"Comencé por dinero y lo terminé haciendo porque me gustó": Testimonios de prostitutas

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Testimonios

"Comencé por dinero y lo terminé haciendo porque me gustó": Testimonios de prostitutas

Cinco sexoservidoras del norte de México hablan de su vida dentro del negocio del placer sexual.

Alondra ingresa al camerino enfundada en un bikini y con un par de orejas de conejo en la cabeza. "Comienza la entrevista con ella", me dice su patrón. Ella finge no haberlo escuchado y va hasta una mochila a tomar un rollo de sushi que no ha probado por estar bailando en un sexo servicio. Estoy en el prostíbulo más antiguo de la capital bajacaliforniana. La veo masticar una rodaja de arroz rellena de carne de anguila. Sin mediar palabra, su patrón la toma de la cintura, la coloca en su regazo y le propina seis potentes nalgadas que enrojecen su piel blanca; ella en respuesta lo alimenta en la boca con un trozo de jengibre color rosa.

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Como si ambos hubieran finalizado una rutina de sadomasoquismo, se incorporan y van hacia la salida. Su patrón se detiene en el marco de la puerta, voltea y me dice: "Van a estar llegando las chicas a cambiarse de ropa, habla con ellas; sólo pido mantener en el anonimato el nombre del bar, por respeto a los clientes, más que nada".

Durante las siguientes horas, Violeta, Rubí, Estefany, Paola y Pamela me hablarán sobre cómo iniciaron y cómo se vive el negocio del placer carnal. Lo harán mientras beben cerveza, se retocan el maquillaje y se desinfectan con gel antibacterial: manos, senos, glúteos y muslos, antes de salir de nuevo a convivir con los clientes.

VIOLETA

Antes de bitch ―prostituta― fui policía auxiliar, de esas que dirigen el tráfico; también me dediqué a cocinar tortillas de harina, a vender pastel de queso y productos Avón. El último trabajo que tuve fue como guardia de seguridad en un antro de moda. En esos días a una de mis hermanas la habían metido a la cárcel y ella me había dejado encargadas a sus dos niñas; pero aparte yo ya tenía a mis cuatro hijas y pues, no me alcanzaba el dinero.

"Si te vas a estar desvelando que sea por buena paga, dile a tu prima que te consiga trabajo en los billares donde trabaja", me dijo mi mamá una mañana que me vio muy desvelada y cansada. "¿No te enojarás? Ese billar es de putas", le contesté. "Nel, no me enojaré, aprovecha ahora que no estás tan vieja", me contestó.

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Con mis hijas siempre me he llevado como una amiga. Un martes a la hora del desayuno decidí que debía platicarles que bailaba en un table dance; no quería que les llegara el chisme por otras personas. Mis hijas más grandes ―de 12 y 14 años― me dijeron que ya se habían dado cuenta; la de seis años sólo me preguntó muy emocionada: "¿Y te subes hasta arriba del tubo mamá?"

Los clientes piensan que las sexoservidoras andamos buscando marido para que nos mantengan porque estamos sufriendo y necesitamos que nos rescaten. O piensan que estamos necesitadas de sexo. Los más románticos te invitan a comer y te dicen lo clásico: "Estás muy bonita como para estar trabajando en un table dance". Hijos de su puta madre. "Si aquí hay dinero, aquí estaré", le contesto a esa clase de clientes. La verdad es que estoy en este trabajo porque gano dinero de una forma rápida, más no fácil; me ayuda a mantener a mis hijas; gano dinero en una semana que en otros trabajos no lo ganaría ni en un mes.

