Cultura Transversal

Poética y mito del Grial

Posted in Autores, Historia, Joaquín Albaicín, Libros, Literatura, Publicaciones, Sabiduría Universal by paginatransversal on 18 May, 2015

JOAQUÍN ALBAICÍN - Foto José Luis Chaín-Soria Taurina

por Joaquín Albaicín – Desvelar el enigma del Grial dependía de hacer o no determinada pregunta en el momento requerido. ¡El caballero no podía defraudar las esperanzas en él depositadas por el maltrecho Rey Pescador! Mas, como los guerreros en su día a cargo de la misión no anduvieron hábiles en lo de plantear el interrogante, la gente seguimos casi un milenio después haciéndonos la pregunta, pero claro, por descontado que no cuando debe ser formulada, puesto que el castillo del Rey Pescador se ha esfumado del horizonte y, el Grial, hace cientos de años que no se manifiesta. De hecho, ya en 1180, cuando el mito es versificado por Chrétien de Troyes, no se dejaba ver sino muy raramente.

Omisiones de Perceval y pecados de Lancelot aparte, precisamente por encarnar el Grial un misterio iniciático de eterna actualidad, las reflexiones sobre su origen, naturaleza y significado no han cesado de circular en el curso de ocho siglos: sirva de prueba el que, hace sólo unas semanas, Raúl Andrés pronunciara en Toledo –con gran afluencia de público- una conferencia sobre el tema. Y ahora tenemos ante nosotros el más reciente ensayo sobre la cuestión: Grial. Poética y mito, lujosamente encuadernado por Siruela y firmado por Victoria Cirlot, que ha probado a desenredar un poco más la madeja siguiendo y comentando las imágenes que ilustraron los manuscritos más antiguos que se han conservado.

Autora de varias obras sobre la caballería y el Medievo, pone sobre la mesa cuestiones tan largamente debatidas como la de si El cuento del Grial de Chrétien o el José de Arimatea escrito por Robert de Boron en torno a 1187 podrían reflejar en algún sentido las inquietudes de los lectores a que iban destinados. Se pregunta, en suma, si, como sugería Helen Adolf: “El público de la época debía acertar a ver cómo tras los ropajes ficcionales se ocultaban acontecimientos singulares que formaban parte de su historia”. ¿Existiría, por ejemplo, alguna relación directa entre las historias del Grial y la marcha de las Cruzadas (ya que tanto el mecenas de Chrétien como el de Boron guerrearon en Palestina)? ¿Procede descubrir en la obra de Chrétien –como subraya Cirlot que sostenía Adolf- una advertencia sobre el peligro que amenaza a Jerusalén, y en la de Boron –algo posterior- un consuelo por su pérdida a manos del Islam? ¿O, por el contrario y como argüía Pierre Ponsoye, la fuente transmisora del misterio griálico era, en última instancia, musulmana?

Es interesante, en este respecto, la invitación de Cirlot a detenerse en la personalidad del hombre a quien Chrétien dedicó su obra: Felipe de Flandes, cuyo padre había regresado de Tierra Santa con una ampolla de sangre de Cristo, además de con cierto libro sobre el Grial acerca del cual nada sabemos. Fijémonos, sí, en la correspondencia por él cruzada con Hildegarda de Bingen en vísperas de su partida. Y en la figura de su primo Balduino IV, Rey leproso de Jerusalén, que pudiera haber inspirado la del Rey Pescador. Y en el incendio en 1184 de la Abadía de Glastonbury, lugar de reposo de Arturo y Ginebra. Y, con independencia de que las tierras recorridas por Lancelot y Galahad sean paisajes claramente arraigados en el mundo sutil del sueño lúcido, también en esa carta papal de 1181, que parece lamentarse por situaciones a las que ciertas peripecias artúricas pudieran leerse como alusivas.

Sin afán de hacer de menos al ilustre país de Flandes ni olvidar que la familia de Felipe continuaba dos generaciones después vinculada a la transmisión del mito, pues fue su sobrina nieta Jeanne quien amadrinó la continuación de la obra dejada inacabada por Chrétien… Sin olvidar tampoco que el mecenas de Boron fue, significativamente, pariente de Felipe, mentor a su vez de Chrétien, procedería señalar que los autores de otro estudio reciente –Los Reyes del Grial– vienen más o menos a identificar a los personajes de la saga con miembros de las Casas Reales de León y Aragón. Lejos de introducirnos en una pugna historicista, esto debiera, creemos, más bien invitarnos a la percepción en las novelas caballerescas de un estrato “biográfico” o “epocal” entrelazado con el de la enseñanza iniciática, que no comienza ni acaba en los Pirineos y puede orear con su influencia los anhelos y almenas de más de un castillo, del mismo modo en que la cadena de guardianes del Grial sería –la frase es de Cirlot- “indiferente a cualquier realidad cronológica”.

Otra polémica aún sin cerrar es la de si cristianizó Boron el mito. Cree Cirlot –y yo también- que no, que simplemente se aplicó a “hacer explícito lo que sólo se intuía” en Chrétien. Y nos hace notar que éste escribió en verso, en tanto Boron lo hace en prosa, subrayando que en el paso del siglo XII al XIII la poesía era comprendida como soporte idóneo para la ficción, en tanto la prosa lo sería más para la transmisión de la verdad histórica: buena apreciación, si bien no estamos nada seguros de que, entonces, nadie sostuviera una noción de ficción entendida como una cualidad literaria (incluso los cuentos de hadas eran asumidos no como ficciones, sino como tradiciones).

Tampoco son de desdeñar sus reflexiones sobre las analogías detectadas por Konrad Burdach entre la procesión del Grial y el ritual de la misa bizantina de San Juan Crisóstomo, donde juega un papel central la lanza con que fue herido Jesús en el costado (y que había sido hallada en 1098 en Antioquía), así como con la Pascua del Cordero hebrea, ritual presidido por la llamada Copa de Elías y en el que un joven ha de hacer cuatro preguntas. De peso son también sus apuntes sobre las modificaciones experimentadas en la época por la liturgia romana -en virtud de las cuales la Sagrada Forma se hizo visible, al ser elevada por el sacerdote después de la consagración- o la importancia en el siglo XIII del debate sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía… Pero, sobre todo, lo son sus notas en torno al sentido visionario de la Demanda y al Grial como expresión de la sabiduría gnóstica transmitida por Jesús sólo a los Apóstoles –o parte de ellos- y a unos pocos discípulos, como José de Arimatea, fundando así una jerarquía iniciática de la que la romana extraería, a la postre, su legitimidad…

Pero la pregunta clave es hoy, en el fondo, doble, pues, antes de emitir la de Perceval, sería lo suyo formular la de: “¿Dónde está ahora la antesala del Grial?” Porque a la primera Mesa (la de la Última Cena) siguió la segunda (la del Grial), y a ésta la de Arturo… Mas esta tercera no parece reunirse desde hace mucho. Por ser la última, deberá –sin embargo- reaparecer en el Fin de los Tiempos. ¡Más nos vale no dudarlo!

¡Ah, aquellos intensos días –sin fecha ni reloj- del Rey Pescador, en que el Grial prodigaba sus manjares!

Foto: José Luis Chaín

 

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