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Palabras de esperanza: Martes 2 de Cuaresma

P. Clemente Sobrado cp.

“Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones: cesad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad la justicia, defended al oprimido, sed abogados del huérfano, defensores de la viuda. Ahora venid y discutamos: aunque sean vuestros pecados como la grana, como nieve blanquearán; aunque sean rojos como la escarlata, como lana blanca quedarán”. (Is 1,10.16-20)

“Esta es por tanto «la regla de la conversión: alejarse del mal y aprender a hacer el bien». «Convertirse no es ir donde un hada que con la varita mágica nos convierte: ¡no! Es un camino. Es un camino de alejarse y de aprender». Es un camino que requiere «valentía para alejarse» del mal, y «humildad para aprender» a hacer el bien. Y que, sobre todo, necesita «cosas concretas». No es casualidad, que el Señor, a través del profeta, indica algunos ejemplos concretos: «buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda». Pero se podrían enumerar muchos otros. Es importante comprender que «se aprende a hacer el bien con cosas concretas, no con palabras». Y de hecho Jesús, como se lee en el Evangelio del día, «regaña a esta clase dirigente del pueblo de Israel, porque “dicen y no hacen”, no conocen la concreción. Y si no hay concreción, no puede haber conversión». (Papa Francisco)

Hoy, tanto Isaías como el Evangelio nos hablan
del proceso y el camino de la conversión.
Primero nos presenta una regla general:
“Lavaos, apartad de mi vista el mal”.
Pero, ojo, no nos pide limpiarnos para quedarnos mirando al espejo.
Antes de salir a la calle camino de la oficina,
nos lavamos la cara.
Pero no basta lavarnos la cara, si luego
no hacemos nada en la oficina.
Antes de salir comino de la conversión,
también hay que lavar el corazón y el alma.
Esto es solo el comienzo: Dios no nos quiere ver sucios.

Pero luego nos pide dos cosas fundamentales:
a.- “Dejad de hacer el mal”.
Convertirnos comienza por ahí,
por dejar de hacer lo malo que hacíamos;
por dejar y abandonar nuestras infidelidades;
por dejar de pensar mal;
por dejar de criticar;
por dejar de murmurar;
por dejar de ser insensibles ante los demás.
Por dejar los malos caminos.
Kierkegaard escribía de aquel que iba por la autopista de Londres
y vio a un aldeano trabajar en el campo.
Se detuvo y le preguntó: “Señor, ¿esta es la autopista de Londres?”
Sí, Señor, es la autopista de Londres,
pero si usted quiere ir a Londres,
tendrá que dar la vuelta, porque va en dirección contraria.

Lo primero es ver si vamos en la correcta dirección.
Porque podemos estar en el camino,
pero caminar al revés, alejándonos de la meta.
Y por tanto alejarnos de nuestro destino.

b.- “Aprended a obrar el bien”.
Dios no quiere “cristianos del no”.
“No hacer el mal”.
Sino “cristianos del sí”.
Y para ello, es posible que “tengamos que volver
a aprender a hacer el bien”.
Tan acostumbrados a hacer el mal,
ya habíamos olvidado el “hacer el bien”.
El Evangelio critica a los fariseos “porque dicen y no hacen”.
Y “cristiano es el que hace”, el que “obra”, “el que actúa”.
Y no el “cristiano que dice, pero no hace”.

Y nos da unas pautas:
Y todas actitudes positivas para con los demás,
sobre todo, los más débiles.
“Buscar la justicia”: ser justos, sobre todo defendiendo
al débil y no al que más y mejor.
“Defended al oprimido”, al débil, al aplastado,
Al marginado y excluido.
A los huérfanos que no tienen quien los proteja y defienda.
A las viudas, que en aquel entonces
dependían en todo de los maridos.
La autopista del Londres de Dios parece que son
los débiles, los indefensos, los pobres.

c.- Y una promesa lujosa:
Quien haga esto “aunque tus pecados sean como la grana,
como nieve quedarán; y aunque sean rojos como la escarlata,
como lana blanca quedarán”.

No importa lo que hayamos hecho, porque, aunque
nuestras vidas estén negras como la noche oscura;
el amanecer de la gracia en nosotros,
las dejará blancas como la nieve, luminosas como el sol.

