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Un debate de símbolos y de tonos

Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez, antes del debate.

Imma Aguilar Nàcher

Los gestos cuentan porque son los que simboliza los proyectos y las intenciones. La llegada de los tres candidatos dejaba patente la intención que depositaba cada uno en el único debate de la elección interna para escoger secretario general socialista.

Susana vestía del PSOE, prácticamente con el mismo pantone socialista en su blusa, con lo que venía a subrayar el mimetismo con las siglas. Pedro era el que llevaba el traje de calle, en un recurso tópico y poco sorprendente según el cual esa imagen simboliza la militancia, si es que toda la militancia fuera de chaqueta de cuero y vaqueros. Patxi, en una tibia posición intermedia, escogía el traje de candidato de izquierdas: la blazer oscura con camisa blanca de botones, sin corbata.

Todo cuadraba, así que Patxi ocupaba el puesto central, el intermedio, el de árbitro de ring. Salomónicamente, ambos contendientes –Susana  y Pedro– cedían su puesto con tal de que no lo ocupase el rival –Pedro y Susana–, así podrían evitar enfrentar miradas demasiado cercanas. 

La duda se ha resuelto. Podía ser un debate a muerte entre guerreros o entre jugadores de ajedrez. Pero resultaba ser un ring con un árbitro y dos contendientes, aunque lo difícil era reconocer quién era el aspirante y quién buscaba retener su corona. Pedro ha llevado el debate al balance sobre el pasado reciente, es decir, la abstención como el pecado original.

Susana entraba al trapo recordando las debacles electorales y orgánicas de los últimos años. Era una batalla de desaciertos. Entretanto, Patxi se perdía en su “buenismo” y sanas intenciones hablando de tú a los militantes. Rompiendo con su papel de mediador espetaba la pregunta: “Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?” Pero la respuesta disciplinada de Pedro suponía el error del debate. Ningún candidato debe responder a una pregunta así. Es del capítulo 1 del manual de debates. 

Esta vez los atriles eran más anchos, a diferencia de los atriles estrechos y livianos del debate de 2014. Esa era prácticamente la única diferencia que presentaba la escenografía. Incluso la moderadora volvía a ser la misma, la periodista Carmen del Riego, situada -como entonces- en un rincón inapreciable, relegada a la irrelevancia. En los escasos planos que nos ofrecía la austera realización, la veíamos con poca luz, sin profundidad, como si la gestión del debate careciese de valor. Cumplía su papel pasando desapercibida.

La realización, muy pobre, seca, fría, ortodoxa, nos evitaba el contraplano, la imagen de las reacciones de los candidatos que escuchan, que son aludidos, que se enfadan, que aguantan el gesto, que vacilan. Las miradas las veíamos en los planos cortos milimetrados de cada candidato. Se miraban poco. Susana miraba casi siempre al frente, a la cámara, al futuro, una mirada institucional y poderosa. Otro error en los debates es creerse ganador y parecerlo. Patxi miraba a ambos lados, braceaba, se desesperaba con los tiempos. Era el que más espacio ocupaba en pantalla. Pedro ha entrado fuerte y se dirigía a Susana, casi sin mirar a cámara. Ha perdido el control del gesto, estaba tenso y enfadado. Terminaba las frases bajando la cabeza. Poco a poco todos recuperaban el gesto, sobre todo tras la pausa en la que seguramente recibían el consejo de rebajar la crispación.

Era un debate de tonos, incluso de personas, de deudas y de pasado. Patxi era el didáctico, el que daba lecciones. Susana, la maternal, la perdonavidas. Pedro, el revanchista, el irónico, el que se cree con la razón. En definitiva, la misma estrategia escenificada de la campaña de cada uno de ellos. No han traído sorpresas.

Desde los debates entre Hillary Clinton y Donald Trump, hemos aprendido varias cosas, entre ellas que la autenticidad vence a la preparación, a la impostura; que los analistas no estamos en la misma clave que los votantes y no solemos acertar; que triunfa el voto a la contra frente a los argumentos serenos y el poder de la oratoria; que empatizar es mejor que parecer más fuerte o más inteligente. 

Yo no sé quién ha ganado el debate, ni pretendo sentenciarlo, eso lo saben los que votan, los militantes. Habrá ganado el que haya conseguido cambiar el voto de más gente tras el debate.

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