Tres directoras nos confirman lo machista que aún es el cine español

En el Festival de Málaga cuesta encontrar películas dirigidas por mujeres. Hablamos con Roser Aguilar y Elena Martín, dos excepciones, y con Juana Macías, que lucha contra la desigualdad desde CIMA.

La directora de cine Elena Martín, en Málaga.

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Según el estudio de 2015 realizado por CIMA, la Asociación de Mujeres cineastas y de medios audiovisuales, el desequilibrio es evidente: 81% de hombres tras la cámara frente a un 19% de mujeres.

Prácticamente todos los años ocurre lo mismo. Cuando aparece la lista de las películas que han sido seleccionadas para formar parte de la sección oficial de un festival, cuesta encontrar títulos que hayan sido dirigidos por mujeres. Pasa en Cannes y, por supuesto, también en Málaga. En esta edición, la representación española a competición se reduce a Roser Aguilar, con la película Brava y a Carla Simón, que debuta con Verano 1993. Para rascar más nombres tenemos que irnos a secciones paralelas y fuera de competición. Ahí están Elena Martín con otra ópera prima, Julia ist. y Denis Castro, que ha participado en el film colectivo Maniac Tales.

Todas estas películas giran en torno a personajes femeninos complejos y poliédricos, bucean en sus personalidades y nunca muestran un mínimo de complacencia ni condescendencia hacia ellos. Todo lo contrario de lo que ocurre en muchas de las películas dirigidas por hombres que reducen el universo femenino a una serie de clichés marcados por el maniqueísmo más retrógrado. Solo hace falta echar un vistazo a la película de inauguración, El bar, en la que Álex de la Iglesia se recrea en filmar a Blanca Suárez en ropa interior mientras vierten sobre su cuerpo litros de aceite y la masajean.

Pero no es el único. En Amar, la joven protagonista se deja llevar por las relaciones de poder y sumisión a la que la somete su pareja para, después de hacerla pasar por un calvario de celos, terminar diciéndole: “Siempre seré tuya”. En La mujer del animal, Víctor Gaviria pretende denunciar el maltrato sometiendo a su personaje a millones de palizas y violaciones llevando el compromiso social al terreno del exhibicionismo, al igual que le ocurre a Roberto Sneider en Me estás matando Susana: critica el machismo para terminar cayendo en sus garras. Y esos son solo algunos ejemplos.

Mujeres manipuladoras, mentirosas, desgraciadas y amargadas, prostitutas… han poblado las ficciones dirigidas por hombres a lo largo de estos días. El único retrato candoroso e idealizado de una mujer lo ha traído la argentina Lorena Muñoz y su biopic Gilda, no me arrepiento de este amor, un repaso por la vida de la reina de la cumbia y la música tropical en el que al menos se subraya la necesidad del personaje a la hora de luchar por sus sueños desafiando la voluntad de un marido represor.

Volvamos a Brava, Verano 1993 y Julia ist. En las tres nos adentramos en un viaje de autodescubrimiento a través de personajes femeninos que intentan hallar su lugar en el mundo, ya sea después de un hecho traumático o simplemente por simple desorientación vital. Son tres relatos narrados desde diferentes perspectivas vitales: madurez, niñez y juventud. Y a pesar de ser completamente diferentes, ** tienen la capacidad de sumergirnos en los pliegues más profundos de esas mujeres (y una niña) , que intentan adaptarse al entorno que las rodea** al mismo tiempo que comienzan a ser conscientes de las heridas e inseguridades que arrastran. Es curioso que, además, todos tengan un punto de exorcismo personal.

Laia Marull en 'Brava', de Roser Aguilar.

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A Roser Aguilar le ha costado casi una década levantar su segunda película. Con su debut, Lo mejor de mí (2007) , participó en el Festival de Locarno, donde su actriz protagonista, Marián Álvarez, logró el premio a la mejor interpretación. A pesar de su repercusión internacional, no fue nominada al Goya a la dirección novel. Ese año todos los candidatos fueron hombres: Félix Viscarret, Tom Fernández, David y Tristán Ulloa y el vencedor, J.A. Bayona. Ahora vuelve a un terreno escurridizo que ya estaba presente en su ópera prima: el de la crudeza y la ambigüedad. Aguilar no parece dispuesta a claudicar ante la vertiente más acomodaticia que reina en el cine español y se lanza a explorar las capas más incómodas y oscuras de sus personajes. Su intención, a través de ellos, es lanzar una reflexión sobre el mundo en el que vivimos, lastrado por la incomunicación y también por la violencia contra las mujeres. Una situación a la que nadie parece querer mirar de frente.