Convertirse comenta el Papa Francisco: «Es un camino.
Es un camino de alejarse y de aprender».
Es un camino que requiere «valentía para alejarse» del mal,
y «humildad para aprender» a hacer el bien.
Y que, sobre todo, necesita «cosas concretas».
No es casualidad, que el Señor, a través del profeta,
indica algunos ejemplos concretos:
«buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido,
haced justicia al huérfano, abogad por la viuda».
Pero se podrían enumerar muchos otros.
Es importante comprender que «se aprende a hacer el bien
con cosas concretas, no con palabras».
Y de hecho Jesús, como se lee en el Evangelio del día,
«regaña a esta clase dirigente del pueblo de Israel,
porque “dicen y no hacen”, no conocen la concreción.
Y si no hay concreción, no puede haber conversión».

¿Qué tengo que dejar de hacer hoy?
¿Qué cosas buenas tengo y puedo hacer en el día de hoy?

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Sábado de la 2 a. Semana – Ciclo B

“Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y como con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente… Recapacitando se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino a donde está mi padre…” (Lc 15,1-3.11-32)

Una familia desintegrada.
Un padre y dos hijos.
Dios hijos que:
No han reconocido el amor de su padre.
El calor del hogar.
E calor de la compañía entre padre e hijos.
Y un padre que sufre la partida de uno de sus hijos.
Y sufre el legalismo del otro que no ha descubierto el corazón del padre.

Bella imagen de nuestra relación con nuestro papá Dios.
Bella imagen de nuestra verdad en la Iglesia.

Se puede estar en casa y vivir fuera.
Se puede estar en casa y tener el corazón en la calle.
Se puede estar en la Iglesia físicamente y vivir fuera de ella.
Se puede estar en la Iglesia y tener el corazón fuera de ella.
Se puede estar en la Iglesia:
Y no descubrir la verdad de la Iglesia.
Y no vivir la verdad de la Iglesia.
Y no sentirse feliz en la Iglesia.
Y abandonar a la Iglesia en busca de otras experiencias.

Se puede ser cristiano y no reconocer la belleza de nuestro bautismo.
Se puede creer en Dios, pero no sentirlo como padre.
Se puede creer en Dios pero no haber experimentado nunca el calor de sus caricias.
Se puede creer en Dios, pero sentirse aburrido con él.
Se puede creer en Dios, y preferir al margen de él.
Se puede creer en Dios, y negarlo excluyéndolo de nuestra vida.
Se puede creer en Dios, y sentir frío el corazón.

El estómago también puede ser camino de regreso a la casa del Padre.
Es fácil vivir en tanto podemos hacer lo que nos viene en ganas.
Cuando se ha dejado la casa del padre hasta las bellotas de los cercos saben a gloria.
Es triste sentirse hijo, como el estómago vacía, en tanto que hasta los criados viven felices en la casa de su amo.

Es preciso reflexionar, pensar sobre sí mismo.
Y aunque no sea más que por el pan regresar a casa.
Muchas veces es preciso tomar el camino del regreso.
Confesarse es el camino del regreso a casa.
Rezar es el camino del regreso a casa.
Sentir el vacío del alma es el camino de regreso a casa.

Una melodía a tres:
El hijo que regresa oliendo a chanchos.
El padre que espera con el corazón roto.
El hijo mayor que se niega a entrar a casa.
Ahora el prójimo es el hijo mayor que, no se va de casa, pero tampoco quiere entrar en ella.

Ahora es el hijo “que no se fue de casa”, el que no entiende la música de los abrazos, de la fiesta.
Y el corazón del padre que se deshace en besos y abrazos por el que retorna a casa, ahora comienza a llorar por la ausencia del que no entiende de amor y le hubiera bastado un cabrito.
El corazón de Dios vive:
Las alegrías de los que regresan.
Las tristezas de los que estando en casa no entienden ni el amor paterno y el amor fraterno.
Sin embargo el padre no será feliz en tanto los dos hijos no participen de la fiesta del amor, del perdón y del beso y el abrazo.

