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Palabras de esperanza: Miércoles 5 del Tiempo ordinario

P. Clemente Sobrado cp.

“Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: Escuchad y entended bien todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga”. (Mc 7,14-23)

¡Que el Señor nos cambie el corazón! Y así nos salvará. Nos protegerá de los tesoros que no nos ayuden en el encuentro con Él, en el servicio a los demás, y también nos dará la luz para ver y juzgar de acuerdo con el verdadero tesoro: su verdad. Que el Señor nos cambie el corazón para buscar el verdadero tesoro y así convertirnos en personas luminosas y no ser personas de las tinieblas” (Papa Francisco).

No hace mucho tiempo, todos hemos sido testigos
de dos erupciones volcánicas que han hecho destrozos.
El Volcán La Palma durante tres meses
echando fuego de sus entrañas y destruyendo
todo lo que encontraba al paso.
Y luego el Volcán submarino de Tonga.
Por fuera solo una montaña y todo un mar de agua.
Pero por dentro todo un infierno de fuego y de lava.

Todos llevamos dentro pequeños o grandes volcanes.
Por fuera todos parecemos “unos benditos de Dios”.
Pero, cuando nuestro corazón explosiona,
echa a fuera toda la basura que acumula dentro.
Jesús es gráfico cuando nos describe
esa lava que puede brotar del corazón:
“Porque de dentro, del corazón del hombre,
salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos,
homicidios, adulterios, codicia, injusticia, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
Todas estas maldades salen de dentro
y hacen impuro al hombre”.

“Por la lista que hace Jesús de los males que vuelven al hombre impuro,
vemos que se trata sobre todo de algo que tiene que ver
con el campo de nuestras relaciones.
Cada uno tiene que aprender a descubrir
lo que puede «contaminar» su corazón,
formarse una conciencia recta y sensible,
capaz de “discernir lo que es la voluntad de Dios,
lo bueno, lo que agrada, lo perfecto”.
Si hemos de estar atentos y cuidar adecuadamente la creación,
para que el aire, el agua, los alimentos no estén contaminados,
mucho más tenemos que cuidar la pureza
de lo más precioso que tenemos:
nuestros corazones y nuestras relaciones.
Esta «ecología humana» nos ayudará a respirar
el aire puro que proviene de las cosas bellas,
del amor verdadero, de la santidad”. (Papa Francisco)

Por algo Jesús nos dice y advierte:
“Escuchad y entended todos. Nada que entre de afuera
hace al hombre impuro;
lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.

Lo bueno y lo malo de nuestras vidas no nos viene
de a flor de piel, sino de dentro, del corazón.
Y del corazón brota aquello que llevamos dentro.
Si dentro llevo “un corazón sucio”,
y que Pablo llamará “obras de la carne”,
tendremos: “fornicación, impureza, libertinaje,
idolatría, hechicería, odios, discordias, celos,
iras rencillas, divisiones, disensiones,
envidias, embriagueces,
orgías y cosas semejantes…”

Pero, del mismo corazón, cuando está limpio,
y animado por el Espíritu de Dios,
lo que brota es: “amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza
…” (Ga 5,19-23)

Es una llamada de Jesús a mirarnos,
no por fuera, sino por dentro.
No a mirar nuestra cara en el espejo,
sino a mirar nuestro corazón por dentro.
La carrocería del carro puede ser bonita,
pero si le falla el motor, no sirve.
Podemos tener unas apariencias muy hermosas,
pero si nos falla el corazón y lo tenemos lleno de basura,
arrojará basura.

Por eso, el Salmista le pide al Señor:
“Renuévame por dentro con un espíritu firme”.
“Crea en mí un corazón puro”.
Dame un motor nuevo, aunque la carrocería
esté un poco abollada.
Tengo que pintar la carrocería de mi vida,
pero tengo que estar siempre atento a la verdad de mi corazón.
Porque mi corazón puede ser un “volcán silencioso”,
pero “no deja de ser un volcán vivo, activo”.
Que cuando menos lo esperamos “explosiona”
y derrama toda la lava que llevo dentro.