En Brava cuenta la historia de Janine (Laia Marull) , una mujer que tiene una vida cómoda hasta que es agredida sexualmente en el metro. Ese será el detonante para iniciar un camino de huida, pero también de búsqueda personal. Tendrá que enfrentarse a sus propios de demonios para reaccionar frente a ese estado de shock en el que se encuentra instalada tras su experiencia traumática y salir de él para solucionar la crisis de identidad que se ha generado en su interior.

Roser Aguilar nos muestra el estado de pánico de la protagonista tras ese episodio de violencia. Pero no es algo aislado. En realidad, da la sensación de que en ningún sitio estará a salvo, porque en todos, incluso en las zonas más aparentemente plácidas y recónditas, el estado de agresividad humana casi primitiva a la que parece que estemos involucionando se encuentra en estado latente, preparado para estallar. “La crisis económica y la precariedad han creado mucha crispación en la sociedad”, nos cuenta la directora. “Han aumentado las agresiones, y no solo las sexuales. Me preocupa que nos estemos acostumbrando a eso, porque da mucho miedo. Quería explorar qué implicación hay que tener frente a las cosas que ocurren a nuestro alrededor”. Aguilar asegura que antes no se consideraba feminista, pero que ahora se da cuenta de que resulta imprescindible no tomar partido, porque es necesario luchar por la igualdad de derechos para compensar la balanza.

Este año, las directoras españolas presentes en el festival de Málaga tienen algo más en común, todas son catalanas. Roser Aguilar se formó en la ESCAC (donde imparte también la docencia) , la cantera que ha formado a nuevos talentos que han promovido el recambio generacional como es el caso de Mar Coll (Tots volem el millor per a ella) , Nely Reguera (_María y los demás) _, Elena Trapé (Blog) y Denise Castro (Salvación) . Carla Simón estudió en la Autónoma de Barcelona y Elena Martín en la Pompeu Fabra. Ambas abordan en sus óperas primas sendos relatos confesionales.

Mientras Carla se remonta a su infancia en Verano 1993 para narrar el sentimiento de orfandad después de que su madre falleciera a causa del virus de VIH, Elena Martín detalla en primera persona su viaje a Berlín cuando era estudiante de Erasmus. Hay mucho de ellas en cada una de las películas. Recuerdos ya sean más cercanos o más lejanos, sirven para impregnar el relato de una verdad que procede de la más estricta intimidad de sus creadoras.

Verano 1993 surge del proyecto CIMA Mentoring. A través de él, la Asociación de Mujeres cineastas y de medios audiovisuales trabaja para fomentar la igualdad en el sector y, al mismo tiempo, impulsar los nuevos talentos. “Hay muchas directoras jóvenes que intentan dar el salto y lo tienen muy difícil. Con esta iniciativa intentamos cambiar los datos para que las jóvenes consigan acceder a la industria”, nos cuenta Juana Macías, vicepresidente de CIMA y una de las impulsoras del proyecto. El mecanismo es el siguiente: Se eligen una serie de proyectos, cinco o seis y a cada uno se le asigna una mentora para que le ayude a conseguir financiación. Así fue como, en la II edición, Válerie Delpierre (que intentaba sacar adelante la película de Carla Simón) , entró en contacto con la productora de Avalon, María Zamora, que se enamoró inmediatamente del proyecto: “Cuando leí el tratamiento, que siempre suele ser lo más frío, me tocó de forma muy profunda y quise saber más de quién había detrás”.

Carla Simón y los protagonistas de 'Verano 1993'.

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El resultado es una de las óperas primas más emocionantes vista en los últimos años. Un auténtico prodigio sensitivo que nos introduce en una historia de aprendizaje a través de la mirada de una niña de tan solo seis años que ha de enfrentarse a la indefensión y el desarraigo tras haber perdido a sus padres. Se trata de un viaje intuitivo que nos acerca a la extrañeza que provoca la pérdida y está rodado con una fluidez y armonía capaz de conjugar toda una serie de elementos tan contradictorios como la rabia y la necesidad de cariño.