En este oficio hay cosas que dan asco: que les apeste la boca o las axilas a los clientes, o que estén borrachos y orinados, por ejemplo. Pero lo que más asco me da son los ancianos. Una noche trabajaba en otro bar donde me tocó un cliente que había estado en coma como por putos 15 años. En ese bar las habitaciones están en un segundo piso. Fue muy complicado que subiera las escaleras, pensaba que se iba a morir por el esfuerzo. Lo tengo en la mente: él traía camisa con un logo del gobierno municipal y una bolsa de plástico retacada de orines en la mano; una manguera salía de su estómago y se conectaba a la bolsa. Decía que yo era su última aventura sexual, pero también creo que fui la última persona con la que tuvo contacto en el planeta Tierra. Hice lo que pude para que se le parara el pito: dejé que me tocara los senos, la vagina; lo masturbé, pero no se le paraba la verga ni poquito. Me traumó saber que ahí mismo podía colgar los tenis.

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Como hay clientes que me dan asco hay otros que me dan miedo porque son un riesgo: los drogadictos; temo que les de una sobredosis por cocaína o cristal ―metanfetamina―. Pondré el caso de uno que le decimos Super Boy. Ese vato se mete mucha cocaína y no puede tener erecciones. Respira para la chingada y le dan taquicardias, pero no deja de inhalar coca, en cada fosa se mete 500 pesos y, como vende, siempre trae muchas bolsitas de 200 pesos. Entre las compañeras pensamos que un día se nos va a morir en la habitación. ¡Puto peligro! ¿Te imaginas que se muera junto a mí, y yo desnuda y él sangrando por la nariz, la boca o las orejas? Todo está conectado.

Hablando de clientes, en una ocasión en Tijuana unos tipos nos sacaron del bar a dos amigas y a mí para cogernos en una casa de una colonia muy lejos de donde estábamos. En la mañana nos corrieron, pero no nos pidieron un taxi ni nada. Salimos a la calle vestidas de teiboleras; fue muy penoso. Yo llevaba un pantalón, un brasier y unas botas de charol color rojo; otra iba con una minifalda de lentejuela y una blusa de red que dejaba que se le vieran los pezones; y la otra muchacha estaba vestida con tacones altos y un short que era como una tanga. Caminamos muchas calles sin saber dónde estábamos. Algunos conductores se paraban para preguntarnos cuánto cobrábamos. Por suerte un taxi que iba pasando se apiadó de nosotras y nos regresó al bar; ninguna conocía la ciudad.

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En otra ocasión en Mexicali, un gringo nos contrató a mí y a otra chica. Nos llevó a una casa muy bonita; hasta ahí todo era normal. Pero lo que el gringo buscaba no era lo que esperábamos: quería que cagáramos en su mesa. En inglés nos explicó que quería que nos cagáramos en su mesa de cristal mientras él se masturbaba. Nos dio mucha cocaína para que se nos aflojara el estómago y nos dieran ganas de cagar. Solamente yo hablaba inglés, así que tenía que traducirle a mi compañera todas las pendejadas que decía el gringo; me sentía muy ridícula explicándole a mi amiga: "Dice que nos subamos a la mesa a cagar porque eso lo excita". Él se acostó debajo de la mesa de cristal y mi compañera y yo nos subimos. "Push, push", nos decía el gringo mientras se masturbaba; quería que saliera una bola de mierda grande para poder eyacular. Terminamos de cagarnos y bajamos de la mesa y se puso a limpiar como un loco de placer; decía y hacía como que estaba muy excitado. "Vámonos a la verga, este pinche gringo está loco", le dije a mi amiga entre asustada y divertida. Hasta eso que nos pagó muy bien y no nos tocó ni un pelo.

Yo también tengo mis fantasías sexuales. Antes de andar de bitch fantaseaba estar con dos hombres en la cama; y lo estuve, pero el machismo no les permitió tener una buena erección y todo salió mal. Soy muy cachonda, pero curiosamente ahora que ando de puta cojo menos. Era más puta antes de trabajar de puta, o sea, cuando trabajas de puta te cuidas más, porque tienes menos tiempo o coges con personas que no te gustan y eso no cuenta como sexo. Antes cuando tenía ganas de coger me iba a una fiesta, como regularmente lo hacemos todas, pero desde que aprendí a cobrar por coger se acabó el placer.