No podemos pasar por la vida “derramando lisuras”,
sino “derramando amor, perdón, misericordia,
alegría, bondad”.
No miremos qué lava echan los demás.
Miremos cada uno la lava que notros arrojamos en la vida.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 16 a. Semana – Ciclo B

“Se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.»
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.» (Mateo 13,10-17)

Dios se manifiesta cada día.
Dios se revela cada día.
Y nosotros seguimos sin verlo.
Porque no son los ojos los que ven.
El que ve es el corazón.
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

Con frecuencia vemos lo que está lejos.
Y no vemos lo que está a nuestro lado.
Dios nunca es algo lejano sino algo que está ahí.
El problema somos nosotros que teniendo ojos no vemos.
Tenemos al hermano a nuestro lado y no lo vemos.
Tenemos al prójimo a nuestro lado y no lo vemos.
Tenemos a la esposa a nuestro lado y no la vemos.
Tenemos a los hijos a nuestro lado y n los vemos.
Nos tenemos a nosotros mismos y no nos vemos.
Decimos que Dios está en todas partes, pero no lo vemos.
Solo vemos aquello que nos interesa.
Y como Dios, con frecuencia, no es de nuestro interés, se nos pasa desapercibido.
“Donde está tu tesoro allí está tu corazón”.
¿Será Dios nuestro tesoro?

Dios nos habla a través de todo.
Y nuestros oídos no le escuchan.
No habla a través de los acontecimientos y no le escuchamos.
Nos habla a través de nuestros hermanos, y no lo escuchamos.
Nos habla a través de lo que sucede, y no le escuchamos.
Hablamos de lo mal que está en el mundo, ¿escuchamos a Dios?
Escuchamos el ruido de las armas y todos las escuchamos.
Pero ¿escuchamos a Dios que nos habla a través de las armas matan?
Hablamos de que la juventud anda mal.
¿Pero escuchamos a Dios que nos habla a través de la juventud?
Hablamos de que la familia anda mal.
Pero ¿escuchamos a Dios en la realidad de la familia de hoy?
Hablamos de los problemas de la Iglesia.
Pero ¿escuchamos a Dios que nos habla a través del pecado de la Iglesia?

¿Escucho a Dios a través de la vida de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través de las dificultades de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través del sufrimiento de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través del hambre de Dios de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través del las injusticias de mis fieles?

Señor:
Dame ojos que puedan verte cada día.
Dame oídos que puedan escucharte cada día.
Que mis oídos puedan escuchar lo que muchos quisieran escuchar y no escuchan.
Que mis ojos puedan ver lo que muchos quisieran ver y no ven.
Porque verte a ti es también un don y una gracia.
Y no quiero pasar por la vida sin escuchar tu voz.
Ni quiero pasar por la vida sin que mis ojos te hayan visto.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Inmaculado Corazón de María – Ciclo B

“Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén”. (Lc 2,41-51)

Un Evangelio que, figura en el quinto misterio gozoso del Rosario: “El Niño perdido y hallado en el Templo”.
Es el primer gesto de Jesús, a sus doce años, que comienza a marcar distancia de sus padres.
Es el primer gesto de Jesús, metido entre los especialistas de la ley y discutiendo con ellos.
Es el primer gesto de Jesús, revelando la novedad de Dios es su Padre.
Y es también un momento de dolor y sufrimiento de María y José: ¿Dónde está el Niño? ¿Quién le ha dicho que José no es su padre?

Es un momento interesante del Evangelio, porque es la primera y casi única vez donde Jesús aparece como modelo de la juventud, pues siempre lo vemos como adulto.
Y creo que, sin pretenderlo, marca toda una serie de datos de cara a nuestros adolescentes.

Los niños no son problema en tanto viven obedientes y bajo la tutela de los padres.
Pero hay un momento en los que el hijo tiene que comenzar a ser él mismo.
Deja de ser rama y quiere convertirse en tronco.
Es el momento en el que los hijos hacen el gran descubrimiento de su libertad.
Y es el momento en el que los hijos comienzan a romper el cordón umbilical que los tenía atados a los padres.