La cuaresma:
es el tiempo del regreso.
es el tiempo del ponerse en camino de casa.
es el tiempo de la fiesta de la conversión de los que están lejos.
es el tiempo de la fiesta de la reconciliación de los hermanos.
Los brazos de Dios se sienten vacíos mientras no peda estrechar a los dos hermanos en un mismo abrazo.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Sábado después del Miércoles de Ceniza – Ciclo B

“Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” Jesús replicó: No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a que se conviertan”. (Lc 5,27-32)

A Jesús le importan poco los escándalos de los buenos.
Le interesa la conversión de los malos.
No le importa que también los de mala fama sean llamados.
No le importa que en su grupo formen parte también los pecadores.
Su grupo no es el equipo de los “buenos”.
Es el equipo de los hombres tal y como son.
El no excluye a nadie.
No excluyó ni siquiera a Judas que siempre fue un extraño en el grupo y terminó traicionándolo.

Nosotros tenemos la manía de excluir.
La manía de dividir.
La manía de clasificar.
La manía de hacernos jueces los unos de los otros.

Muchas veces me he preguntado:
Si con nuestros criterios yo hubiese sido llamado.
Si con nuestros criterios yo hubiese sido religioso y sacerdote.
Si con nuestros criterios yo hubiese podido atender espiritualmente a tanta gente en tanto años que llevo de sacerdote.
Felizmente mi vida no depende de lo que piensen los buenos.
Felizmente mi vida depende de los criterios de Dios.
También yo soy “de los enfermos que necesitan curación”-
También yo soy “de los pecadores que necesitan conversión”.

Por eso toda mi vida es una fiesta.
Una fiesta donde están invitados buenos y malos.
Una fiesta donde están invitados santos y pecadores.

Con los criterios y la mentalidad de los fariseos y escribas:
Leví nunca hubiese dejado de ser publicano.
Nunca hubiese sido incorporado a la comunidad de los buenos.
Nunca hubiese sido acogido y amado por la comunidad.
Hubiese seguido siendo el aborrecido publicano que estaba a favor del poder dominante.

Por eso nuestras vidas son un misterio.
Por eso nunca podemos decir “yo no puedo”:
Porque los malos siempre tienen la posibilidad de ser buenos.
Porque los buenos siempre tienen la posibilidad de ser santos.
Porque los santos siempre tienen la posibilidad de ser más simpáticos.
Somos un misterio de gracia y pecado.
Somos un misterio de aborrecidos y amados.
Somos un misterio de se excluidos y amados.
Somos un misterio de seguir sentados en nuestra silla de publicanos.
Somos un misterio de ser llamados y levantarnos y seguirle.
Nadie sabe lo que la gracia es capaz de hacer en nosotros.
Incluso cuando menos lo esperamos tenemos la posibilidad de la irrupción de Dios en nuestras vidas por alejadas que estén.

¿Cómo comienzas la cuaresma?
¿Sentado en tu mesa contando la plata?
¿Y no sabes que puedes terminar la cuaresma siendo del grupo de los resucitados?
Aquí no cabe el desaliento.
Aquí solo cabe la esperanza.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 3 – La Conversión de San Pablo

Hola Pablo:

En el día de tu conversión no quiero olvidarme a ti, ni pienses que voy a pasar por alto este día. Sé que fue importante para ti y no deja de serlo para nosotros.

Hablando entre nosotros, tú fuiste bravo. Te creías dueño del mundo, dueño de la verdad, dueño de la ley. Pero te metiste con alguien que te pudo. Cuando pediste cartas para Damasco, no sabías en que lío te metías.

Eras un buen israelita y un buen fariseo. De eso no hay duda.
Pero, hermano, eras muy mal jinete. A propósito, ¿qué pasó con tu caballo? ¿Quién se quedó con él? Porque, a partir de entonces, nunca más te hemos visto a caballo.

Fuiste por lana, y como dicen en mi tierra, volviste trasquilado.
Ibas con rabia en tu corazón.
Ibas con orgullo de raza y de religión en tu cabeza.
Y ya ves. Bastó un rayo de luz y te viniste a tierra.
Y te quedaste ciego sin saber donde estabas ni ver el camino.
Te tuvieron que llevar como en silla de ruedas.
Ahí aprendiste que para ver de nuevo y ver bien, antes hay que quedar ciego.

