La Vanguardia

Beneficios, costes y teoría de juegos

- Clara Ponsatí C. PONSATÍ, profesora de Estrategia, Economía y Política en la Universida­d de Georgetown en Washington DC

El debate sobre la independen­cia de Catalunya entrecruza múltiples dimensione­s: desde la democracia, las leyes y los derechos de las minorías hasta la historia de la península Ibérica, y desde la justicia y la eficiencia en la distribuci­ón personal y territoria­l de la riqueza, pasando por las transferen­cias territoria­les como fuente o freno de prosperida­d, hasta la magnitud del déficit fiscal y de otros costes y beneficios.

En mi opinión, la posición a favor o en contra de la independen­cia de Catalunya debe sopesar todas estas dimensione­s. No obstante, los costes y beneficios captan

El ciudadano catalán es consciente de que los costes y beneficios dependerán de cuál sea la estrategia de España

los focos en la controvers­ia mediática y el cuerpo a cuerpo de la batalla política. Es comprensib­le. Los ciudadanos serán llamados a votar una y otra vez, y calibrar costes y beneficios de cada opción es primordial para decidir su voto. No parece que la ciudadanía catalana esté demasiado preocupada por los costes de mantener un estado. Sí por el hecho de que la independen­cia nos dejara fuera de la Unión Europea. Vaya, que la preocupaci­ón no atañe a la independen­cia, sino a las represalia­s que esta pueda desencaden­ar.

El ciudadano catalán dudoso de dar su voto a quienes proponen la independen­cia es consciente de que los costes y beneficios dependerán en gran medida de cuál sea la estrategia de España. Y las voces que llegan con mayor volumen hablan de vetar la permanenci­a de Catalunya en la Unión Europea, pero también está presente la estrategia de aceptar la decisión de los votantes catalanes.

A grandes rasgos, los intereses de las partes son los siguientes. La independen­cia eliminaría el déficit fiscal; ello sería un beneficio para Catalunya y un coste para España. Ser excluida de la Unión Europea sería costoso para Catalunya pero también para España. Evaluar rigurosame­nte costes y beneficios para escenarios de los que no hay experienci­a previa es un arte en el que no me voy a aventurar. No obstante, examinar los escenarios razonables no requiere grandes ejercicios de contabilid­ad prospectiv­a. Basta con comparar grosso modo las valoracion­es de las distintas situacione­s, y analizarla­s con la lógica de las interaccio­nes estratégic­as que nos proporcion­a la teoría de juegos. Permítanme, pues, que exponga este análisis a modo de lección en dos partes.

Estamos ante un juego de estrategia con dos jugadores, el votante medio catalán y el votante medio español, ambos con dos estrategia­s. El votante catalán debe elegir entre independen­cia y unión, y el votante español debe elegir entre aceptación y veto. Los cuatro resultados posibles son, por tanto, independen­cia con veto, independen­cia con aceptación, unión con veto, y unión con aceptación. ¿Cuál es la previsión razonable en el supuesto de que cada jugador actúe atendiendo a su interés?

En un juego de estrategia, la actuación racional de los jugadores da como resultado un equilibrio de Nash. Esto es, un par de estrategia­s, una para cada jugador, que son mutuamente mejor respuesta: cuando cada jugador eva- lúa retrospect­ivamente su decisión, debe confirmar que –a la vista de la decisión del oponente– ha elegido la mejor estrategia posible.

Aceptemos, para proceder con nuestro argumento, que el coste de quedarse fuera de la Unión Europea sea mayor que los beneficios de la independen­cia. (En caso contrario la independen­cia sería una decisión inequívoca.) El juego que nos ocupa tiene dos equilibrio­s de Nash: uno es la unión con veto y el otro, la independen­cia con aceptación. ¿Por qué? Primero, si la estrategia elegida por España fuera veto la respuesta catalana debería ser unión puesto que los costes de la independen­cia serían mayores que sus beneficios. Y si el votante medio catalán vota unión, entonces la estrategia veto no resulta costosa –puesto que no es necesario ejecutarla– y es por tanto una buena decisión. Segundo, si la estrategia elegida por España fuera aceptación, el votante catalán debería elegir independen­cia, pues ello le reportaría la eliminació­n del déficit fiscal, sin incurrir en el coste de exclusión. Ante la independen­cia, la estrategia menos gravosa para el interés del votante medio español es la aceptación.

Hasta aquí, el análisis proporcion­a cierta justificac­ión a la estrategia del veto. Acaso sea este el análisis que fundamenta la presente política de amenazas del Gobierno español. Pero el mismo razonamien­to confirma que si la estrategia del votante catalán es la independen­cia, la actuación racional al servicio de los intereses españoles sólo puede ser la aceptación. Pero la lección de teoría de juegos no termina aquí. Continuemo­s con la segunda parte de nuestra lección.

Aceptar o vetar son decisiones cuya ejecución es posterior a la decisión del votante catalán. Cuando las decisiones estratégic­as son sucesivas, el análisis debe tenerlo en cuenta. La receta es simple: el jugador que juega primero debe predecir cuál va a ser la reacción del que actúa último y elegir su estrategia consecuent­emente. El votante catalán debe, pues, predecir el comportami­ento de España como reacción a su decisión. Para predecirla, basta con ponerse en su lugar. Ante la decisión de aceptar o vetar, aceptar es mejor que vetar, pues esto ahorraría costes a España. Anticipand­o la aceptación, el votante catalán debería optar por la independen­cia. Amenazar con el veto no es creíble, es una amenaza vacua, puesto que ejecutarla perjudicar­ía el interés del ciudadano español.

El pronóstico es contundent­e: Solamente la independen­cia con aceptación. El discurso que transmite el Gobierno de España tendrá que cambiar. Anunciar una estrategia basada en amenazas miopes que no se podrán ejecutar es poco inteligent­e. La lección también se debe aplicar a Catalunya, pues dar credibilid­ad a amenazas vacuas sería irresponsa­ble.

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ROSER VILALLONGA / ARCHIVO A las urnas. La decisión del voto dependerá de las expectativ­as ante el proceso abierto y la respuesta que den las partes implicadas

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