Es como una especie de segundo parto.
Porque en el primer parto, fue preciso cortar el cordón umbilical que lo unía a la madre.
Ahora en este segundo parto, vuelve a cortarse el nuevo cordón de su dependencia.
El corte que les da conciencia de sí mismos y de su independencia.

Es un momento doloroso también para los padres.
Porque comienzan a sentir el dolor de la ruptura.
Porque comienzan a sentir el dolor de no comprender las actitudes del hijo.
Porque comienzan a sentir el dolor de ver, como desobediencia, lo que en realidad, es expresión de libertad.

También los hijos comienzan a “quedarse, no en Jerusalén” pero sí con los amigos, fuera de casa.
Comienzan las preguntas ¿dónde está el hijo?
Comienzan las tensiones entre padres e hijos.
Los padres que no entienden que el hijo ya dejó las faldas de mamá
Y el hijo que no entiende por qué los padres le siguen poniendo cortapisas y trabas a su libertad.

Tal vez aquí nos encontremos con un problema.
Después de tres días, encuentran al Niño en el Templo:
Mientras que los hijos hoy, comienzan a distanciarse del templo.
La discoteca reemplaza al templo.
Es la primera crisis de su fe.
Comienzan por negarse a la práctica religiosa.
Comienzan incluso por confesar que ya no creen.
Otro momento doloroso para los padres.
Y sin embargo, posiblemente sea un dolor necesario, el de este nuevo parto.
Hasta ahora vivían una fe impuesta desde fuera.
Ahora empiezan a cuestionar esa fe.
Un cuestionamiento que no siempre entendemos, pero que es necesario.
No es la pérdida de la fe.
Es la crisis del crecimiento de la fe, porque es entonces que la cuestionan.
Un cuestionamiento que diera la impresión de ser su negación.
Pero un cuestionamiento como camino a la personalización de la misma.
Pasarán también ellos sus “tres días”, que pueden ser algunos años de crisis.
Pero las semillas no han muerto. Sencillamente están atravesando el invierno.

Y es entonces que también los padres deben acogerlos con bondad.
También los padres atraviesan ese invierno frío, pero de necesaria espera.
No se trata de criticarlos. Tampoco de abandonarlos.
Es el momento de seguir tendiendo puentes de bondad, de comprensión, hasta que puedan regresar de nuevo a casa, con una fe, ya no infantil, sino una fe que ha ido madurando.
No es momento de desesperación y frustración, sino momento de espera y esperanza.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sagrado Corazón de Jesús – Ciclo B

“Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua”. (Jn 19,31-37)

Como un oasis en el desierto de la vida, celebramos hoy la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, una de las devociones más arraigadas en el corazón del Pueblo de Dios: los nueve primeros viernes de mes, las promesas del Corazón de Jesús.

En mayo de 1673, el Corazón de Jesús le dio a Santa Margarita María para aquellas almas devotas a su Corazón las siguientes promesas:
Les daré paz a sus familias.
Las consolaré en todas sus penas.
Seré su refugio durante la vida y sobre todo a la hora de la muerte.
Derramaré abundantes bendiciones en todas sus empresas.
Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia.
Las almas tibias se volverán fervorosas.
Las almas fervorosas harán rápidos progresos en la perfección.
Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta y venerada.
Otorgaré a aquellos que se ocupan de la salvación de las almas el don de mover los corazones más endurecidos.
Grabaré para siempre en mi Corazón los nombres de aquellos que propaguen esta devoción.
Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulguen nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final: No morirán en desgracia mía, ni sin recibir sus Sacramentos y mi Corazón divino será su refugio en aquél último momento”.

Nos parece interesante vivir esta experiencia.
Pero las promesas ¿no nos harán olvidar lo esencial?
Porque lo que celebramos el misterio del Corazón de Dios en el Corazón crucificado de su Hijo.

Y celebrar el Corazón de Jesús es celebrar:
El amor de Dios al hombre.
El amor que se expresa en la entrega total.
En la Cruz Dios se entrega totalmente.
Una lanza abre la fuente de su Sangre y agua que limpia para que no quede ni una gota.

