Llegas con tu mochila a cuestas y una gran sonrisa a esa modesta vivienda que te recibirá mientras dure esta aventura de ecoturismo. Con entusiasmo sacudes tu mano para saludar a esta familia que tan amablemente te recibe. Miras a la mujer y ves que tiene entre sus manos un ave. Sí, debe ser la mascota esta familia con la que compartirás este viaje de turismo sostenible, ¿será un pollo o una gallina? Pero, ¿por qué la sujeta fuerte con un cuchillo atravesándole la garganta? Deduces que no es precisamente la mascota de la familia, sino más bien su almuerzo. Tu rostro se desfigura, transmite una mezcla de asco y horror inmanejable, cómo hacerles entender que no comes carne… Pero no quieres ser irrespetuoso y cuando le das una mordida al pollo, te lo tragas con una sonrisa incomoda, y lo único que puedes pensar es que esta cena “no cuenta”.
Esa misma tarde, ya olvidado el episodio, empieza tu disfrute del turismo ecológico. Bailas al ritmo de la música típica en una fiesta que el pueblo ha organizado por tu visita. No piensas en la comida, pero recuerdas que en la mochila tienes unas cuantas barras de cereal, por si acaso…