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Los políticos presos y un relato fraudulento
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José Antonio Zarzalejos

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Los políticos presos y un relato fraudulento

La agotada narrativa independentista ha pasado ahora a la amnistía para los políticos presos provocando una feroz polarización

Foto: La cárcel de Estremera, donde se encuentran en prisión provisional Oriol Junqueras y otros siete 'exconsellers' de la Generalitat. (EFE)
La cárcel de Estremera, donde se encuentran en prisión provisional Oriol Junqueras y otros siete 'exconsellers' de la Generalitat. (EFE)

Lo que ha ocurrido en Cataluña estos últimos años lo define perfectamente Lauren Habid en 'La comunicación transformativa': “Una única vía pareció imponerse a los comunicantes: hablar más rápido y más fuerte sin escatimar nunca en materia de emociones, a riesgo de coquetear con la mentira”. El gran éxito del independentismo pareció siempre su especial capacidad para hilar un relato épico, ético y estético. Y, desde luego, para jugar con la astucia, con el regateo al Estado, con las leyes y con su propia impotencia. El viaje a Ítaca ha sido una suerte de 'storytelling' tal y como desgranó en el libro del mismo nombre Christian Salmon que subtituló su obra así: “La máquina de fabricar historias y formatear las mentes”. Para el autor, el relato se comporta en la sociedad como un “instrumento de control”, en un “arma de distracción masiva”. Va más allá de la posverdad y compone una suma de manipulación y mentira. Y ha creado un “marco de referencia” –en palabras de George Lakoff– que determina “nuestro modo de razonar y lo que se entiende por sentido común”.

He querido aportar las referencias académicas anteriores para tratar de demostrar que el gran hallazgo de la narrativa secesionista no es otra cosa que la aplicación práctica de técnicas muy conocidas. El grave problema de estos procedimientos narrativos que buscan la persuasión, el convencimiento y la creación de percepciones se produce cuando se divorcian de la realidad y el relato se hace autónomo de los hechos y vaga por el vacío de las palabras, las consignas y las ensoñaciones. Sin un fuerte anclaje de la narración en la realidad, se crea una virtualidad por completo fraudulenta. Y eso es, exactamente, lo que ha ocurrido en Cataluña. Y quienes han sido sumergidos en esa irrealidad descubren ahora que la ensoñación resultó una estafa.

Puigdemont desde Bruselas –o desde donde realmente esté– es un misil que impacta en la coherencia del relato tan compacto en otro tiempo

La narrativa catalana reivindicativa tenía –y seguirá teniendo– una base de realidad que, aunque discutible, puede argumentarse sin necesidad de introducir variables de marketing. Pero cuando esa fundamentación fáctica se convierte en hiperbólica y se presenta como legitimadora de soluciones radicales y rupturistas, que serían, además, las únicas posibles, se consuma el fraude y, como ahora ocurre, deviene la frustración colectiva. Tratar de prolongar este relato –como ha ocurrido esta semana con la infausta rueda de prensa de Carles Puigdemont en Bruselas y ahora con las prisiones provisionales decretadas el jueves– introduciendo quiebros y requiebros conduce al descrédito total. Los medios internacionales que acudieron a la cita belga del expresidente de la Generalitat no ahorraron metáforas hirientes a su comparecencia, porque cuando la deriva de la narrativa se introduce en la excentricidad provoca el efecto contrario al pretendido: falta de credibilidad y, a la postre, desprecio. No hace falta, por eso, que Artur Mas, Mas Colell, Marta Pascal, Santi Vila o Benet Salellas reconozcan ahora que la independencia nunca fue posible. Ya lo sabíamos.

La jueza envía a prisión a Junqueras y a otros siete 'exconsellers' de la Generalitat.

El encarcelamiento del exvicepresidente Oriol Junqueras y siete exconsejeros reanuda el relato, pero lo hace ya cuando todo está perdido y la argamasa unitaria ahora ha pasado de ser la propuesta independentista a otra de amnistía. Es posible que estos presos y “los Jordis” sean piezas de convicción para plantear el 21-D de un modo ferozmente polarizado y plebiscitario, pero la oferta independentista como tal se ha agotado y su narrativa no da más de sí. Acaso solo para seguir adjetivando negativamente al Estado que tanto subestimaron los independentistas. Podría darse el caso de que ni siquiera la solidaridad que provocan habitualmente los compañeros de fatigas en la cárcel sea suficiente para que un fragmentado secesionismo se una en lista única en las elecciones de diciembre. Puigdemont desde Bruselas –o desde donde realmente esté– es un misil que impacta en la coherencia del relato tan compacto en otro tiempo.

placeholder Concentración de apoyo a los exmiembros del Govern de Cataluña encarcelados. (EFE)
Concentración de apoyo a los exmiembros del Govern de Cataluña encarcelados. (EFE)

Aquí no hay culpables únicos o exclusivos. Pero los unos lo son más que los otros y, en particular, los que han infringido la ley y han tenido posteriormente una reacción adolescente e irresponsable: les sorprende que tras intentar tumbar al Estado en Cataluña su comportamiento no resulte impune como si la política fuese una jungla sin normas ni compromisos. Cataluña ha estado sometida a una autocracia (la ha dirigido mucho más el sanedrín de Mas y Puigdemont que las instituciones) y a un limbo jurídico que ha provocado la repugnancia intelectual de propios y extraños, pero no de los impecables demócratas que en los medios y en la política –algunos desde las bambalinas– han estafado a un pueblo dejándolo como un erial político, cívico y económico. Además ha concurrido un rasgo destructivo: la soberbia, la creencia estúpida de la superioridad y la subestimación despectiva del adversario. Esto no es nuevo en la historia de Cataluña.

Lo que ha ocurrido en Cataluña estos últimos años lo define perfectamente Lauren Habid en 'La comunicación transformativa': “Una única vía pareció imponerse a los comunicantes: hablar más rápido y más fuerte sin escatimar nunca en materia de emociones, a riesgo de coquetear con la mentira”. El gran éxito del independentismo pareció siempre su especial capacidad para hilar un relato épico, ético y estético. Y, desde luego, para jugar con la astucia, con el regateo al Estado, con las leyes y con su propia impotencia. El viaje a Ítaca ha sido una suerte de 'storytelling' tal y como desgranó en el libro del mismo nombre Christian Salmon que subtituló su obra así: “La máquina de fabricar historias y formatear las mentes”. Para el autor, el relato se comporta en la sociedad como un “instrumento de control”, en un “arma de distracción masiva”. Va más allá de la posverdad y compone una suma de manipulación y mentira. Y ha creado un “marco de referencia” –en palabras de George Lakoff– que determina “nuestro modo de razonar y lo que se entiende por sentido común”.

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