Perseguías a los discípulos y te encontraste con el Maestro.
Perseguías a sus seguidores y te atraparon a ti en el camino.
Nos perseguías a nosotros, y resulta que le estabas persiguiendo a El.
En un instante, descubriste lo más maravilloso de tu vida.
Descubriste que el que tú creías muerto estaba bien vivo.
Descubriste que él estaba en cada uno de los que tú perseguías.

Terminaste sin conocerte a ti mismo.
Sabías muy bien lo que eras hasta entonces.
Y ahora terminas sin saber quien es el nuevo Saulo.
Porque sentías que por dentro eras otro.
Porque sentías que, el fariseo se había hecho también discípulo.
Porque sentías que el pequeño mundo de tu raza ya quedaba corto para tu corazón.
Porque sentías que lo que para ti había sido siempre título de orgullo y vanidad, ya no te decía nada.
Todo tu pasado te parecía tiempo perdido.

Y volviste a enamorarte, pero esta vez, no de la ley, sino de aquel mismo por el que sentías tanta rabia y por el que ahora estabas dispuesto a todo, incluso a dar tu propia vida.

¿Verdad que nunca te imaginaste que, en un instante, tu vida podía cambiar?
¿Verdad que nunca te imaginaste que, algún día, también tú podías ser uno de los suyos?
¿Verdad que nunca te imaginaste que tu vida pudiera cambiar tan radicalmente?

Tú eres el mejor ejemplo de lo que la gracia puede hacer en el corazón humano.
Claro que tú te creías un imposible para Dios.
Claro que tú te creías un imposible para la gracia.
Claro que tú te creías que era imposible cambiar.
Claro que tú te creías un imposible para el Evangelio.
Y ya lo ves.
Cuando menos lo pensabas, la gracia te tiró del caballo.
Te dejó como un niño perdido en el camino.
Y tu bravura se hizo docilidad para dejarte llevar.
Ibas a Damasco para traer presos a todo el mundo.
Y terminaste quedándote preso tú mismo de aquel a quien perseguías.

Antes tu mundo era pequeño.
Ahora tu mundo es enorme.
Antes, en tu corazón, sólo cabían los tuyos, los de tu raza.
Ahora, tu corazón se ha agrandado tanto, que a todos los ves como hermanos.
Antes vivías esclavo de la Ley.
Ahora vives libre en la libertad del amor.
Antes tú, el Saulo orgulloso de ti mismo.
Ahora ya no eres tú mismo. “Ya no soy yo sino que es Cristo quien vive en mí”.

Bueno, Pablo, no te voy a pedir que me regales tu caballo.
Pero sí te pido que también yo caiga del mío, me quede, como tú, ciego.
Pero para que pueda ver lo que tú viste cuando se te volvieron a abrir los ojos,

Clemente Sobrado C.P.

Las verdades duelen

Domingo 26 del Tiempo Ordinario – A

Hace unos años, José Luis Martín Descalzo escribió una obra de teatro titulada: “Las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos”. Aquí en la Parroquia, un grupo de teatro pidió para escenificarla. A las dos semanas debieron retirar la Obra, porque el escándalo de las viejas de la parroquia fue grande. ¿Cómo es posible que en una Parroquia se estén dando este tipo de teatros? Fue tal el jaleo, que la compañía se retiró por falta de público.
Recuerdo que cuando la obra se inauguró en Bilbao, me coincidió con mis vacaciones. Las paredes estaban empapeladas con su anuncio. Los periodistas siempre inquietos le hicieron una entrevista al autor, un extraordinario sacerdote.
Recuerdo que le preguntaron si no le parecía demasiado fuerte el título. José Luis contestó: que conste que lo único que precisamente no es mío es el título, porque el título se lo debo al mismo Jesús.

Hay verdades, cuyo solo título, nos hacen daño, aún sin ver su contenido. El solo nombre de prostituta ya ponía los pelos de punta a las viejas de mi parroquia. Claro que no estoy seguro si estarían tan escandalizadas de saber que sus maridos alguna vez anduvieron por esos rincones de la vida y que sus hijos todavía hacen sus visitas periódicas.

