Deus versus machina
Deus versus machina

Algunas de las preguntas que cualquier persona sensata se plantea cuando es enfrentada con rigor a la idea de la auténtica democracia son ¿por qué es esta forma de gobierno más deseable o mejor que cualquiera otra? ¿cuál es el criterio objetivo que nos permite valorar y confrontar la validez de un sistema de gobierno frente a otros?.

Se tratan estas de preguntas pertinentes y especialmente cuando son planteadas por un inquieto súbdito del Estado español, entre cuyas múltiples formas de gobierno, jamás ha estado presente la democracia en toda su historia conocida. Todas las personas nacidas en España, especialmente tras la muerte del último dictador, hemos sido aleccionadas en una idea de la democracia que considera este concepto como algo variable, indefinido y etéreo. Se nos ha enseñado y adoctrinado en la idea de que la democracia es algo que puede ser abordado desde diferentes puntos de vista y enfoques, confundiendo así lo material con lo formal, lo subjetivo con lo objetivo y no considerando una aproximación rigurosa y científica, alejada de cualquier ideología. Clérigos y laicos, progresistas y conservadores ‘arriman el ascua a su sardina’, utilizando ambigüedades como la democracia social, la democracia material o la democracia de los trabajadores, sin explicar los procesos formales para alcanzar tales fines. Los mismos libros de texto con los que el Estado instruye a nuestros hijos desde muy temprana edad, explican con falsedad que España es un ‘Estado democrático’ en lugar de reconocer sin tapujos lo que cualquier estudioso de la política, con un mínimo de rigor sabe: nuestro sistema es una monarquía de los partidos, o en un sentido más amplio y clásico, un régimen oligárquico u oligocracia. Las razones por las que catedráticos y educadores evitan reconocer este aspecto escapan a mi entendimiento y en mi humilde opinión, reflejan una cobardía intelectual que, por desgracia, ha llegado a ser muy característica del pensamiento español de los últimos siglos y sin duda refleja la casi total ausencia de pensamiento crítico frente al poder existente.

En este punto, es interesante considerar las aproximaciones etic y emic, desarrolladas por Kenneth Pike y posteriormente por el antropólogo social Marvin Harris, defensores ambos de la valoración descriptiva del objeto en observación para poder someterlo así a un estudio que pueda alcanzar un valor universal. Al hacerlo de esta manera, nos resultará mucho más sencillo comprender y avanzar en el concepto que Jean-Jacques Rousseau alcanzó a definir como voluntad general, sucumbiendo al deseo sin dudas de realizar una hipotética suma de las intenciones particulares de los individuos que componen una sociedad. La imposibilidad o el fracaso de la materialización de esta idea en el plano de lo formal, fue la principal causa que llevó a la derrota del movimiento revolucionario francés que, de un modo que se me antoja como inevitable, sucumbió entre luchas fratricidas y ambiciones de poder como las que siempre y en todas las épocas estudiadas, acompañan a cualquier enfrentamiento político. La observación etic del régimen político español conduce, de forma inevitable, a concluir que no se trata de un sistema democrático sino una partidocracia o régimen oligárquico de partidos.

La política, de forma incuestionable (y como definición casi científica) para cualquier inteligencia medianamente honesta, no es otra cosa que la lucha del ser humano por alcanzar el poder. Invirtiendo el razonamiento del militar prusiano Carl von Clausewitz, podemos considerarla como ‘la continuación de la guerra por otros medios’ y para no extender innecesariamente este artículo, creo que podemos concluir este hilo de pensamiento afirmando que la falta de democracia en toda Europa es consecuencia directa, entre otras causas históricas, del fracaso de la revolución en Francia.

Realizada esta aclaración introductoria, y no siendo el objetivo de este artículo realizar barrocas edificaciones en torno a la arquitectura que construye la democracia formal y cuyos pilares básicos son la separación de los poderes desde el origen y la representación de la sociedad civil frente al Estado (para cuyo estudio remito a la obra de Antonio García-Trevijano “Teoría pura de la república”, donde se profundiza con gran fundamento y extensión en la materia y se realiza una definición positiva y novedosa de la res publica sin necesidad de un ánimo agresivo contra cualquier forma de monarquía) debemos pues trabajar y avanzar un poco más, si es posible, en los valores y beneficios que una democracia verdadera proporciona.

En uno de mis artículos anteriores “El discurso del caos” ya avancé algo en mi idea de la emergencia caótica que, defiendo, se produce dentro de una democracia. Examinar la naturaleza determinista o no de este caos, en la forma en que la matemática moderna lo hace, queda fuera de las pretensiones de este modesto artículo y por tanto, creo que hace innecesaria cualquier consideración o aclaración adicional en este sentido. Entendamos pues el caos según su acepción popular que lo equipara a la ausencia de orden y por tanto, a la presencia de azar, en cantidad suficiente como para imposibilitar la localización de patrones o pautas reconocibles. El caos, entendido según su origen etimológico sugiere: la fuerza engendradora del universo, la ausencia de relaciones de causa y efecto.

