#20NovMx por Pedro Miguel

En la vida real fue una marcha enorme, pacifica, doliente y festiva. En el noticiero televisivo del régimen fue una gresca frente a Palacio.

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Regeneración, 20 de noviembre de 2014. Las tres magnas columnas que convergieron en el Zócalo marcharon impulsadas por la ausencia de los asesinados, la incertidumbre de los desaparecidos, el dolor de los padres; por la rabia contra los atroces, los indolentes y los encubridores y cómplices; por la solidaridad con las comunidades sometidas a guerras depredadoras, y por la empatía que borda tejido social en las calles entre miles de caras desconocidas y –el agravio se suma a la lista– por la exasperación ante la sempiterna repetición del duelo entre toletes y provocadores: los pagados y los que, de manera gratuita, prestan sus inestimables servicios al Estado al que dicen odiar. Ah, queridos vándalos: si en verdad andan muy necesitados de quemar algo vayan y quémense los dedos en la estufa, pero no Palacio Nacional, que éste no es de ustedes ni de Peña: le pertenece al pueblo soberano.

Hubo contingentes de todo y gente suelta de toda: obreros, profesionistas, viejos y niños, alumnos de escuelas rurales marchando con estudiantes de colegios particulares, ateos y religiosos, hombres y mujeres libres, conscientes y extremadamete cívicos. Pero fue sólo la punta del iceberg de un alzamiento cívico nacional que recorrió el territorio del país, desde las grandes ciudades hasta los pequeños pueblos.

Este 20 de noviembre se confirmó que la herida abierta se llama #Ayotzinapa, que México respira por ella, que no la cerrarán con sobornos, mentiras televisadas o represión, y que miles y miles de personas de buena voluntad de todo el mundo nos quieren, nos apoyan y desde sus calles remotas marchan con nosotros.

En el Zocalo el régimen tendió una emboscada a la sociedad: la Policía Federal azuzó a sus embozados para que atacaran de nueva cuenta Palacio Nacional y fabricaran el pretexto para después cargar, auxiliada por la capitalina, contra manifestantes inocentes e informadores. Luego despejó el Zócalo a garrotazos: el primitivismo de siempre contra el pensamiento solidario y pacífico, la idiotez contra la solidaridad, el empecinamiento en sacar de sus casillas a una sociedad ya muy agraviada que no tiene interés alguno en ser carne de cañón para la violencia oficial pero que ha perdido el miedo a las armas represivas. Una operación semejante fue aplicada horas antes en las inmediaciones del aeropuerto capitalino. El número de capturados en cada una de ellas fue idéntico: 15, para un total de 30.

http://www.comitecerezo.org/spip.php?article1962

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Policías federales y capitalinos arremetieron contra manifestantes que aun permanecían en el Zócalo tras la provocación

La sociedad marcha en paz y el régimen está tocado. Las movilizaciones pacíficas en Mexico y en el mundo le causan una erosión acaso irreversible y se empeña, por ello, en desnaturalizarlas y conducirlas al terreno de la violencia, en el cual tiene las de ganar, tanto por su experiencia en la materia (la guerra sucia de Echeverría y López Portillo, el asesinato político cultivado como arte durante el sexenio de Salinas, las masacres rurales de Zedillo, la represión en Atenco y en Oaxaca perpetrada por Fox, la narcoguerra de Calderón) como por su vasta acumulación de medios propagandísticos, policiales, militares, paramilitares y criminales.

Pero esa maniobra no va más. Con la excepción de los conductores televisivos del régimen, el mundo fue testigo de la determinación tan masiva como pacífica de la sociedad mexicana y, en contraste, ha quedado en evidencia que tanto los policías municipales de Iguala que asesinaron y desaparecieron a los normalistas de Ayotzinapa como los policías federales y los provocadores enviados ayer al Zócalo a montar la agresión contra gente pacífica son píezas de la misma máquina; una máquina que no se encuentra fuera de la historia ni es creación sobrenatural sino una construcción humana que puede ser desactivada y desmontada por humanos. Esa tarea está en curso. Hay que proseguirla con la inteligencia necesaria para impedir que los pedazos de esa estructura inmunda y opresiva nos caigan en la cabeza.