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En la prostitución todas venimos de trabajos mal pagados. No tenemos estudios de preparatoria y menos universitarios. La mayoría de las chicas vienen de laborar en la maquiladora, un trabajo muy negrero, por eso terminamos en los table dance. Hay mitos en este ambiente. A quien le preguntes te dirá que se prostituye mientras junta dinero para poner un salón de belleza. Todas se juran estilistas, pero hasta la fecha no conozco la estética de ninguna. Poco a poco esa historia se ha ido convirtiendo en la historia de: "Trabajo en la prostitución porque me pago mis estudios de licenciada en criminología", ahora todas quiere ser criminólogas.

Volviendo a los clientes, hay de todo tipo. Los más delicados son los arquitectos, son unas nenas que se fijan hasta en cómo traes pintadas las uñas. También están las personas que no tienen profesión, esos siempre quieren desquitar hasta el último peso, porque les cuesta más ganarse el dinero; casi te quieren embarazar por invitarte unas copas. Los clientes gringos valen verga, según ellos son un desmadre, pero tienen otra cultura de los table dance, son un poco más respetuosos, no te manosean tanto como los mexicanos que te maman las tetas en plena mesa. Pero también hay clientes que te ayudan cuando tienes un problema. Un día bailando en el tubo me lastimé una costilla, pensé que me la había quebrado. Al otro día le hable a un antiguo cliente que es médico y vino a verme al trabajo y me ayudó a saber qué tenía y cómo aliviarme.

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Con 29 años me inicié en la prostitución, ahora tengo 36. Fue mucho el bullying que me hicieron mis compañeras por mi edad y porque no sabía bailar, hasta que aprendí. Yo pensaba: "Si voy a andar de teibolera que al menos digan que bailo chingón". Los amigos de mis hijas que me han visto bailar, me han dicho: "Señora, baila muy bien en el tubo". Eso quería yo, que mis hijas supieran que soy buena en lo que hago. Las primeras canciones que bailé desnuda fueron de Daddy Yankee y Guns And Roses.

RUBÍ

Inicié en este oficio en un momento de desesperación. Me divorcié a los 24 años de edad y quedé sola con dos niñas. Busqué trabajo, pero nunca pude comprobar mis estudios de secundaria en El Centro, California, porque perdí los certificados. Una amiga me consiguió trabajo de mesera en un bar de la línea fronteriza con California, en Mexicali. Solamente duré tres días porque se me hizo muy pesado y sucio el ambiente; de ser ama de casa a trabajar en un prostíbulo fue muy drástico el cambio. Pasaron los meses y de nuevo volví a trabajar como mesera, pero ahora en un table dance. Otra vez quise renunciar, solamente que esta vez mi hija se enfermó y no tenía para las medicinas, y mi mamá ni cómo ayudarme, trabajaba limpiando casas y no le alcanzaba ni para ella.

Dos años y medio después de estar de mesera me subí al escenario del bar a bailar. Recuerdo esa noche como debutante: era cuatro de julio, Día de la Independencia de Estados Unidos. Como trabajaba frente a la Garita Internacional, estaba lleno de güeros y negros del sur de California. Antes de subirme al escenario tuve que tomarme cinco caballitos de tequila para los nervios: sentía ganas de vomitar por la adrenalina y por el estrés; las piernas me temblaban y no podía dejar de pensar en mis dos hijas que en aquel entonces estaban pequeñas; ahora ya tienen 15 y 16 años. Las primeras veces sólo bailaba dos canciones, no tres como las demás, porque como era nueva, me daban oportunidad de bajarme rápido del escenario. En esos días también comencé a hacer sexo servicio en los cuartos con los clientes.

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En una reunión familiar no se habla de mi trabajo ni se hacen chistes. Varias veces he estado bailando en algún table dance y llegan mis primos. Me ven y se salen hasta que termina mi show. Cuando estoy a punto de subir a la pista y llega un primo, ahí sí le alcanzo a decir: "Sálgase un momento, cuando termine mi show vuelva a entrar" y se sale a la calle porque nos da vergüenza. En las reuniones familiares una que otra vez con alguna canción empiezan a gritar: "¡Tubo, tubo, tubo, tubo!", pero en general eso no sucede. Con mis primas es diferente, ellas sí me preguntan cómo me fue anoche, cuánto gané, cómo eran los clientes que me cogí. El único que sufría mucho con mi trabajo era mi papá. Lloraba cada que me veía porque sabía que andaba de prostituta.