Si hay algo que diferencia claramente el estudio de la realidad que percibimos con nuestros sentidos frente a la abstracción de lo onírico y el mundo platónico de las ideas es, sin duda, la complejidad. La complejidad de lo real es rica y abundante a pesar de los enormes esfuerzos que realiza la ciencia más avanzada, por elaborar un estudio cuantificado y organizado de las reglas que rigen el universo. La naturaleza se obstina y se resiste a someterse a nuestra inteligencia y afán dominador mediante cantidades abrumadoras de complejidad; no nos deja otro camino coherente que el de aceptar con absoluta humildad, que somos incapaces de aprehender esa infinita variedad de paquetes de información que, a pesar de nuestra tecnología más avanzada e innovadores sistemas de computación, escapan con una aparente indiferencia entre nuestros dedos. El vasto campo de lo analógico supera ampliamente a todo lo digital a pesar de los esfuerzos que realizamos ingenieros y arquitectos del software y que trabajamos constantemente para reducir esta diferencia. Ningún científico inteligente que conozca, incluso en España, es capaz de negar la fuerza de este caos que engendra la naturaleza y su arrolladora superioridad frente a cualquier intento de nuestra tecnología, por complejo que este parezca a los ojos del profano en la materia, de imitarla.

Sin embargo, cuando nos acercamos hacia el terreno de lo político, toda nuestra inteligencia parece evaporarse y hasta los más sesudos pensadores de nuestro país, olvidan la complejidad de lo real en favor de la simpleza de lo onírico. Parece ser que nos negamos a aceptar la fuerza de lo caótico y buscamos someternos a la servidumbre de las soluciones simples y paternales que nos indican una casta de personas que componen la clase política y a quienes no hemos elegido ni seleccionado para los cargos que ocupan. Entregamos en sus ignorantes manos toda la carga de las decisiones y pretendemos así, mediante la irreflexión, que nos devuelvan el favor preocupándose de nuestro bienestar, salud, felicidad y educación; obviando toda nuestra responsabilidad para finalmente aceptar, de forma infantil, nuestra incapacidad; mostrando desidia en temas que deberían ser de completa relevancia. Aceptamos sin rechistar, que unos señores cuyos nombres conocemos por sus medios de comunicación: Mariano Rajoy, Manuela Carmena, Pedro Sánchez, Oriol Junqueras, Pablo Iglesias, Iñigo Urkullu, Juan Carlos Monedero, Albert Rivera, Artur Mas, Ada Colau, Susana Díaz, Esperanza Aguirre, Alberto Garzón y muchísimos otros, de indudable incapacidad, decidan en un despacho, mediante consenso y pactos el destino de toda la sociedad civil y el vector de movimiento resultante de toda la nación española. Entregamos nuestra libertad a cambio de no ser molestados y de una supuesta igualdad que jamás podrá materializarse salvo en nuestros sueños distópicos más terribles y abyectos.

Esta falta de interés de la sociedad civil en la materia política, la falta de representación de lo civil en la sociedad política y en definitiva, la situación incivilizada de la casta dirigente, produce algo que considero de vital importancia: la falta de complejidad en el debate de ideas. Y no una complejidad entendida como sinónimo de lo difícil o fuera de nuestro alcance intelectual, no; una complejidad en la variedad y diversidad formal que pudiera resultar en estructuras superiores de inteligencia y que ninguno de nosotros, a título individual, poseemos.

La falta de riqueza en el discurso y la composición ecléctica de los individuos que habitan en los órganos del Estado dificulta la emergencia de la innovación y una variedad creadora de propuestas empresariales y culturales que tratan de abrirse paso desde las raíces más profundas de lo que constituye una nación, como la española, con una identidad propia construida a lo largo de muchos siglos. Por el contrario, la diversidad de planteamientos, el surgimiento de organismos privados y particulares que siguen la inteligencia rompedora de otras entidades más puntuales e individuales, es lo que finalmente dota y procura una verdadera inteligencia colectiva que hace prosperar a cualquier sociedad humana. Una inteligencia que siempre surge desde lo particular hasta lo colectivo, pero que no siempre -o no necesariamente- responde a la voluntad consciente de sus individuos (sería largo de desarrollar y nos alejaría de los objetivos de este artículo, pero baste decir que considero, aún a riesgo de aparecer como un idiota paladín del esoterismo ante los ojos de los acérrimos defensores del materialismo científico, que existe un aspecto que podríamos definir como ‘mediúmnico’, y que atiende a las investigaciones iniciadas por Carl Gustav Jung, en cualquier proceso individual de creación humana).

