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Hervé Le Treut: “Abandonar el Pacto del Clima va en contra del sentido de la historia”

El presidente de EEUU, Donald Trump.

Donald Trump, al retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático, prosigue con sus políticas abiertamente anticientíficas. Ya desde el inicio de su campaña, manifestó su desprecio por los hechos científicos –y por los hechos, en general–, más concretamente por aquéllos que atañen al clima. Continuamente niega la realidad del cambio climático e incluso, en un tuit de 2012, llegó a escribir que “el concepto de calentamiento mundial es un invento de y para los chinos para hacer no competitiva a la industria estadounidense”.

El escepticismo climatológico de Trump se explica, en parte, por razones económicas, puesto que la industria de los combustibles fósiles lo apoya desde su investidura (menos durante la campaña), pero también mantiene una postura general muy agresiva con respecto a la ciencia y al mundo de la investigación. Durante la campaña y después de su investidura, el nuevo presidente norteamericano arremetió en varias ocasiones contra las instituciones científicas. Calificó de “espantosos” los National Institutes of Health, principal organismo de investigación pública en el ámbito de la medicina y de la biología del país; amenazó con eliminar la EPA (Agencia Americana de Protección del Medio Ambiente) y nombró máximo responsable del organismo al fiscal Scott Pruit, climatoescéptico que defiende la industria petrogasística; también designó vicepresidente a Mike Pence, un creacionista abiertamente opuesto a la investigación con células madre y que mantiene que fumar no mata...

Desde que accedió al cargo, Donald Trump ha provocado la sublevación del mundo de la investigación, que se ha traducido en el movimiento Marcha por la Ciencia, que ha movilizado a decenas de miles de científicos en 600 ciudades de los cinco continentes. La actitud anticientífica del presidente americano, que culminó con el rechazo al Acuerdo de París, preocupa a buen número de ciudadanos norteamericanos. Y no sólo a investigadores, tal y como pone de manifiesto el comentario de Tad Devine, exasesor de Bernie Sanders, en The Washington Post: “Ha liberado fuerzas que no creo que comprenda que terminarán por volverse en su contra. La gente no interpreta [su decisión] como ‘mi casa va a verse inundada’, sino como ‘nuestro Gobierno federal está dirigido por gente que se burla de la ciencia’”.

Hervé Le Treut, climatólogo, profesor en la Universidad Pierre-et-Marie-Curie y director del Instituto Simon Laplace, analiza para Mediapart, socio de infoLibre, la nueva cruzada contra la ciencia de Trump.

PREGUNTA: ¿Qué le parece la decisión de Donald Trump de desautorizar el Acuerdo de París?

RESPUESTA: Es un acto que va en contra del sentido de la Historia y que es, por supuesto, condenable. Además, se advierte claramente que la decisión suscita el clamor general, en Estados Unidos y en el mundo entero. Sin embargo, también hay que subrayar que esta decisión, condenada por el mundo entero, también se sostiene sobre la inquietud real de una parte de la población de Estados Unidos (y en otras partes del mundo), que se debe tomar en cuenta.

Cuando se habla de transición energética, hay que tener en cuenta que suscita inquietud entre la población más frágil que teme por su empleo, que no se encuentra cómoda en este mundo en movimiento. Hay una brecha muy importante entre las clases instruidas, que reciben de buen grado la idea de que el cambio climático es una realidad y que hay que hacer algo para tratar de limitar sus consecuencias, y los que ven en ello únicamente una amenaza contra su situación, su futuro e incluso su identidad.

Una parte de la población rechaza, o no está cómodo, en una sociedad en continua evolución. No obstante, esto no es nada nuevo, sucedió ya con los mineros durante el Gobierno de Margaret Thatcher.

Por otro lado, la indignación general evidencia que el Acuerdo de París es fuerte. Cristaliza muchas reacciones, muestra una verdadera capacidad de movilización.

P: Los ataques de Trump contra la ciencia, ¿se centran en el problema del clima o participan de una ideología más amplia?

R: Trump no le declaró la guerra a la ciencia el 1 de junio; empezó antes, especialmente con las medidas de restricción a la inmigración y al poner de manifiesto una ideología liberticida, que desencadenó la Marcha por la Ciencia en el mundo entero, el 22 de abril. El presidente de Estados Unidos desencadenó una importante movilización entre los científicos porque su actuación implica un proceso de negación de lo que es la ciencia. En Estados Unidos no es ninguna novedad, los movimientos creacionistas existen desde hace mucho tiempo y las “verdades alternativas” existían antes que Trump y no sólo en América.

Sin embargo, se trata de un fenómeno especialmente chocante en Estados Unidos porque es el país donde la ciencia está más desarrollada y más implicada en la política y en la sociedad. Y existe desde hace mucho tiempo una tensión entre ese fuerte desarrollo científico y los movimientos contrarios a la ciencia.

Trump agrava estas tensiones, porque aporta una ideología que rechaza un mundo abierto. Esta ideología favorece una forma de “climato-escepticismo” que no tiene nada que ver con un debate de ideas, sino que constituye una reacción al hecho de que el cambio climático es un fenómenos mundial, sin fronteras: se trata de una ideología de la cerrazón, que se alía también de forma compleja a intereses privados.

Dicho esto, pienso que Trump no debe ser el árbol que impide ver el bosque. Está donde está porque en el país hay determinantes fuertes que hacen posible su presencia y deseada entre una parte de la población. Cristaliza las pasiones de los que quieren una sociedad menos en evolución y tienen una fuerte necesidad identitaria –y entre estos, los que se sienten más abandonados en la sociedad actual y temen serlo aún más en un mundo cambiante–.

P: La vertiente transfronteriza de la investigación científica es también un elemento que suscita la antipatía del presidente de Estados Unidos?

R: Efectivamente, es lógico que Trump esté contra la ciencia. La comunidad científica es muy abierta y transnacional; la conforman individuos de todos los países que manipulan ecuaciones y un lenguaje que todo el mundo no comprende. Para Trump y para una parte de los que le apoyan, los investigadores son “agentes problemáticos” que no representan los intereses del país, debido a su vertiente internacional y por su lenguaje, que no todo el mundo puede hacer suyo.

Por supuesto, esta actitud contraria a la ciencia es muy contradictoria, con toda una parte de Estados Unidos que, por el contrario, aprecia los valores ligados a la investigación científica, a la apertura, la objetividad, la verdad de los hechos y que han desempeñado un papel vanguardista en la investigación sobre todos los temas medioambientales. Este país cada vez está más dividido sobre este plan, “bimodal”, con una brecha ideológica muy profunda entre los “progresistas” y los “reaccionarios” (que representan ahora una fracción importante del Partido Republicano). La elección de Donald Trump ha puesto de manifiesto esta división y la división se está haciendo mayor, algo preocupante.

P: ¿Cómo pueden contribuir los científicos a reducir esa fractura?

R: Por contra, los científicos deben reflexionar sobre cómo presentan sus resultados. Los “hechos objetivos” tienen sentido en un contexto del que hay que tener conciencia plena, si se quiere ser bien comprendido, y hacer como dice el GIEC [Grupo Intergubernamental des Expertos sobre el Cambio Climático], una ciencia “pertinente para la decisión”, pero no “prescriptiva en términos de decisiones”. No es posible expresar la necesidad de transiciones climáticas, energéticas, medioambientales o sociales si no se presta atención a sus modalidades de aplicación.

Traducción: Mariola Moreno

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