En este trabajo uno aprende quién y cuándo tiene dinero. Los profesores gastan mucho en diciembre porque traen aguinaldo, son de los que no nos separamos. Hay un profesor jubilado que viene a cada rato; no toma cerveza, sólo agua; tampoco nos coge ni nos besa, ni siquiera nos penetra con los dedos, pero sí nos paga el servicio de habitación. Ese profesor tiene diabetes y no puede tener erecciones. Le hemos preguntado por qué paga si no puede coger y contesta que su psicóloga le recomendó hacerlo. Paga por el cuarto, se acuesta en la cama, te ofrece un cigarro para que fumes con él y ve la televisión. Se cumple la hora que pagó y salimos. Eso sí, chica nueva que llega al bar, chica que él contrata para estar con ella.

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Cada cliente es un mundo y cada uno tiene fantasías sexuales. Algunos se ponen mi ropa mientras tenemos relaciones sexuales. Otros me hablan como si yo fuera su sobrina, fantasean que son mi tío. ¡Hasta me piden que meta mis dedos en un condón y los penetre por el ano, pero eso me da asco. Hace unas semanas atendí a cuatro jovencitos gringos que querían cogerme todos al mismo tiempo. Fueron muy amables y lindos, no hubo penetración anal, eso sólo lo hago con mi pareja o con quién me guste mucho. Uno que otro cliente pide dos chicas y quiere que tengamos relaciones entre nosotras, pero sólo hacemos un show lésbico. Aunque no soy lesbiana, puedo hacer como que lo soy. Lo que sí no soporto y me da mucho asco es que me besen la espalda. Prefiero mil veces hacer sexo oral a que me besen la espalda.

He estado en peligro. Una vez un cliente me llevó a un cuarto del hotel Lucerna. Nunca salgo del bar con los clientes, pero como había gastado tanto dinero el hombre, se me hizo mala onda no acceder; aparte se veía muy elegante. Llegamos al cuarto del hotel y no quería coger con condón porque perdía la erección por borracho. Y como no podía parar el pito se me subió y empezó a ahorcarme, ya estaba perdiendo el conocimiento cuando con todas mis fuerzas le pegué una patada en los testículos. Comenzó a vomitar del dolor y aproveché para salir corriendo del cuarto, desnuda, con la ropa en las manos; me iba vistiendo mientras corría. Para mi mala suerte olvidé en el cuarto mi bolsa con dos mil pesos y mi celular que estrelló en el piso. Se hizo un desmadre, hasta llegó la policía. Otro momento de peligro es cuando los clientes están bajo efectos de cocaína y no pueden tener erecciones. Se encabronan, te gritan y quieren golpearte.

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La gente se ha de preguntar por qué trabajamos en algo que implica ganar dinero con el riesgo de amanecer muerta. La verdad es que te acostumbras a ganar mucho dinero. Ha habido ocasiones en que gano hasta diez mil pesos en una noche. Es más, cuando comencé a ganar mucho dinero mantenía a mis dos hijas, a mi mamá y a dos hermanas; de pronto ya no podía dejar de hacerlo, me era imposible porque yo era el sustento; hasta construí un cuarto de madera para mi casa y me compré un carro Toyota.

En los últimos años se ha puesto difícil la competencia por tantas jovencitas que se anuncian en el internet; ellas han abaratado el sexo porque no pagan a un bar o a una madrota; pero si ellas cobran barato las que trabajamos en un bar tenemos que bajar los precios. Aparte de que sobre ellas no hay un control sanitario.

