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Dani Alves conduce a una sólida Juventus a la final de la Champions

El lateral suma tres asistencias y un golazo. Solo Mbappé se rebeló en un Mónaco distraído

Alves celebra su gol al Mónaco en Turín.
Alves celebra su gol al Mónaco en Turín.Alessandro Di Marco (EFE)

La Juventus ha regresado a los dorados años de plomo. Afloran en Turín los viejos chamanes del catenaccio. Figuras como Claudio Gentile, que animó públicamente a los jugadores perderle la vergüenza a defender en masa porque esa es la fórmula que produce resultados en la casa. Tienen el know-how. Buffon, Chiellini, Bonucci y Barzagli le replicaron en el campo. Este martes hicieron lo que puede considerar como una exhibición de arte defensiva ante el Mónaco. Se trataba de no dejar pestañear a los rivales y los rivales, muchachos imberbes en su mayoría, se quedaron en el molde. Perplejos todos a excepción de Kylian Mbappé. Porque si de algo sirvió esta semifinal Juventus - Mónaco de desenlace previsible fue para experimentar con este organismo excepcional, su mente, sus extremidades, sus desplazamientos, y, en general, sus reacciones al contacto traumático con el cerrojazo supersónico de la Vecchia Signora.

El Mónaco es alegre en sus formas pero tan cartesiano como la Juventus en su estrategia. En el feudo del príncipe Alberto el realismo se emplea en altas dosis. De modo que el equipo, que encajó un 0-2 en la ida, fue a Turín completamente distraído de la Champions, un torneo que dio por perdido desde el último sorteo. Prevenidos por la directiva, los chicos estaban más pendientes del Lille, al que reciben este domingo, porque si ganan conquistan la Liga francesa y esa es su prioridad. Leonardo Jardim, el técnico, cribó la alineación titular y reservó a dos pilares: Fabinho y Lemar.

Sin Thomas Lemar, el desequilibrante extremo zurdo, las condiciones del partido se encresparon todavía más para Mbappé. Su aislamiento se hizo patente desde el minuto uno. De pie, solo contra la raya izquierda, permaneció a la espera de que alguien le cruzara un pelotazo en la más tenebrosa de las compañías: emparedado entre Barzagli y Alves. Vigilado por Bonucci. Monitorizado por Buffon, que no paró de gritar a diestro y siniestro como un capataz de factoría.

Lo asombroso de los diez minutos iniciales fue la fiereza conque Mbappé enfrentó a sus marcadores y el dominio que transmitió de sí mismo en ese laberinto. Giraba elástico, arrancaba, frenaba, se desmarcaba a lugares impensables una y otra vez con una velocidad inusual en un adolescente. Por momentos, todas las acciones parecían conducir a este chico transido. Barzagli se descuidó dos veces y le cogió la espalda alevosamente. Tras un rebote, mandó un tiro al palo. Alves tuvo que emplearse para socorrer a su colega. Barzagli no podía solo.

La coordinación de todas las líneas de la Juve en fase defensiva resultó un espectáculo formidable. Ahí la sensación es que opera un solo cerebro en posesión de múltiples cuerpos. Buffon es la cabeza de la ameba. Y se trata, además, de una criatura agresiva. Cada recuperación procuró transiciones rápidas con llegadas de Alex Sandro por la izquierda y Alves por la derecha, los dos carrileros en el esquema de tres centrales que ha instaurado Allegri.

Todas las ocasiones del Mónaco

Mbappé creó todas las ocasiones del Mónaco en la primera parte. En una de ellas desestabilizó a Bonucci y a Barzagli con un golpe de cintura, se fue al costado, centró y solo Buffon se interpuso ante el cabezazo de Falcao. Fue el penúltimo estertor del Mónaco.

Las posesiones estériles del equipo que tenía que remontar se estrellaron contra el entramado de la Juve, que solo a ratos dirigió la presión en el medio campo. Buffon inició el contragolpe que acabó en el 1-0. Abrió para Alex Sandro con la mano a la salida de un córner y la jugada pasó por Pjanic y por Alves. El brasileño culminó la galopada con un centro que Mandzukic liquidó a trompicones. Fue la tercera asistencia de Alves en el tercer tanto de la eliminatoria. Antes del descanso el propio Alves se ocupó de empalmar un rechace de Subasic. Voleón desde fuera del área, balón a la red, y a la final de Cardiff.

La segunda parte tuvo algo de trámite. El empuje final del Mónaco, cuando todo estaba perdido, solo se explica en el orgullo herido de algunos jugadores. Entraron Fabinho y Lemar, y el equipo se situó en campo adversario. "Nosotros nos dosificamos un poco", dijo Dybala, "porque vimos que la eliminatoria ya estaba cerrada". La relajación coincidió con un episodio de golpes chuscos y protestas entre Higurín, Mandzukic y Glik que sacó de quicio a Allegri, preocupado por las tarjetas rojas. También permitió a Mbappé escapar de sus vigilantes.

Aprovechando la dispersión, el francés dejó su huella. Lo hizo entrando al segundo palo en una jugada que derivó en un centro raso. El disparo pegó en el portero. La nueva generación alumbra una ametralladora. Pero Buffon no cedió por cortesía. Cedió porque no pudo evitar la última bala. A pase de Moutinho, en el primer palo, y a un toque. A la hora de partido, el joven más observado del fútbol mundial rompió la racha de más de 600 minutos de imbatibilidad de la Juventus en Champions.

El duelo de portero y goleador será recordado durante mucho tiempo con la reverencia de los enfrentamientos legendarios. Cuando el árbitro pitó la conclusión Gigi Buffon reconoció al joven con un abrazo paternal. Kylian Mbappé perdió la mirada en la nada. Tenía un enfado terrible.

La hinchada festejó el momento con una explosión de banderas blanquinegras y el canto multitudinario del himno: “¡Juve storia de un grande amore...!”. 

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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