El abrazo al extranjero

Messi es otra historia. Así que dejen que empiece hablando del extranjero. A Dembélé le cantó la grada el himno de su país, La Marsellesa, con una letra adaptada a su nombre. En el campo este nuevo jugador no es el francés, tan solo: es el extranjero. El que viene a sustituir a Neymar, que era de la casa. Tarea difícil, después del drama de la fuga del brasileño, adaptarse al dúo que se había quedado solo, o al menos extrañado. El extranjero Dembélé se nacionalizó barcelonista al final del partido. En esa extraordinaria jugada que fue su bautizo en ese país extraño que es el Barça combinó con Suárez, que goleó el quinto, y se ganó el abrazo sucesivo de todos los jugadores del Barça, con los miembros del antiguo tridente en primera línea. Esa fotografía vale mucho para Dembelé y para la paz espiritual de un equipo que anoche se examinaba de sus últimas tribulaciones.

Messi, decía, es otra historia. Tiene la suavidad de los ganadores, el temple de los que no se fijan en lo suyo pero lo cuidan; es un individuo, esencialmente, pero se ha ido adaptando a la idea de que el juego resulta más divertido cuando entregas la pelota. Pero ésta siempre le vuelve otra vez a él, y le quiere tanto que al final es su cómplice. Hasta cuatro veces fue anoche su cómplice. No se puede decir nunca que el Barcelona llegue a la felicidad, pues el equipo vive instalado en la duda. Pero con Messi es imposible no estar al menos tocando la alegría.