Este trabajo no puede ser para siempre. Me gustaría que un hombre me sacara de trabajar. Varios clientes enamorados me han sacado de este ambiente, uno de ellos es el papá de mi hija de ocho años. Cuando me he salido de trabajar ha sido por varios meses en los cuales me dedico a poner uñas, a maquillar o vender ropa. La última vez que dejé de trabajar por estar embarazada de mi niña seguí yendo al table dance, pero ya nomás a venderle ropa a las chicas. Uno siempre termina regresando, no por gusto, sino por necesidad.

Ya estoy vieja para este trabajo, tengo 36 años. Hace cinco años debí salirme, pero no he ahorrado lo suficiente. De no haberme dedicado a este trabajo me hubiera gustado ser enfermera; disfruto ver tripas, sangre y sesos; también me hubiera gustado ser policía: me gusta corretear cabrones, madrearlos y dispararles.

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ESTEFANY

Soy estadounidense hija de padres mexicanos. Tengo 30 años de edad. Vivía en Los Ángeles, California. Inicié en la prostitución cuando trabajaba de recepcionista en una empresa de jardinería; a mi jefe le cobraba 80 dólares por una hora de sexo. Luego se corrió la voz entre los jardineros del negocio y hasta "hicieron fila" para que me los cogiera. Un año después me seguí prostituyendo, pero ya no por dinero, sino por crack.

Fumaba crack todos los días a todas horas. En la primera fumada sientes que cada uno de los cabellos de la cabeza cobra vida; como si se pusieran de pie. Una vez duré tres semanas sin dormir por estar fumando crack. Varias veces me detuvo la policía por portación y consumo de droga. Cuando debía presentarme a la Corte Estatal a que me realizaran análisis de drogas no lo hice, y como sabía que me encarcelarían un año, tomé un Greyhound ―línea de autobuses interestatal― que me trajo por todo el freeway 111 hasta la frontera con Mexicali.

Un amigo mexicano que recién habían deportado de Los Ángeles, California, me recogió en auto en la Garita Internacional, de noche. Nos tomamos una cerveza y me dejó en una habitación de hotel mientras él recogía a un cliente para que me lo cogiera; me tocarían 1000 pesos. Mi amigo regresó al cuarto y pasó lo que nunca pensé: el cliente era un viejo de 70 años; muy culero, hizo que recordara las arrugas de mi papá y no acepte cogérmelo. Mi amigo se enojó, pero no le quedó otra que llevarse al viejito. Dos horas después volvió. "Quiero fumar cristal", le dije.

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Manejamos una hora hasta San Luís Río Colorado, en Sonora. Fumamos cristal toda la noche en casa de unos de sus primos. En la mañana que íbamos de regreso a Mexicali nos detuvo la policía federal en la carretera; ahí supe la verdad. El carro nunca fue de mi amigo, siempre fue del señor de 70 años. Cuando se lo llevó del hotel lo bajó del auto en una carretera que va hacia Tijuana: lo golpeó, lo desnudo y le robó la cartera.

Nos acusaron de robo a mano armado y robo de auto. Mi sentencia fue de cuatro años. Nadie me visitaba en la cárcel, solamente mi mamá me mandaba un poco de dinero y hablaba con ella los lunes que era el único día que podía salir al patio, los demás días estaba encerrada las 24 horas del día.

Cuando salí de la cárcel tenía dos opciones: quedarme en Mexicali o regresar a Los Ángeles con mi mamá. Ella me dice que si regreso y dejo de drogarme, me mantendrá hasta que encuentre trabajo. Por el momento decidí quedarme un tiempo en México. Pienso en el infierno que es fumar crack: querer dormirte y no poder hacerlo y seguir fumando hasta que llega un momento en el que tu cuerpo ya no puede más y empiezas a alucinar que te persiguen o que te quieren matar; ¡nombre, no quiero eso de nuevo!; aparte de que cuando regrese a Estados Unidos me encarcelarán un año por haberme fugado.