Yo no sé si el escándalo provenía de “eso de prostitutas” o más bien provenía de que “nos llevan la delantera en el Reino de los cielos”, porque eso sí tiene que ser grave para muchas beatas que se sienten postergadas por esa gente “de mala vida”, porque la de los clientes debe ser de “muy buena vida”.

Confieso que a mí tampoco me gusta demasiado el título, pero no porque me escandalice de la afirmación de Jesús, sino porque, de alguna manera, también a mí me puede caer la cachetada. Porque también yo puedo ser uno de esos que le he dicho que “sí” a Dios, pero mi vida está siendo un “no”. O porque también yo me considere de la clase selecta de los buenos y luego me esté resistiendo a las exigencias que Dios me pone en mi camino. De esos que se creen tan buenos que hasta Dios les tiene que estar agradecido. Lo mismito que sucedía en el Teatro de José Luis Martín Descalzo, cuando el Gobernador, el Alcalde y las grandes autoridades del pueblo ingresaron a aquella casa de prostitución para rescatar a aquel gran Crucifijo ante el que cada día oraban las prostitutas. Cuando entraron encontraron a la prostituta de rodillas hablando con Cristo. “Mira, Señor, quién viene ahí, es el Gobernador, tú ya lo conoces porque ha estado muchas veces por aquí”. “El otro también te es conocido, es el Alcalde, sí, el que continuamente pedía nuestros servicios y luego nos amenazaba para no pagarnos”.

¡La hipocresía humana es tan grande! No podían permitir que un Cristo Crucificado pudiese conservarse en una casa dedicada a la prostitución. Y los mismos que trataban de rescatarlo eran clientes normales y ordinarios de la misma casa. Y fueron ellas, las prostitutas las que se resistieron a que les quitasen aquel Cristo ante el que cada día oraban y rezaban y entre las que Cristo se encontraba más a gusto que en medio de tanto fariseo hipócrita que a veces llana nuestras Iglesias. Era su mundo, el mundo de los enfermos, el de los pecadores, el de los publicanos. El mundo de las que sentían que lo necesitaban, porque era el único que las podía comprender. El resto las utilizaban y compraba cada día sus cuerpos.

Con frecuencia, Jesús tiene frases que pueden desnudarnos en público. Y que El las decía con toda libertad y sin miedo al juicio y la crítica de los “buenos”, pero cuya bondad era el mayor obstáculo para abrirse al Reino de los cielos.

A veces, no es el pecado de la debilidad humana, lo que más nos distancia de Dios, sino precisamente la falsa o la aparente bondad.
El creernos lo suficientemente buenos que ya ni necesitamos de Dios.
El creernos tan buenos, que hasta el mismo Dios queda en deuda con nosotros.
El creernos tan buenos, que nos autoriza a condenar a medio mundo.
El creernos tan buenos, que nos da carta de garantía para juzgar a todos.
El creernos tan buenos, que da derecho de decidir quiénes han de entrar en el cielo y quiénes no.
El creernos tan buenos, que no aceptamos la corrección de nadie.
El creernos tan buenos, que de buenos nos hemos convertido en unos inútiles.

Ciertas frases pueden sonar a escándalo. Pero estoy convencido que necesitamos de alguien que, de cuando en vez, nos escandalice, aunque no sea sino para despertarnos de nuestra modorra espiritual y abrir nuestro corazón al Evangelio. El peor obstáculo que Dios encuentra en nuestro corazón para hacernos santos, puede que sea el creernos ya demasiado buenos.

Señor: A veces eres muy poco cortés con los que nos creemos buenos.
Nos echas en cara que nuestra bondad no pasa de unas palabras bonitas
o de una simple máscara.
Y necesitamos que alguien nos desnude.
Que alguien nos diga nuestra verdad, por más que nos duela.
Tú no eres de los que gustan de las palabras bonitas.
Tú eres de los que exige vida.
Es fácil decirte que sí, y luego hacer de nuestra vida un no.
Señor: la verdad duele. Pero la verdad también nos sana.
Sana hoy nuestros corazones si no son lo que tú esperarías de nosotros.

Clemente Sobrado C. P.