench dice que la humildad viene del sentimiento constante de nuestra propia criaturidad. Nos encontramos en una situación de absoluta dependencia de Dios. Somos criaturas; y para la criatura no puede caber sino humildad en la presencia del Creador. La humildad cristiana se basa en el conocimiento propio, en la contemplación de Jesucristo y en las demandas de Dios.

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO POR WILLIAM BARCLAY
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ADONAY ROJAS ORTIZ
Pastor Ordenado IPUC
http://adonayrojasortiz.blogspot.com

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