Los psicólogos de la prisión me diagnosticaron personalidad adictiva. No sólo soy adicta a la drogas, también al sexo. En Los Ángeles, en ocasiones nos encerrábamos varios amigos y yo durante varios días a tener sexo y fumar crack. En Estados Unidos el sexo se ve de otra manera que en México. A veces llegaba a la casa de un amigo y había parejas cogiendo en el sillón o dos amigas picándose la panocha con juguetes sexuales y alguien por ahí solamente viendo la televisión.

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Comencé prostituyéndome por dinero y lo terminé haciendo porque me gustó mucho. Aquí en el bar me va bien con el dinero. Tengo cinco hijos. Uno lo di en adopción a una tía de San Francisco, California. Otro se lo llevó su papá, un camionero que vive en el estado de Arkansas. Los otros tres hijos los tiene mi mamá; son los más grandes, ellos son hijos de mi primer esposo, al que más he querido.

PAOLA

Tengo 21 años y llegué a Baja California hace seis. Soy de Mazatlán, Sinaloa. Hice la preparatoria en Mexicali y quedé embarazada en el sexto semestre. Estuve tres meses como cajera en la Central de Autobuses, pero era muy poquito lo que me pagaban. Me cambié a trabajar de mesera en una fonda de tacos de carne asada, pero tampoco me salía mucho dinero. A cada rato mi mejor amiga me invitaba a trabajar con ella en el bar donde bailaba. Me negué hasta que un día enfermó mi niño y tomé la decisión de trabajar de prostituta.

Mi fantasía es tener sexo con dos hombres guapos al mismo tiempo. Hasta cuatro clientes a la vez han querido llevarme al cuarto, pero me da miedo, son muchos pitos.

Odio a los hombres que huelen feo, a algunos hasta los he tenido que meter a bañar. "Vente mi amor, báñate conmigo", les digo con voz sensual. Algo es seguro: si no te gusta el cliente, si no se te hace guapo, sí se siente horrible tener sexo con ellos. Recuerdo que el primero con el que me acosté estaba de buen ver, pero el segundo estaba viejito, 60 años; me dio asco. También los gordos me dan asco porque tienen el pito chiquito. Menores de edad también me he cogido, sé que lo son porque si los miro muy jóvenes les pregunto la edad; no sé si me pueden acusar de violación de menores de edad, espero que no.

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En este tipo de trabajos hay clientes que les gustan cosas muy raras, como que les preste mi ropa interior: les gusta cogerme vestidos como si fueran yo. Hace poco un cliente me pidió que le chupara y mordiera las chichis; tuve que hacerlo, le lamí y mordí los pezones, lo bueno es que no era muy feo, pero por dentro me daba risa. En otra ocasión me tocó un cliente que se desnudó y se puso boca abajo para que le echara cerveza en las nalgas. "Si le vas a echar cerveza chúpale, méteme la lengua entre las nalgas, absorbe", me dijo el tipo. ¡Pinche loco! Pero si me pagan tengo que hacerlo y lo hice. También en una ocasión un cliente de 70 años se puso a gatas y me pidió que con una mano lo cacheteara mientras que con la otra le metía los dedos en el ano.

Lo que sí no soporto es que me besen los senos o la boca; algunas compañeras se dejan besar, pero yo no. Eso sí, lo que más cuido de mi cuerpo porque es sagrado. A veces me piden el ano, pero ese nadie me lo toca. "Sáquese a la chingada", les contesto cuando me dicen que me dan propina si me dejo penetrar. Lo sí me gusta es que me besen el cuello y las orejas, siento rico.

Hace seis meses subí a bailar por primera vez al escenario. Baile la canción "Rompe la cintura" de Alexis y Fido. Estaba borracha y no me dio vergüenza, hasta me caí del tubo y no me importó. Al día siguiente no estaba borracha y el patrón me dijo: "Quiero que te subas a bailar, a los clientes les gustó". Sí lo hice, pero me puse muy nerviosa, la mirada de los clientes me hace sentir muy incómoda. Hasta la fecha bailo poquito porque me da vergüenza.

