Cultura Transversal

Brindando entre alambres de espino

Posted in Autores, Flamenco, Flamenco en Crónicas, Joaquín Albaicín, Música by paginatransversal on 8 septiembre, 2015

JOAQUÍN ALBAICÍN - Foto José Luis Chaín-Soria Taurina

por Joaquín Albaicín – El mediodía nos alcanza en Pamplona cerca de la ciudadela mientras saboreamos un croquetón de bacalao con gambas en una terraza vecina del Hotel Tres Reyes. Y, a los cabellos del sol, viene agarrada en todos los periódicos la noticia lúgubre de cada día: hoy, la de la elevación por el gobierno húngaro de un muro a lo largo de casi doscientos kilómetros de su frontera con Serbia, a fin de prevenir el cruce de la misma por refugiados, esos fugitivos del hambre, la miseria y la guerra a quienes el alambre de espino no basta para disuadir de su negativa a ser buenecitos y quedarse en su casa a espera del toque a la puerta del verdugo. Su lectura nos ensombrece el semblante e inquieta sobremanera, por cuanto la puesta en vigor de gestos “profilácticos” de este tipo no ha sido nunca, en la historia, preludio de nada bueno.

La víspera y muy cerca de allí, en la Sala de Cámara del Baluarte, Flamenco On Fire nos había convocado de la mano de María Juncal a una cita con Ana Frank, una adolescente a la que se llevó por delante el maremoto desencadenado por la maquinaria de limpieza étnica nazi, precedida y anunciada -¿cómo no?- por medidas higiénicas aplicadas con el mismo espíritu inmundo que la antedicha. En realidad, no pudimos sino pensar en la inquietante Europa que parece cernirse sobre las almas -de por sí, poco bruñidas- de los actuales diseñadores y gestores de las políticas europeas cuando, ya bien pasado el meridiano del espectáculo y merced a un sugerente recurso audiovisual, se nos apareció en el escenario nada menos que Marlene Dietrich cantando Lilli Marleen. Y bueno, también algo antes, mientras María Juncal bailaba por farruca sobre un discurso radiado de Hitler.

Basilio García ha realizado un gran trabajo con su música para El encierro de Ana Frank, tan inevitablemente influenciada por el klezmer y los sones gitanos de los Balcanes como lo está el baile de María Juncal por la danza contemporánea en este montaje, premiado a su término por el público con cerradísima ovación y que, sin duda, supone una apuesta importante en la carrera de la bailaora, a quien acompañaron, entre otros, Camarón de Pitita, María Mezcle, Morito Suero, Juan Triviño, el violín de Israel Torres y el clarinete de Diego Villegas. Desde luego, nos gustaría que este regalo para los oídos de Basilio García –tan evocador de aquella época en que, en Europa, los violines dejaron de sonar- sirviera como luz de referencia en el empeño de probar a componer la banda sonora salvífica de un Viejo Continente perturbado hoy por estridencias muy poco acompasadas, demasiados afanes de injuria al vecino y cada vez más extendidos y menos disimulados propósitos de humillación al débil.

Otro gran llamamiento a la concordia y al acuerdo entre inteligencia y corazón subyacente por norma en el encuentro -a partir del entendimiento rítmico- de distintos géneros musicales lo supuso también la propuesta llevada a escena esa misma noche y sólo dos horas después, en el Auditorio del Baluarte, por Jorge Pardo, a quien flanquean en su Cumbre Flamenca Latin Jazz nada menos que Javier Colina, Jerry González, Rycard Moreno, Caramelo, Antonio Serrano y Piraña. Cuna de Sabicas, Gayarre y Sarasate, una ciudad tan amante de la música y con tan espléndida tradición en ese sentido como Pamplona no podía sino vibrar con la grave flamencura del contrabajo de Colina o la lujuria rítmica que cobró cuerpo de mano de tan espléndidos intérpretes, para escuchar a los cuales se trasladó Carlos Aguilar ex profeso desde Madrid.

Después, muchas almas –de amigos antiguos y nuevos, de artistas y aficionados, de íntimos desconocidos, de la tierra y de fuera- fuimos felices durante unas horas mágicas en la fiesta oficiada en el Tres Reyes por Eva La Lagartija, Miguel Jiménez y su gente del Cuarto de los Corralillos. El whisky brillaba como oro, las pantorrillas de las mujeres adquirían marfileña tersura sobre los tacones de aguja, la sonrisa iluminaba los semblantes de todos… Al día siguiente, Paco Suárez subía al Baluarte a Estrella Morente con El Amor Brujo. María Juncal recibía felicitaciones, sonaba la guitarra de Rafael Borja, el saxofón de Jorge descansaba de las ovaciones cosechadas apoyado en una esquina y Ramón Gómez de la Serna, sentado en su trapecio, tomaba nota de todo desde lo alto.

Cerca, los gigantes dormían a espera de ser sacados en procesión en la comparsa de Berriozar y, en el Hotel Muga de Beloso, se fallaba el premio al mejor medio queso de leche cruda de oveja latxa de Navarra. En un mundo agriado y encanallado, todavía quedan oasis en los que, como les decía, el elegante goce del arte y la amistad se enseñorea de todo. ¡Dichosos nosotros, brindando inconscientes entre alambres de espino y altos de estatura en alegría de vivir!

Foto: José Luis Chaín

 

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