María Zamora reconoce que desde su productora siempre habían apostado por el talento más joven. Pero ella misma se dio cuenta de que le llegaban menos proyectos de mujeres. Su primera experiencia fue con Natalia Mateo, actriz se lanzó al mundo del cortometraje para contar sus propias historias. “Parece que a las mujeres nos tengan que dar permiso para contar aquello que queremos o nos preocupa”, continúa María. “En mi caso fue una cuestión de cambiar el chip, no esperar a que me llegaran guiones escritos por mujeres, sino buscarlos yo misma, tomar una parte activa en el proceso”. Entre sus apuestas, Beatriz Sanchís con Todos están muertos (ganadora de cuatro premios en Málaga en 2014) , Nely Reguera (María y los demás) o la próxima ópera prima de Susana Casares.

Juana Macías advierte que a las mujeres se les pone más trabas para trabajar y que el objetivo es buscar un panorama más igualitario. Pero hay muchos pasos determinantes hasta llegar a hacer una película. “Hay muchos filtros que vas pasando donde no hay una mirada femenina”, continúa Zamora. “Las mesas en las que se deciden las cosas, están presididas por hombres, los comités de las televisiones, también. Y cuando llegas a un festival y ves el comité de selección, también está compuesto por hombres. Menos mal que en el tema de los jurados, están intentando equilibrar un poco”.

Es cierto que en el Festival de Málaga todos los miembros del consejo de selección, son hombres. En el de San Sebastián, existe más paridad: 5 hombres frente a 4 mujeres. Sin embargo, la mayor parte de directoras entrevistadas, siguen opinando que no es suficiente, que se necesitan más mujeres en cargos de responsabilidad y una mayor pluralidad.

Fotograma de 'Julia ist', de Elena Martín.

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Para la debutante Elena Martín, su paso por el Festival de Málaga ha sido fundamental. La descubrimos gracias a Las amigas de Ágata, aquél proyecto colectivo de fin de carrera que reunió a cuatro estudiantes en el que latía la frescura a la hora de adentrarse en el imaginario juvenil a través de la amistad y los cambios que se producen al entrar en la edad adulta y que se convirtió en una de las revelaciones de la pasada temporada. En esa película Elena era la protagonista, pero ahora asume las riendas de la dirección en este proyecto también escrito e interpretado por ella misma. “Tiene un trasfondo autobiográfico, cuando fui de Erasmus a Berlín. El guion y las tramas son ficción, pero quería contar ese momento de desorientación en el que te das cuenta de que sin referencias ni contexto estás muy perdida. También quería contar la relación de dependencia romántica que se puede llegar a alcanzar. Y hasta qué punto es necesario darse cuenta de que hasta que no nos desprendemos de las ataduras emocionales, no encontramos nuestro lugar en el mundo y somos realmente libres”.

Para Elena es muy importante que los personajes femeninos sean complejos, con contradicciones, que no sean víctimas o compañeras del protagonista. Que sean parte activa de la función. “Es curioso que a la mujer se le exija siempre ser bondadosa y dispuesta a ayudar. Y si no lo hace ya se la tilda con una etiqueta negativa. Hay momentos en los que son necesarios la introspección y no por eso eres más o menos egoísta. Es necesario atravesar por luces y sombras para encontrarse a una misma”.

La escasez de nombres femeninos en el festival de Málaga es solo un reflejo de la realidad dentro del sector en nuestro país. Y es que la industria cinematográfica sigue siendo cosa de hombres. Los datos no mienten: según el estudio de 2015 realizado por CIMA, la Asociación de Mujeres cineastas y de medios audiovisuales, el desequilibrio es evidente: 81% de hombres tras la cámara frente a un 19% de mujeres. Según Juana Macías, puede que en 2016 sea todavía mayor. Para Leticia Dolera, que presentó su primera película, Requisitos para ser una persona normal, en el Festival de Málaga de hace dos años, continúa siendo un problema que, a nivel social y cultural, se siga considerando lo femenino como un subgénero, “el cine es de y para personas, no se rige por esas etiquetas”, nos dice.

Desde CIMA intentan lanzar un mensaje positivo: “Hay que seguir intentándolo”. Es lo que hace Denise Castro, una de las pocas mujeres en España que se atreve a realizar cine de terror. Mientras que en el resto del mundo se expande la mirada femenina dentro de un género que hasta el momento había estado reservado a los hombres, Denise por el momento se encuentra prácticamente sola en nuestro país en esta tarea. Pero no se desalienta. Le gustaría que hubiera una mayor representación, pero mientras tanto sigue luchando en contra de los prejuicios y sacando proyectos adelante. Como dice Natalia Oreiro en Gilda, que nadie nos corte las alas para volar.

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