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Una de las noches que estaba bailando en el tubo llegó un tío, hermano de mi papá. Vi que se sentó y que se me quedaba mirando, como que no estaba seguro de que era yo. Hasta que se dio cuenta de que sí era se salió y ya no regresó al bar, le dio vergüenza, también a mí.

Los más que he hecho son siete cuartos (sexo servicios) en una noche y lo menos que hago son tres. Cobro 1500 pesos por media hora de sexo: mil para mí y quinientos para el bar. En cuanto el cliente termina (eyacula), no me importa que le queden 10 minutos, yo me paro de la cama y me meto a bañar; me vale que el cliente se enoje. "Ay ya, no estés jodiendo", le digo. Lo más que he cobrado a un cliente son 3 mil 500, pero es a hombres que tienen dinero.

He ganado en una semana hasta 25 mil pesos, pero debo trabajar todos los días para eso. Debo coger con 50 personas distintas en una semana, aunque regularmente solamente vengo tres días, los otros me quedo en casa.

Engordé trabajando de sexoservidora. Cuando comencé estaba muy flaquita, la cerveza me infló. Todas mis amigas trabajan de sexoservidoras. Cuando nos vamos de antro ya no podemos conocer muchachos sin estar pensando en cuánto podemos cobrarles. Te vuelves muy interesada en este ambiente y ya no coges con nadie si no te pagan. Nunca me he enamorado de un cliente, pero sí se han enamorado de mí. Había uno que a cada rato venía a verme, pero yo siempre estaba ocupada con otros hombres. Un día se peleó con otro cliente por mí, se agarraron a madrazos en la entraba del bar.

Antes de trabajar en este bar trabajé con una madrota y me pagaba muy poquito: 700 pesos por una hora de sexo. Trabajé tres semanas y me salí, porque aparte me pasó algo muy feo: tuve que aventarme de un carro en movimiento. Las cosas pasaron así: Unos tipos me pidieron servicio a un hotel que está sobre la carretera que va para Tijuana. Llegué al cuarto y solamente tuve sexo con uno de ellos, el otro me dio propina, pero solamente se dedicó a ver. Regularmente el taxi pasaba por mí para llevarme de regreso a la casa de citas, pero los tipos se ofrecieron a regresarme y como se habían portado buena onda, acepté. Comenzaron a manejar y a fumar cristal (metanfetamina). Vi que se transformaron muy gacho y les pedí que me bajaran, pero no quisieron. El tipo que sólo estuvo mirando cómo tenía relaciones con su amigo iba en el asiento de atrás; de pronto comenzó a morderme el cuello y los hombros, muy fuerte, como si fuera un vampiro. No sabía qué hacer, me estaba lastimando mucho y fue cuando en una calle de tierra me aventé del carro y me golpeé las piernas y la cabeza. Tuve que dejar de trabajar como un mes.

Actualmente vivo con mi hijo y mi mamá. Duré un año para confesarle a mi amá que no era recepcionista en un hotel, sino que trabajaba en un bar. "Mamá, la verdad trabajo de bailarina en un table dance", le dije. "Con razón traes mucho dinero, ya no te creía que de recepcionista se ganaba tanto dinero. Cuídate mucho, en ese ambiente hay mucho borracho y drogadicto", fue todo lo que me dijo. Si supiera que para aguantar la desvelada me meto perico (cocaína). Una cosa sí te digo: Nadie nace siendo prostituta, la pobreza nos orilla a serlo.

En el sexo servicio te haces vieja rápido. El tipo de vida que llevas te acaba: desveladas, tomar cerveza, bailar en el tubo y coger con los clientes me quita toda la energía. Se supone que nomás trabajaría unos meses de prostituta, pero ya tengo dos años y parece que no tiene fin. Sí me gustaría trabajar en otra cosa, pero no sé en qué. Sé usar la computadora, lo aprendí en la preparatoria. Quiero juntar dinero para que cuando esté viejita no tenga que trabajar.