Como digo, esta variedad de argumentos, de verdadera confrontación de ideas y de surgimiento de múltiples criterios que emanan desde la sociedad civil es lo que produce un incesante y, en cierta medida, azaroso discurrir de elementos novedosos que renuevan a las clases dirigentes y por tanto propician la constante adaptación a las dinámicas sociales y empresariales. En la estructuración democrática de una sociedad se produce, de forma inevitable, un constante acomodo de particularidades que sin obedecer a voluntades de clase o a intenciones individuales resulta en una mayor innovación, renovación y, por tanto, de rejuvenecimiento de los propósitos colectivos y liderazgos políticos. De forma contraria a las visiones estáticas de la estratificación de la sociedad, que son habituales en el pensamiento ideológico y basado en partidos y siglas, en la democracia se genera una constante dinámica de cambio como consecuencia de la suma de libertades individuales, igualdad de derechos y garantías judiciales que surgen como consecuencia lógica de la separación de los poderes. Como consecuencia de la libre expresión y manifestación de lo civil ante el Estado, que se materializa a través de los procesos de representación y elección,  -disminuyendo significativamente la importancia del pensamiento de partido para situarlo en los individuos-, se produce una mayor conciencia y concreción de las libertades, con el resultado de un incremento en el reconocimiento de responsabilidades y expresión de las mismas. La conexión entre lo civil y lo político se produce de forma natural expandiendo así el debate y la confrontación de ideas a todos los actores. El vector resultante e impredecible, obedece a la confluencia de estas conexiones y condiciona el resultado de forma difícil de prever con antelación, pero que beneficia, como trato de explicar, por su adaptación al medio mediante estructuras colaborativas. Una aleatoriedad que tal vez pueda producir algo de vértigo, pero que se equilibra gracias a la autorregulación del sistema mismo y que responde a la libertad política colectiva de la nación en su conjunto.

Solo aquellos que acomplejados e incapaces se refugian y congregan atemorizados en oligarquías ante cualquier posibilidad de libertad individual o colectiva, pueden ser agentes ‘obstaculizadores’ para que el talento, la creatividad y la motivación -incluso la mas utópica-, se abran paso para finalmente afectar o determinar la línea resultante del movimiento político.

Creo firmemente que la evolución tecnológica, el avance de la ciencia, los logros globales de un país tienen relación directa con la existencia de libertades individuales y colectivas. Pero no solo esto, considero también que la autoridad moral de cualquier nación gobernada por un sistema democrático formal, es indudablemente superior a la de aquellos países donde una reducida oligarquía, como en el caso de España, manipula y coordina los esfuerzos produciendo corrupción y alienación en toda la sociedad. Solo los necios pueden negar que la corrupción es un factor de gobierno en España y defender en consecuencia, de forma simplista, que se trata del resultado puntual o accidental de un grupo de individuos que han surgido de forma cuasi milagrosa en la cúpula del poder. Solo quienes defienden la legitimidad de las facciones políticas (a las que llaman partidos), órganos estatales del poder o instrumentos de la acción del Estado, pueden justificar la corrupción existente. Aquellos que desde la clase política apuntan sus dedos acusadores hacia las facciones contrarias con el único objetivo de reemplazarlos y participar del festín. En definitiva, los que se disfrazan como el pueblo y dicen ser ‘la gente’ para pasar a continuación, y sin ningún pudor, a negar los usos y costumbres populares e imponer la ‘cultura del Estado’.

Es a quienes no tiembla el pulso a la hora de repudiar, aplastar y anular a sus conciudadanos más brillantes y generosos que, mediante su esfuerzo, su dedicación y constancia, tratan de aportar nuevos valores a la sociedad donde les ha tocado vivir, que mediante modestas pero significativas contribuciones aportan bienestar a toda la sociedad y que a cambio, aspiran a simples recompensas materiales por su trabajo; es a esos tiranos de lo mediocre, a los que aceptamos someternos colectivamente y de forma voluntariamente servil. Una corrupta casta política que propaga los disvalores y la mendacidad, que esparce la corrupción porque ésta rezuma desde sus instancias más elevadas y que destruye la civilización propagando la descolorida y nihilista socialdemocracia. Aceptamos la esclavitud a cambio de una absurda promesa de igualdad que nunca llega. Nos convertimos en cómplices de la inmoralidad y la corrupción alimentando, mediante nuestros votos, la maquinaria que trabaja para producir los efectos de los que después aparentamos escandalizarnos.

Seres brillantes y pensantes de España; científicos, filósofos, artistas, actores, espectadores y poetas, creadores, sacerdotes, guerreros, místicos y ascetas, ateos, agnósticos y creyentes, emprendedores y trabajadores, proletarios y aristócratas, ricos y pobres, ascensoristas, gente de bien… ¡yo os invoco! ¿dónde estáis? Venid y uníos a la lucha que el MCRC ha iniciado para traer la dignidad y la justicia a nuestro país. La libertad política colectiva.

 

El resto, con Fernando Savater a la cabeza, corran… ¡corran todos a votar!

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