Celebrar el Corazón de Jesús es celebrar:
El corazón de Dios.
El amor que se da entero.
El corazón donde descubrir cómo ama Dios.
El corazón donde nos sentimos amados hasta el extremo.
El corazón con el que tiene que identificarse el nuestro.
El corazón donde Dios se nos revela a sí mismo.
Y donde revela lo importante que es el hombre.
Y donde el hombre se siente amado.
Y donde el hombre aprende a amar.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 5 a. Semana – Ciclo B

“Lo que sale de dentro eso mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. (Mc 7,14-23)

Siempre he sentido alergia a la espeleología.
Incluso, cuando veo esos programas de buceo que se meten en esas cuevas en las que no sabes si tendrán salida, siento que se me encoje el alma.
Tal vez, porque soy alérgico a meterme en esas cuevas y a esas profundidades. Me encanta esa belleza que, a simple vista, no podemos ver. Pero admiro a quienes se arriesgan a entrar dentro.

Cueva Cañuela (Strobist)

El Evangelio de hoy es como una especie de espeleología del espíritu. Una invitación:
A entrar dentro de nosotros mismos.
A entrar dentro de nuestro corazón.
A entrar ahí donde está también el secreto de nuestras vidas.

Es fácil mirarnos al espejo, por más que no siempre nos veamos guapos.
Es fácil mirarnos por fuera, en la vitrina de nuestras vidas.
Es fácil mirarnos por fuera, en aquello que los demás ven de nosotros.

Pero, ¡qué difícil es entrar dentro de nosotros y ver la verdad de nuestro corazón!
Porque nuestra verdad no está en la vitrina.
Porque nuestra verdad no la llevamos en el escaparate.
Porque nuestra verdad la llevamos dentro.
Porque nuestra verdad la llevamos allí donde los demás no pueden ver.
Porque nuestra verdad la llevamos no en nuestras manos ni en nuestro rostro, sino dentro, en nuestro corazón.
En lo más secreto de nosotros mismos.
En lo más íntimo de nosotros mismos.
Allí donde solo nosotros podemos llegar.
Allí donde solo Dios puede ver.

Todos cuidamos mucho nuestra apariencia.
Todos cuidamos mucho nuestro escaparate.
Pero todos tenemos miedo a encontrarnos con nosotros mismos allá dentro, en nuestro corazón.
Y el Evangelio lo que hace es poner al descubierto, precisamente eso que todos llevamos oculto y secreto.

Porque, cada vez que me atrevo a mirarme por dentro, descubro:
Que no soy el que aparento ser.
Que no tengo esa verdad que aparento tener.
Que no tengo esa limpieza que aparento tener.
Que no tengo esa bondad que aparento tener.
Que no tengo esos sentimientos que aparento tener.
Que no tengo esa honestidad que aparezco tener.
Que no tengo esa mirada limpia que aparezco tener.
Que no tengo esa fidelidad que aparezco tener.
Que no tengo esa sinceridad que aparezco tener.
Que no tengo ese amor que aparento tener.
Que no tengo esa mansedumbre que aparezco tener.

Y Jesús, que conoce muy bien el corazón humano, también el mío y el tuyo, me pone al descubierto y desenmascara mi verdad y la tuya, mi mentira y la tuya, mi falsedad y la tuya.

Y me dice que:
Soy lo que soy por dentro, en mi corazón, y no lo que aparento.
Soy lo que llevo dentro y no lo que ven los demás.
Soy lo que es mi corazón y no lo que vendo en la vitrina de mi vida.

Me dice que nuestra verdad y nuestra mentira están dentro.
Me dice que lo que Dios ve y mira en mí y en ti, no es el escaparate sino lo que hay dentro de nuestro corazón.

Por eso, me da miedo entrar dentro de mí.
Por eso, evito tener tiempo para mirarme por dentro y prefiero entretenerme viéndome por fuera.
Por eso, prefiero aparentar que ser.
Por eso, aunque sea doloroso, prefiero vivir engañándome y engranando a los demás.
Pero, tengo que reconocer que a El no puedo engañarle.
Por eso soy lo que soy delante de El y no delante de los demás.
Y si alguien tiene dudas que comience por entrar dentro de sí y que se atreva a verse a sí mismo.

Clemente Sobrado C. P.