PAMELA

Tengo 43 años. Empecé en la prostitución siendo una niña de 17. Me había quedado sin casa y fui a un bar a buscar trabajo con un conocido de mi familia y cómo me veía de buen ver, me contrató para que platicara con los clientes, pero hasta ahí, no me prostituía. Ni siquiera bebía cerveza, fichaba con licor de menta rebajado con agua mineral, hasta que me di cuenta de que las que más se emborrachaban eran las que más dinero ganaban. El tercer cliente con el que me acosté es el papá de mi primer hijo. Lo dejé en cuanto di a luz porque era muy infiel. Te diré algo: no hay mujeres más celosas que las sexoservidoras, no sé por qué, tal vez por inseguridad.

Soy de Querétaro, pero llegué a vivir a Baja California a los 15 años. En este ambiente conoces a muchos narcotraficantes. Varias veces estuve a punto de que me dieran cuello, afortunadamente intercedieron por mí. En una ocasión estábamos otra muchacha y yo en una casa del Valle de Mexicali con unos narcotraficantes que trabajaban para los Arellano Félix. Teníamos dos días bebiendo cerveza y metiéndonos cocaína. Casi para amanecer el tercer día llevaron a un muchacho que algo les había robado, no supe qué era, pero trabajaba con ellos. Me tocó ver como lo golpeaban con un bat de beisbol en las piernas. Fue horrible, no quise ver y me encerré en el baño, pero seguía escuchando cómo gritaba. De pronto ya no gritó, lo habían matado. No supe dónde echaron el cuerpo.

Al año me mudé a Zacatecas y luego a Guadalajara a trabajar en un table dance que estaba de moda. Ahí me tocó conocer al narcotraficante El Güero Palma. Fui a su rancho cuatro veces porque era muy amigo del dueño del table donde trabajaba y nos llevaban a varias muchachas a su finca. Lo único que hacíamos era nadar en la alberca y hacer exactamente lo que ellos quisieran: meternos cocaína, beber cerveza y coger; aunque te estuvieras cayendo de cansancio debías continuar. Eso sí, El Güero Palma era muy espléndido, lo que le pidiéramos de dinero nos lo daba, pero si se llegaba a perder algo de la casa del rancho nos desaparecían: ya fuera una cadena de oro, una pistola, droga o dinero. Recuerdo que el Güero Palma era muy cocodrilo (cocainómano). Por toda la casa había bloquecitos de cocaína en charolitas plateadas.

En este ambiente hay muchos pleitos. Somos mujeres, imagínate que estemos borrachas, drogadas, con envidia, celos, desveladas y con cambio hormonales por menstruación: somos una bomba de tiempo. Terminé la preparatoria hace cuatro años. Me hubiera gustado que alguien me hubiera guiado para estudiar y no andar de pendeja perdiendo el tiempo y tirando mi dinero. Mi mamá me ayudó mucho pero también me exprimió con mis ganancias, no se diga mis hermanos.

Inicié mis participaciones en el escenario con canciones de Gloria Trevi y Alejandra Guzmán; eran las que estaban de moda. Cuando bailaba en el tubo me viajaba, lo disfrutaba mucho, pero cuando cumplí 30 años ya me sentía medio ridícula; aparte falleció mi mamá y me deprimí. Desde entonces solamente me prostituyo. Este negocio dejaba más dinero en años pasados, esa época me tocó a mí.

Debo confesar que no me gusta la gente demasiado gorda. El primer sexo servicio que hice fue con una persona gordísima; lo vi sin ropa y fue muy desagradable, quise morir cuando me pidió sexo oral. En lo único que pienso en ese tipo de situaciones es en que eyacule rápido. Trato de hacer el sexo oral lo más rápido que puedo.

Hay todo tipo de clientes. Estoy pensando en un sacerdote que viene cada quincena y se sienta en un rincón oscuro del bar. Pide su botanita, su cervecita y le gusta que lo estén masturbando por debajo de la mesa. También viene un ministro religioso que embarazó a una amiga y la hizo que abortara. Tres meses después ya andaba con otra compañera; traía un desmadre el curita.